Por: Fernando Silva
En todo el mundo, cada sociedad establece su capital ético-moral-sociocultural y el cómo sus habitantes deben comportarse en avenencia personal, familiar, laboral, profesional, ciudadana…, lo que suscita que las conductas se extrapolen, por lo que reflexionar sobre el particular es considerar con sensatez ¿Qué tan viable es el orden social? ¿Cuáles son los aglutinantes que mantienen unidas a las sociedades? ¿Qué elementos intervienen en la desintegración familiar, formativa, laboral o política? ¿Qué posibilita o salvaguarda los acuerdos en pro de la concordia? ¿Cómo ser justos o establecer la igualdad ante el amplio abanico de puntos de vista? ¿Qué es el bien común, el hedonismo o la paz efímera? En este sentido, la pluralidad de acepciones proyecta el asunto desde el reordenamiento sociológico, histórico y antropológico como consecuencia de las propias reestructuraciones políticas, económicas, éticas y discursivas.
Al respecto, si consideramos que nuestra salud psicológica, corporal y de determinantes sociales están interconectadas con todos los ecosistemas y la biodiversidad, deberíamos hacer mucho más en bien de nuestro progreso evolutivo y, por ende, por el equilibrio entre eficacia y eficiencia en términos de los principios reconocidos y suscritos por la Bioética, como el respeto a la vida, considerándolo como la razón cardinal que guíe e inspire enunciaciones fundamentales que permitan investigar y analizar la coherente aplicación de las bases sustancialmente significativas sobre las cuales se procede para convivir de manera ecuánime, imparcial y ponderada, contribuyendo a la vital equidad social con libertad, justicia, humanidad, igualdad, integridad y valores positivos estimables. Salvo que se esté ponderando que son conceptos irremediablemente confusos que las ciencias sociales deben dejar de lado, entendidos —en sentido total— por la diversidad, complejidad, variabilidad e inmaterialidad de los múltiples aspectos de la acción humana y, a su vez, de las polifacéticas relaciones y continuas fluctuaciones, desde las que corresponden a la pluralidad social, hasta los mercados financieros y las alternancias políticas, que acogen al ser individual y a las conformaciones comunitarias.
En tan controvertidos escenarios, quienes nos asumimos con sensato grado de conciencia, nos manifestamos —por diversas vías— conturbados por la indignante progresión de disposiciones, pensamientos y conductas de índole negativa, entre las que sobresalen: La violencia de todo tipo, el autoritarismo, la corrupción, el cohecho, la delincuencia, el racismo, el clasismo, los conflictos bélicos, la crueldad, el engaño, el uso excesivo de recursos naturales, la generación de residuos tóxicos… así como un sinnúmero de perversiones desprovistas de sentido moral. Quizá el pluralismo —en cuanto a las acciones de la humanidad, desde el punto de vista del obrar en relación con el bien o el mal— sea ficticio, en gran medida por la aceptación masiva de normas utilitaristas que ha traído consigo la agónica muerte del respeto, el compromiso, la empatía, la tolerancia, la confianza, la honestidad…
Si damos un paneo en nuestro circuito mental con la intención de entender qué componentes son los que intervienen en esta crisis de valores, observaremos que los factores asociados a las paroxismos familiares, en donde la falta de disciplina, de respeto, de afecto y en donde se le da prioridad a las necesidades materiales son cada vez más habituales, y otros relacionados al brutal fenómeno de las noticias falsas que se propagan sin control en un sinnúmero de medios de comunicación masivos, así como por la negativa influencia de las mentadas redes sociales —particularmente en infantes y adolescentes— en donde tienen a su alcance productos audiovisuales con alta carga de violencia de género, prostitución, sexting, doxing, ciberacoso, retos peligrosos como: «La ballena azul», juegos de la asfixia, balconing, el reto de la muerte (estrangulamiento consentido para llevar la respiración al límite), el reto Tide Pods…
Por lo tanto, es urgente retomar la calidad humana insertándonos en la filosofía evolucionista que proclama el bien hacer; asimismo, con los fundamentos y pautas ético-morales que suscitan actitudes ante la vida que nos hacen mejores personas, así como avanzar en la construcción de sociedades justas, empáticas, solidarias e inclusivas, sin descuidar el particular entorno social —tanto el inmediato como el distante—, también a las ideas objetivas e inteligibles que son aptas para aprender sobre la naturaleza de las cosas y del raciocinio, tal cual son a través de la intuición, la percepción y las sensaciones, sin ser presa de un utilitarismo reduccionista, ni haciendo uso intencional de la fuerza o el abuso de poder para dominar a alguien o imponer algo, es decir, de esas conjeturas incompetentes que no alcanzan a advertir la complejidad motivacional que da respetable sentido a la vida individual y colectiva. Por lo que se entiende que el conjunto determinado de bienes tangibles, intangibles y naturales no son tan sólo deseos, sino aquello que consideramos que es generador del desarrollo armónico y la plenitud equitativa de cada ser, así como razonable para ser procurado, promovido o privilegiado. Pero ¿es posible definir con certeza y veracidad «lo bueno o el bien»? ¿Existe un estándar universal con el que podamos descubrir lo que significa la benevolencia? ¿Es tan sólo la disposición a hacer «lo correcto» de manera amable y generosa? ¿Es aquello que se traduce en constantes dosis de optimismo, sentimientos de confianza y de respeto?
Ante estos y otros cuestionamientos, es importante tener presente que la transformación de los cambios económicos, culturales, sociales, formativos, políticos, ideológicos, tecnológicos… generan y exigen una renovación constante frente a las demandas de las necesidades de la humanidad, que poco a poco se empoderan validando sus derechos. Por lo que deducir de mejor manera los dilemas morales (que conciernen a los actos individuales) y las paradojas éticas (más circunstanciales, que representan el actuar de una comunidad) sin restringirlos a una lógica binaria de cumplimento o incumplimiento de un código, es necesario entender que detrás de las disyuntivas residen factores deontológicos y/o emocionales en cada persona y, por ende, en cada sociedad, por lo que toda situación en la que se otorgue alguna determinación o vaguedad, así sea con claridad y exactitud o con falsedad e imprecisión entre los diferentes valores, infaliblemente se van a generar discordancias —tendencias contradictorias— que abarcarán en repercusiones positivas o negativas capaces de concebir euforia o angustia, sosiegos o perturbaciones, bizarría o miedo…
De ahí que ser bueno no quiere decir ser blando, sumiso, ingenuo o sin carácter, como algunos lo piensan. Por consiguiente, en la vulnerabilidad —desde la individual y hasta la social— podemos hacer frente a cualquier proceso de rupturas y problemáticas con la intervención capacitadora y reparadora que ofrecen el hacer conciencia, elevar el grado de afecto e indulgencia, así como afianzar espléndidas experiencias al tener contacto con las expresiones artísticas y literarias como una sólida determinación de higiene mental, en el marco de la tendencia interdisciplinar que se viene siguiendo en el contexto de los servicios sociales cuando existe pérdida del vínculo circundante e individual, así como soporte emocional en cualquier factor de protección fundamental para sobrellevar con dignidad y pundonor la coexistencia.
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