DesafiARTE

Por Déborah Buiza

@DeborahBuiza

Aunque no tengo claridad de su origen, al paso de los años he descubierto en mí dos ideas limitantes (claro que no son las únicas, pero por ahora son las que quiero tomar de ejemplo para compartir la reflexión de esta columna):

1) Artísticamente, no soy creativa y soy bastante torpe para pintar, dibujar o tocar algún instrumento, y,

2) Soy muy mala para la tecnología. A partir de ambas, he tomado algunas decisiones o me he limitado en tomar acciones o proyectos; me doy cuenta que con ellas de fondo me he sentido insegura y me percibo de forma incompleta.

Sin embargo, más allá de nuestras creencias y resistencias, la vida en ocasiones te pone a prueba y te presenta los espacios o desafíos que pueden romper las estructuras que tienes o has construido a tu alrededor. A veces creo que es como en las historias de aventuras, donde puedes realizar alguna tarea, proyecto o ir a matar a un dragón para avanzar, para ganar puntos, abrir otros mundos u opciones y, aunque puedes rechazar la oportunidad y seguir con tu historia, tomar la oportunidad puede hacerte obtener no sólo mayor puntaje, sino enriquecer tu experiencia.

Desde hace tiempo, cada vez que mis ideas limitantes saltan y dicen: “recuerda que no eres creativa”, “¡Oye! Tu no sabes tal o cual cosa, ni lo intentes”, o similares, voy y me inscribo a una actividad relacionada y lo intento. Esta ocasión fui y toqué la puerta de la pintura (otro día te comparto lo que hice con el asunto de la tecnología).

Creo que no “pintaba” desde el kínder, y las señoras que estaban en la clase a la que asistí tampoco; cuando nos preguntaron nuestra experiencia en el tema y por qué estábamos ahí, todas coincidimos en que teníamos nula experiencia pero queríamos ver si podíamos hacerlo. Era un desafío estar ahí y tratar de hacer algo que tal vez ni en sueños hubiéramos realizado.

El maestro, un pintor bastante joven y con mucha disposición, nos explicó poco a poco lo que haríamos y marcó tiempos para realizarlo; nos acompañó en las dudas y en plasmar cada quien en su lienzo lo que su mirada captaba del objeto que teníamos enfrente y pintaríamos desde nuestra percepción. Aunque era el mismo objeto para todas, el resultado fue tan diferente en colores, texturas, dimensiones, expresión, posición, composición... Al final, todas hermosas y tan distintas.

En cada explicación encontraba no sólo el camino para hacer algo que nunca había hecho y que pensaba no podía hacer, sino metáforas que pueden, muy bien, aplicarse a la vida. Principios simples, pero contundentes e impactantes; descubría otro mundo bastante más colorido y amable a todos los que hasta ahora había recorrido. ¡Me impactó!

Tengo hijos pequeños y me encanta observarlos mientras dibujan o pintan algo. Se ven tan felices, libres, concentrados en su mundo y tan satisfechos al terminar cuando muestran orgullosos lo que han hecho.

Creo que al hacernos adultos “olvidamos” o “perdemos” esa parte que el arte nos puede ayudar a reencontrar o a reconectar; sólo es cuestión —desde nuestro ser adulto— de buscar y llevarnos de manera consciente a los espacios que pueden brindar esas experiencias, que nos pueden enriquecer y fortalecer para enfrentarnos, incluso de otras formas y visiones, a la vida cotidiana.

El arte nos permite explorarnos y conocernos; nos puede ayudar a sanar, a crecer y comprender el mundo desde otros lugares. Sólo es cuestión de intentarlo, de atreverse. No es necesario ser experto ni llegar a ser un gran artista famoso de galería. Es dejarse guiar, experimentar, aprender un lenguaje distinto, buscar y probar hasta encontrar cuál es tu espacio, tu color, tu técnica, tu herramienta, qué es lo que te mueve, lo que te apasiona; cuál es el medio idóneo para expresarte, para encontrarte.

Estoy segura de que las participantes de esa clase entramos como unas y, después de aquella experiencia, nos descubrimos siendo otras, tal vez con mucho más color.

Y tú, ¿tomarías la experiencia del arte para desafiarte y romper algunas de tus estructuras?