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Disposición al pesimismo, a la indiferencia o al optimismo



Por: Fernando Silva


Tomando como primigenio modelo el operar de quienes nos educaron o formaron en la infancia es como asimilamos la mayoría de las actitudes que reproducimos —sin meternos en honduras en esa incipiente etapa— y, conforme avanzamos en edad, el conocimiento de la vida adquiere por las circunstancias y el haber sentido, conocido o presenciado algo, un robustecimiento o atenuación de las conductas dependiendo en gran medida de si las sometimos a prudente escrutinio. Pero ¿cuánta gente repara en tan vital examen ético-moral? entendidos del cómo lo que se atribuye a las disposiciones, tendencias y a las situaciones negativas o positivas a través de las causas externas —estables o inestables— y por otra parte, si las expectativas individuales son considerablemente elevadas y no se cumplen nuestras intimaciones, es asequible que se genere alto grado de frustración. De esta manera, la propensión de prevenir y/o juzgar las cosas en su aspecto más desfavorable, en contraste con ser afectado o conmovido sin dejar de atender la falta de interés y de participación emotiva, es decir, la pérdida de iniciativa y disminución de la capacidad de reacción ante las situaciones del estado de ánimo en el que no se siente proclividad ni repugnancia hacia una persona, colectividad u objeto determinado, así como la tendencia de ver y considerar las cosas en su aspecto más favorable, está relacionado con un nefando o pundonoroso estado de salud física y mental.

En ese sentido, estos rasgos de personalidad —pesimismo, indiferencia y optimismo— hacen referencia al temor o esperanza de realizar algo negativo o positivo, es decir, la incertidumbre o convicción de que en lo inmediato o en lo futuro las decisiones estimadas deparen, tanto fracasos como logros. En ese escenario mental, el descuido, el control, la incompetencia o la eficacia, requieren de conocimiento, responsabilidad, análisis y adecuaciones en pro del bienestar personal y social. Tal proceder es esencial para aceptar del mejor modo los aspectos prácticos de la vida —negativos o positivos— y comprender las causas con objetividad, lo que seguramente no permitirá inquirir heterogéneos puntos de vista con la intención de obtener notables opciones y posibilidades en cuanto a las decisiones para afrontar las diversas situaciones y, con ello, obtener generosos resultados en pro del bien individual y colectivo.

Tal emanación de sensatas reflexiones y conductas, seguramente nos permitirán obtener —tanto en las situaciones que se estén viviendo, como en las respuestas para resolver los inconvenientes o ampliar los aspectos provechosos— un abanico de opciones para asumir óptimos puntos de apoyo, persuadidos de que la mayoría de las contrariedades son pasajeras, así como que las concordancias pueden ser permanentes. Asimismo, considero que al separar las partes negativas de las positivas, nos permite observar que no todo está mal, lo que seguramente influirá en un renovado estado de ánimo y, paralelamente, brindar una dimensión proporcionada a las circunstancias. Ahora bien, confieso que cada día mi pesimismo se incrementa, sobre todo después de leer los diarios, escuchar a parientes o conocidos sobre los argumentos que explanan en relación a sus pesares, al observar los diversos grados de violencia que como especie producimos, la descomposición social, la degradación del planeta, el insuficiente consumo de las expresiones estéticas, las consecuencias del calentamiento global, el maltrato a los animales, los conflictos bélicos…, pero al margen de tan contundentes entornos y situaciones, considero —sin duda alguna— más digno optar por el optimismo, ya que en gran medida las conductas pesimistas y, aún más, las disfrazadas de hipocondría las considero reaccionarias.

En ese entendido, la diferencia entre las pesadillas o fantasías y los objetivos de vida es que los primeros no tienen certeza y los segundos sí, por ende, el actuar con inteligencia y conocimiento de causa trasmuta los deseos en propósitos realizables, trazando procedimientos e ideas para llevar a buen puerto tanto la reestructuración mental, como nuestro funcionar. Tan singular disposición de personalidad —que media entre los acontecimientos externos y la interpretación individual— es la predisposición que puede deparar resultados prósperos. También, las divergencias entre las actitudes que propenden a ver y juzgar los aspectos de manera favorable y la contraparte, que radican en lo contrario, promueven el interés hacia nuestros semejantes o la apatía e incuria hacia el bienestar particular y el extendido hacia todo ser viviente.

Tener en cuenta que la mayoría tenemos un constante discurso interno (atribución causal o modelo explicativo) con el cual nos podemos permitir el conocer las causas y efectos de lo que sucede o nos sobreviene, concediendo licencia para escudriñar el por qué frente a las dificultades algunos se dan por vencidos y otros perseveramos con la intención de atenuar los abatimientos y elevar las fortalezas, así como la autoestima. Por lo tanto, aplaquemos con la intersección de la consciencia la idea de indefensión —aprendida o adquirida— asimismo, del convencimiento de que no se tiene control sobre las situaciones o que cualquier cosa que se haga es inútil. Indudablemente, todo aspecto de la vida que nos permita satisfacer el amplio abanico de aquello a lo cual es menester para la conservación de la vida, es a partir de elevar los designios con el sostén de conocimientos, experiencia y respeto a los principios ético-morales.

En este entendido, procurar nuestro bienestar global contribuye entre otras cosas, el establecimiento de sanos hábitos para nuestra salud mental, reducir los nocivos síntomas físicos y mejorar las estrategias de afrontamiento; a ser más indulgentes con nuestro pasado, a estimar mejor el presente y buscar oportunidades en el futuro, favoreciendo los procesos cognitivos, lo que podría augurar un ajuste adecuado en cada persona en sus interacciones y actividades personales, familiares y sociales, favoreciendo la ventura, mejorar nuestras relaciones y a que nos sintamos capaces de hacer lo que sea asumiendo conspicua actitud y entendidos de que la capacidad para resolver lo que se nos presente depende de la determinación en el cultivo, producción y circulación de conocimientos, reflexiones y justa pericia. De ahí que un elemento central de las «sociedades del conocimiento» es la capacidad para identificar, originar, transformar, difundir y utilizar la información con vistas a instituir y aplicar la instrucción necesaria para el respetable y equitativo desarrollo humano.

Por todo ello, ubiquemos nuestra falta o escasez de talento, de virtudes, de educación o de formación para aminorar el pesimismo y encumbrar nuestro juicios de valor —en su aspecto más auspicioso— basados en el desarrollo de todo ser viviente y la autonomía como elemento central de la noción del tipo de sociedad que se necesita para competir y obtener logros frente a los cambios económicos y políticos en el mundo, lo que nos debería permitir una sensata puesta en práctica de los derechos universales y las libertades fundamentales, mejorando al mismo tiempo la eficacia de la lucha contra el hambre, la pobreza, el racismo, los conflictos armados, el clasismo, la violencia de género, la emergencia climática, el maltrato a la biodiversidad y a nuestra Madre Tierra, la brecha digital planetaria que pone en tela de juicio la universalidad del desarrollo de las nuevas tecnologías y las garantías individuales… Consecuentemente, la transmisión y difusión de los conocimientos —en cuanto a los derechos humanos y de todas las especies animales y vegetales— cobra relevante importancia, debido a que no sólo se está acelerando la producción de nuevas erudiciones y lenguajes, sino que es vital para dignificar nuestra calidad humana.

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