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Categórico, la eficaz educación es con el ejemplo

migueldealba5



Texto e imagen de Fernando Silva


Si nos damos la oportunidad de pensar en todo lo que puede entender y aprender un menor de edad, desde que nace hasta que es «consciente» de sus actos, seguramente encontraremos justificadas o naturales sus acciones y/o sentimientos; más, si miramos con atención y recato su interacción, tanto en el entorno familiar como en el social, nos permitirá considerar que si su cerebro está en continuo desarrollo, su personalidad y carácter, también lo están. Ahora bien, si pergeñamos la voluntad para orientar su conducta en cada etapa —por lo menos— con la innata capacidad cognitiva, tendremos mayor oportunidad, primero, de observar y reconocer sus principales rasgos mentales, así como sus diversos comportamientos y, segundo, razonar sobre el potencial de su capacidad intelectual. Tener presente que esta etapa de la vida (la infancia) es vital para cualquiera, ya que juega un papel trascendental y activo en la progresión de la inteligencia, en la adquisición de conocimiento —a través de hacer y explorar— y que se centra en su capacidad de sorpresa a partir de la percepción, las sensaciones, la intuición y la adaptación al entorno que le rodea. Es decir, todos actuamos de acuerdo al grado de desarrollo y conocimiento obtenido e incrementado en el transcurso de nuestra vida.

En este entendido, cabe inquirir sobre ¿cómo se ve afectada la identidad y la conducta —desde que nacemos y hasta el final de la vida— como secuela de los daños físicos y psicológicos resultantes de un acontecimiento inesperado o como el brutal efecto de la persistente violencia directa e indirecta? Sobre el particular, hay gente —no avezada en temas sociales y mentales— que se atreve a declarar que la condición humana tiene tendencia «natural» a proceder con ímpetu, fuerza y dejándose llevar por la ira, normalizando con descarada estupidez los secuestros, los asesinatos, los conflictos bélicos, actos terroristas, la corrupción, el cohecho, el racismo, el clasismo, la aporofobia… justificándolos en que individualmente o en grupo tendemos a encruelecer —hasta con placer— para extenuar o aniquilar a nuestros semejantes. En contrasentido, es posible asegurar, como lo señaló la doctora Tania Esmeralda Rocha Sánchez, profesora e investigadora de tiempo completo en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), «Todo tipo de violencia es un comportamiento social aprendido del que nadie escapa y está dirigida, primordialmente, a personas y a sectores de la población vulnerables». En concreto, no existe en el reino animal, al margen del homo sapiens-sapiens, que alcance tales grados de crueldad en contra de los de su género. Asimismo, mujeres y hombres de bien, pensamos que la condición humana es tendencialmente bondadosa, pese a la propensión del ánimo —de muchos— a obrar de manera descuidada o malintencionada.

Al respecto, si a nuestra capacidad de entender y/o comprender le integramos espléndidas lecturas  de poesía, novela histórica, utópica, ciencia ficción, fantástica, autobiográfica, distópica… —con su pertinente reflexión— para potenciar nuestra facultad mental, esa que representa de modo sorprendente un sinnúmero de imágenes y admite embelesados caviles —de las cosas reales o ideales—, podemos con facilidad crear misteriosos y seductores escenarios en favor de la expansión de pensamientos en bien personal y general y, que a la par, susciten el que dispongamos la voluntad en el campo de energía de la intención hacia pensamientos y acciones de paz, la sana convivencia, brindar razonado conocimiento y dialogar con nuestros familiares, parientes y amistades en pro de reconocer los propios actos, así como sus consecuencias. Además, con el plausible e importante objetivo, prestar atención y hacer patente esa delgada línea entre el mal actuar —de poca trascendencia— y el que conlleva maldad, sobre todo, cuando hay que educar a cándidos críos, a los vástagos que se encuentran en la primera fase de la adolescencia —la pubescente— y los que están en la transición entre pubertad y adultez, etapa —esta última— en la que suele surgir de manera vehemente el interés por las relaciones sentimentales y sexuales, así como el que se cuestionen su identidad sexual y la exploren, situación que en muchos casos (sino es que en todos) resulta inquietante y hasta estresante si no se cuenta con el apoyo de los tutores, la familia e, incluso, de la comunidad como la que construyen en las instituciones formativas.

Evidentemente, si se padece sufrimiento durante estos vitales ciclos de vida, es probable que se quebrante la cognición, lo que puede llevar a la generación de sentimientos y actitudes negativas, igualmente con traumas y sus respectivas secuelas, síntoma inequívoco de que el menor de edad ha sido víctima de abusos de carácter físico —uso de la fuerza corporal con la intención de causar una experiencia de dolor—  o moral —el que se realiza de manera psicológica, utilizando la palabra, miradas y gestos insinuadores para manipular, controlar y humillar—, cuyas consecuencias se manifiestan al ser expuestos a estos graves riesgos y, por ende, suelen presentar conducta antisocial y hasta prácticas delictivas y, peor aún, actos criminales.

De acuerdo con la médica psiquiatra, psicoanalista, psicoterapeuta familiar, académica y escritora Marie-France Hirigoyen, especialista en terapia del acoso moral y psicológico, abusar y apremiar de forma insistente a alguien con molestias o requerimientos sin consentimiento, genera lamentable caída depresiva, cuando no suicida, que arrastra a los perjudicados hacia un derrumbe emocional que puede llegar a ser fatal. Sin duda alguna, tal agresión —constante e insidiosa—pone de manifiesto la voluntad del agresor de zafarse de alguien «sin mancharse las manos», pues en su perversión saben enmascarar sus oscuras intenciones. Asimismo, Marie-France nos instruye en su libro «El acoso moral: El maltrato psicológico en la vida cotidiana» a reconocer estas maliciosas imputaciones con la finalidad de que quienes sufren violencia puedan recuperar sus puntos de referencia y librarse de ese vil e injusto sometimiento destructivo.

Por consiguiente, no hay que darle tantas vueltas al asunto, la eficaz educación es con el ejemplo. En la consecuente misión individual y general, habrá que poner atención al concepto de «La educación como derecho humano, bien público y responsabilidad colectiva» en los hogares, en las instituciones de formación escolarizada y en todos los entornos socioculturales. Y sobre el propósito: La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), junto con la UNICEF, el Banco Mundial, el UNFPA, el PNUD, ONU Mujeres y el ACNUR, organizaron en 2015 el «Foro Mundial sobre la Educación», en Incheon, República de Corea. Ahí, más de mil 600 participantes de 160 países, entre los cuales acudieron 120 ministros, jefes y miembros de delegaciones, dependencias y funcionarios de organizaciones multilaterales y bilaterales, así como representantes de la sociedad civil, docentes, jóvenes y del sector privado, aprobaron la «Declaración de Incheon para la Educación 2030», en la que se presentó una atrayente visión de la educación que, esperemos se cumpla, ya que tan solo restan seis años.

Por lo anterior, hagamos conciencia y todo lo necesario para que esto sea una realidad en pro del bienestar de la humanidad y de todo ser viviente, alzando la voz con dignidad para que ni la brutalidad ni el apego a las armas sea lo que distinga el proceder de nadie y nunca de los menores de edad, mejor, certificar el paradigma expresado por la escritora, periodista, profesora e investigadora, la doctora en Teoría Literaria Beatriz Gutiérrez Müller: «Cambiar las armas por libros: Ningún lector es agresor», con la sublime práctica de leer y el proceder humanista.

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