

Por: Fernando Silva
Si no estimamos con detenimiento las prerrogativas y motivaciones de nuestros pensamientos es posible que no logremos aceptables o sensatos resultados y, aún más, si no se tiene en claro el para qué de concebir y combinar ideas o juicios en la mente cuando transitamos del conocimiento tácito al explícito colectivo y organizativo, entendidos de que consecuentemente cada uno de los integrantes de tales colectivos, a su vez, lo interiorizará revirtiéndolo en tácito y, así, en una espiral ascendente irrestricta, teniendo en cuenta que la diversidad intelectual y sociocultural se ve incentivada a través de la experiencia deliberada, de la lectura receptiva-comprensiva y la indagación que se basa en la observación para obtener información cuantificable y verificable. En concreto, es inadmisible conocer el pensamiento de alguien mientras no se formule a través del lenguaje artificial (literario, científico o formal), verbal (oral, escrito o simbólico) o no verbal (de signos, kinésico, braille o sensorial) como medios de expresión, resultado de la acción de comprender y encontrarle justificación a algo en base a lo que se ve, se conoce y se siente.
Al respecto, la relevancia de una culturización humanística, el fomento de los justos valores individuales y sociales, la defensa de los derechos universales, así como la protección del medio ambiente y los ecosistemas son imprescindibles en función de la legítima estructura social, política y jurídica en cada sociedad. Para ello, es importante hacer la distinción entre el bien común y el bien particular; el primero por su esencia es la seguridad social, ya que favorece a cada uno de los miembros que la componemos. Y el segundo es lo que ampara a una persona o a una comunidad específica. La distinción entre ambos no es, por lo tanto, lo que se constituye sobre la base de la mayoría o la minoría, ni tiene nada que ver con el resultado de una consulta al pueblo, porque el bien común es esencialmente diferente de toda clase de bienes exclusivos.
Pero ¿actualmente es de relevancia social interesarse por el bien común o es un asunto tan solo para algunos filósofos, poetas, historiadores, escritores, antropólogos, autores de las bellas artes, humanistas, libres pensadores, médicos e investigadores sociales? Lamentablemente, en tal contumacia las oligarquías y su globalizado mercado capitalista, así como las organizaciones elitistas conservadoras-derechistas y quienes controlan la tecnología de la comunicación en la red de redes y los medios masivos de (des) información, encuentran un campo fértil en esa deficiencia envuelta en apatía y olvido colectivo para implantar sus maliciosos lineamientos clasistas y racistas, incitando a servidores públicos corrompidos y a parte de la población civil que no participan en la defensa de los derechos sociales, a obedecer —en ignara cerrazón— ante su infinita y retorcida avaricia y soberbia.
Tal proceder, por parte de este sector de la sociedad, quizás sea a razón de que no entienden la importancia que tiene la facultad de hacer o exigir todo aquello que la ley o los representantes legítimamente elegidos en democracia establecen en nuestro favor y que nos permite convivir en autonomía, soberanía, equidad, justicia y libertad, así como contar con imparciales condiciones económicas y de acceso a bienes necesarios para una vida digna. Lo que permite pensar que su central acicate converge en aceptar sin cuestionar lo que esa minúscula horda de brutales personas que asumen tener el poder e influencia en un determinado sector social, económico y político, les imponen. De ahí la insistencia de hacer conciencia y muñir para brindar argumentos que permitan romper esos encadenamientos mentales, con el objetivo de frenar tan pervertida práctica, incluso, también orientar con estima y tacto a la persona que manifiesta comportamiento iracundo, impulsivo o violento.
Con fundamento humanista, el papel de quienes aceptamos hacer en bienestar de todos —por principios éticos-morales— es promover una ciudadanía activa a través de la construcción de capacidades socioculturales que nos aporten las bases teóricas del desarrollo basado en el Estado de Derecho. Este modelo, surgido a finales del siglo XVIII como una resistencia a los abusos perpetrados por las monarquías, permanecen vigentes en la figura de las élites económicas y políticas deshonestas. Aprovecho, como breviario cultural, presentar al político, inventor, intelectual, radical, revolucionario y publicista Thomas Paine, quien sustentó que la solución a las discrepancias ideológicas imperialistas y totalitarias era la independencia, postura que divulgó en su famoso folleto «El sentido común» en el año 1776, que marcó un hito en la historia al no fundamentar las decisiones políticas en doctrinas basadas en la religión, la nación, el honor o en nociones apriorísticas, sino en criterios avalados por la experiencia de los seres humanos y en la razón. También escribió «La edad de la razón» un libro básico del librepensamiento con carácter anticlerical, en el que objeta con sólidos argumentos la brutalidad y la crueldad humana.
Lo anterior es como parte del entendido de que el desarrollo cultural, concebido como un proceso hacia la ampliación de las oportunidades de expresión y el acceso a los conocimientos está estrechamente ligado a la sana educación desde los hogares y al aprendizaje permanente, por lo tanto, la transmisión de saberes e impulso de conocimientos por medio de la observación, la investigación y la experimentación constituyen un acto formativo vital para el progreso individual y colectivo. Por consiguiente, cada cultura, en su eficacia del conjunto de sapiencias que nos permite desarrollar juicio crítico, es el entorno de una conducta prudente para inquirir la sinergia entre la pedagogía humanística y los recursos formativos para despojarnos de egoísmos auxiliando y guiando con el respetable ejemplo a nuestros semejantes.
Por los múltiples acontecimientos de maldad que podemos constatar en la historia de la humanidad, ese relativismo ético-moral en el que se encuentran inmersas todas las naciones hace complicado encontrar contenidos de valor aceptables para todos. Pero, estimado lector, tan sencillo como comprender que el bien no admite una definición, es tan simple como adoptar una condición de bienestar humanístico en pro de la felicidad de todos, que además nos permita sonreír, estar en paz y vivir en armonía con uno mismo, familiares, parientes, amistades y todo ser viviente, así como con nuestra Madre Tierra. Por lo tanto, a propagar hasta el agotamiento afecto, fraternidad, comprensión, tolerancia, empatía, confianza, respeto…
Excelente. Leer estos pensamientos tan humanos, democráticos, sensibles y amorosos hacia toda la humanidad y la creación, motivan y dan esperanza en que por el bien de todos... "Primero los pobres"