Imagen y texto de Fernando Silva
Al despertar por la mañana es algo más que conveniente considerar con alegría, esperanza y voluntad lo que nos plantea el cantautor, actor, escritor, poeta y guitarrista catalán Joan Manuel Serrat Teresa en su canción «Hoy puede ser un gran día». Por consiguiente, y salvo en las lamentables condiciones que pueda sufrir alguien y que son determinadas por grave aflicción en la salud física o mental, así como por el desconsuelo que provoca la muerte de un ser querido, en ese escenario matutino y al interrumpir el benéfico estado de reposo, estirar las extremidades para desentumirnos y confirmar que estamos vivos, es prudente hacer una reflexión en cuál es el objetivo para que ese día sea en bien personal, obrando de acuerdo a principios humanistas y, mejor aún, en pro del beneficio general. También, cabe pensar en que cuando establecemos nuestro estado de ánimo ¿cuál es el motivo con que se pretende alcanzar tal o cual propósito? Quizás tal actitud dista de ser un mero sentimiento o estado anímico de carácter psicológico sin intencionalidad, que emerge como esa subjetiva relación recíproca de índole afectiva y de ir objetivamente hacia adelante, como determinación del origen ontogenético de la individualidad que sobreviene a la efectiva existencia de cada quien.
En este entendido, cabe cuestionarnos —con honestidad— sobre qué queremos ser y, con ello, qué entendemos y comprendemos sobre nuestro entorno y nuestros semejantes, percibidos de que cada determinación no necesariamente es una decisión que se va a llevar a cabo, es decir, puede ser tan sólo el reflejo de lo que somos a partir de cómo justificamos o infundamos las sensaciones, sentimientos y actos, tanto personales como de nuestros familiares, amistades, parientes y gente con la que convivimos de manera regular u ocasional en lo social, de ahí el ser responsables de nuestros pensamientos y acciones, fortalecidos por principios humanistas, conducirnos con probidad, respeto, tolerancia, empatía, fraternidad, bondad… a través del control racional del furor, la vesania y el ímpetu mundano, ya que la vida —en palabras de los sociólogos— es por naturaleza caótica y, en ese escenario, un sinnúmero de personas carece de motivación, tanto intrínseca como extrínseca.
Tengamos en cuenta que en la psicología de la motivación —como disciplina científica— el conocimiento que aporta es acumulativo, carece de connotaciones teleológicas, es verificable y por supuesto susceptible de ser refutado, lo que nos aproxima al conocimiento de lo que entendemos como «lo real», sobre la base de cavilar de manera consciente y sistemática en torno a la experiencia; de este modo, pasamos por abordar la relación con nuestros impulsos, emociones, anhelos y, particularmente, sobre las circunstancias para hacerlos realidad, o no, y cómo se generan; por lo tanto, en lo que corresponde a la indagación epistemológica, los especialistas suelen dividirla en diferentes orientaciones que definen la manera de entender los contenidos psicológicos: Conocimiento en la investigación psicobiológica, analítico-introspectiva, etología, conductista...
Asimismo, la psicología cognitiva en lo que se refiere al procesamiento de la información, estudia cómo seleccionamos y percibimos la adquisición de conocimientos que nos permiten ampliar o precisar los que tenemos; cómo los codificamos, los almacenamos y los transformamos; cómo accedemos a ellos y los recuperamos; cómo los utilizamos en las diferentes tareas y soluciones, así cómo su predominio en nuestra compleja actividad mental. Por consiguiente, en lo cotidiano, un sinfín de asuntos personales y socioculturales demandan nuestra opinión e, incluso, espléndida actuación y dirección, pero otorgar respuestas acertadas o comportarnos de modo coherente y provechoso requiere de hacer consciencia —observar, analizar, ponderar y aducir sensatamente juicios de valor—, lo que precisa desarrollar ideas y opiniones propias, además de saber defenderlas y argumentarlas, entendiendo las que nuestros interlocutores proponen al darnos la oportunidad de reflexionarlas y determinarlas, ya que en ello están los valores y derechos humanos como garantía del cumplimiento de un compromiso moral, por ende, de ordenar y relacionar el primero y más obvio de los actos del entendimiento, que se limita al conocimiento racional, para emitir prudente y llana contestación, con su significativo y respetuoso obrar.
En esa dirección, buena parte de la humanidad que no logra comunicar sus ideas, emociones y experiencias de manera auténtica y afectiva, sea a razón de sus limitaciones del lenguaje y de la poderosa exclusión que éstas le producen en sus pensamientos, palabras y gestos; por padecer lo que se conoce como el trastorno del lenguaje expresivo, o está acostumbrada a utilizar el lenguaje coloquial, sin lograr atender que —como instrumento de comunicación— ampliar el léxico juega en bien de una mejor comprensión y discernimiento y, mejor aún, si prescinde del lenguaje soez, al igual que de los discursos de odio. Otro aspecto a tener en cuenta es la actitud como un estado de disposición mental, organizado mediante la experiencia que ejerce un influjo directivo dinámico en nuestra respuesta a toda clase de situaciones y cosas, lo que invariablemente implica la relación entre aspectos cognitivos, afectivos y conativos, así como con ese grado de evaluación o afectividad de agrado-desagrado. Lo que no es igual a la creencia de muchos al pensar que familiares, parientes, amistades… están de acuerdo con ellos, bajo el autoengaño de que en esa certidumbre intensifican su confianza en sus propios juicios, acciones o estilos de vida. Y ojo con esto, ya que si se manifiestan de manera insolente, altivos, procaces, desmedidos o simplemente groseros y convencidos de hacer lo «correcto», sustituyendo aspectos fundamentales de su entorno por otros —diríamos— imaginarios, les puede ocasionar no sólo falsas interpretaciones, sino el descrédito por parte de quienes les rodean.
En esa dirección del entendimiento y en pro del bien común, es recomendable leer el libro «Nonviolent Communication: A Language of Life» (Comunicación no violenta, un lenguaje de vida) del psicólogo Marshall Bertram Rosenberg, que en el capítulo siete «La recepción empática» escribió lo siguiente: «La empatía consiste en una comprensión respetuosa de lo que los demás están experimentando. El filósofo chino Chuang-Tzu afirmó que la verdadera empatía requiere escuchar con todo el ser: “Escuchar simplemente con los oídos es una cosa. Escuchar con el entendimiento es otra distinta. Pero escuchar con el alma no se limita a una sola facultad, al oído o al entendimiento. Exige vaciar todas las facultades. Y cuando las facultades están vacías, es todo el ser el que escucha. Entonces se capta de manera directa aquello que se tiene delante, lo cual jamás podría oírse a través del oído ni comprenderse con la mente”. En nuestra relación con los demás la empatía sólo se produce cuando hemos sabido desprendernos de todas las ideas preconcebidas y todos los prejuicios».
Entonces, seamos más conscientes y humanos emprendiendo con entusiasmo lo que esté a nuestro alcance para hacer de nuestra convivencia con todo ser viviente algo digno y alejado de la violencia (de todo tipo), la estupidez y la ignorancia, además de promover las libertades democráticas, el estado de Derecho, los derechos humanos y los valores universales con el plausible ejemplo.
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