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El ácrono sentido de ‘ser humanos’ para vivir en paz



Texto e imagen de Fernando Silva


Al no otorgarle fingidos atributos a la gente arrogante, engreída, soberbia e ignorante, así como al conjunto de mujeres y hombres que interactúan tan sólo para participar en avariciosos y mezquinos objetivos por efecto de su estupidez o de intereses hegemónicos, de relaciones de poder económico supremacista, racistas y de discriminación etnorracial, entre otros viles comportamientos, nos permite admitir de manera plausible que todos los actos y sentimientos —tanto personales como colectivos— debemos plantearlos y llevarlos a cabo haciendo uso de la sensatez, la fraternidad, la bondad… aduciendo legítimos e informados argumentos y demostraciones en pro del bien general, en el entendido de que no sólo tenemos la facultad cognoscitiva para emitir juicios de valor, sino que somos capaces de formularlos en estado de sana razón con criterio metalógico, ese que va más allá del esclarecimiento racional.

En este entendido y entrados en el campo del conocimiento, tenemos a la lógica material y a la formal. La primera —como parte de la filosofía— encargada de los medios para producir ciencia (la Metodología), así como del estudio de las características de la ciencia (la Epistemología). La segunda tiene como objeto particular el estudio de las formas del razonamiento y de los usos del lenguaje relacionados con la comunicación. Por lo tanto, la lógica —dicho de una consecuencia natural y lícita— además de sus derivados como sustantivos, adjetivos o adverbios son de uso cotidiano, inclusive, sin haber tenido experiencia académica en ella; es decir, sus significados se entienden como «sentido común», así como por la dinámica u orientación de alguna persona y/o grupo en términos de la razonabilidad, pero con sus divergencias sobre lo que cada quien entiende y brinda a su facultad de discurrir en bien de un diálogo que procure razonamientos para probar o demostrar una proposición o para convencer de lo que se afirma o se niega con pruebas empíricas confiables.

Lo anterior nos instala en el entendido de que tal división entre lógica material y formal carece de precisión lingüística o de complejidad sintáctica, pero sí en función del entendimiento, en donde la «material» se encuentra en la esfera filosófica y la «formal» en la científica. Asimismo, no son necesarias las expresiones «Lógica material» o «Lógica del conocimiento» cuando podemos emplear «Teoría del conocimiento», «Filosofía de la ciencia» o «Gnoseología»; entonces, es posible concretar que la Lógica, como ciencia, expone las leyes, modos y formas de las expresiones de un juicio entre dos términos —sujeto y predicado— que afirma o niega éste de aquel, que incluye o excluye al primero respecto del segundo en relación con su verdad o falsedad, y tiene como parte de su objeto de estudio la serie de conceptos encaminados a demostrar algo, a persuadir o mover a oyentes y/o lectores, lo que nos indica que está más en las causas, efectos y características del razonamiento concreto de sujetos determinados, esto es, no le atañe tanto el hecho o fenómeno psíquico, cerebral o neurológico del pensamiento, que corresponden a la Psicología, a la Bioética o a la Fisiología cerebral.

En ese sentido, la ampliación en la significación epistemológica y metodológica de la Bioética, producida como efecto y consecuencia de la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, mayormente conocida como UNESCO, supuso notables posibilidades para la antropología, el derecho en general, la salud pública, la seguridad mundial... cuando se aprobó —en octubre de 2005 por aclamación— la «Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos», como se indica en el prefacio del documento realizado por la UNESCO: «Al abordar los problemas éticos que plantean la medicina, las ciencias de la vida y las tecnologías conexas en sus vertientes relacionadas con el ser humano, la Declaración, como se infiere del propio título, fundamenta los principios en ella consagrados en las normas que rigen el respeto de la dignidad de la persona, los derechos humanos y las libertades fundamentales. Por el hecho de inscribir la bioética en los derechos humanos internacionales y de garantizar el respeto por la vida de las personas, la Declaración reconoce la interrelación existente entre la ética y los derechos humanos en el terreno concreto de la bioética». Sin embargo, no se ha inquirido con diligencia su trascendental rol en el esfuerzo que se pone al entendimiento en su implementación, particularmente, en lo relacionado a la paz; lo que en términos generales podemos asegurar que resulta antiético al observar el proceder de gente como el primer ministro de Israel y genocida Benjamín Netanyahu; las turbaciones bélicas entre las naciones; las rebeliones fanáticas e, incluso, en la negativa percepción psíquica de los hechos por parte de la oligarquía y sus prosélitos. Lo que invariablemente trae consigo desde sufrimiento, destrucción del patrimonio histórico material y natural, mayor degradación moral, corrupción y cohecho, violencia de todo tipo y hasta la muerte de gente inocente.

Tener presente que la paz —por definición— es cooperación en todos los aspectos de las relaciones humanas, por ende, aprecio mutuo, respeto y empatía, fraternidad y bondad, justo sentido de seguridad y soberanía… en una atmósfera creativa en todos los aspectos de la actividad cognoscitiva. Pero de manera habitual se cree que también supone erradicar los problemas de cualquier índole, por lo que es prudente entender que la paz no puede definirse como carencia de daños o perjuicios, ya que la existencia de tales detrimentos es posible en cualquier interrelación personal y social, sin que necesariamente impidan o dificulten la consecución de justas intenciones, por lo que pueden convertirse en detonadores de ideas en bienestar de cualquier aspecto que implique el sano desarrollo sociocultural en el hogar, la comunidad, país o en el mundo.

Lo paradójico es que no puede entenderse que la paz es producto de la providencia de conflictos, ya que invalidaría el concepto de paz como método o recurso de acción. Este discurrir ha conducido a gobernantes y brutales cúpulas de poder militar a declarar enunciados como: «No hay condiciones para establecer la paz», mientras que el entendido de la mayoría refiere que sólo la paz puede dar garantía a la concordia entre las personas, así como a los acuerdos entre las naciones para poner fin a cualquier conflicto, particularmente, bélico. Por consiguiente, la negociación —por la vía diplomática— sigue siendo la mejor estrategia práctica para mitigar los enfrentamientos e instalar el orden entre las naciones.

Por lo expuesto de manera sucinta, pero fundamental, el ácrono sentido de ‘ser humanos’ para vivir en paz —como un valor deseable— es benéfico para todos, incluidos los ecosistemas, el medioambiente y, por supuesto, para nuestra Madre Tierra.

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