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El aspiracionismo no es igual a tener aspiraciones lícitas

migueldealba5


Texto e imagen de Fernando Silva


Vivir en estado de bienestar no es estar tan sólo consciente de las propias capacidades mentales, morales, éticas e intelectuales y/o de tener legítimos beneficios económicos-políticos, es considerar con sensatez y conocimiento, así como inquirir con prudente y razonado criterio las diferencias sociales - culturales en nuestro entorno, entendidos de la diversidad de enfoques ideológicos y siendo activos participantes en favor de la prosperidad general. Por consiguiente, no es desmedido asentir que en nuestra historia reciente numerosas manifestaciones sociales amparan y hacen valer la justicia social —y sus implicaciones— con el generoso objetivo de promover sociedades pro-sociales como respuesta alternativa a las conductas violentas y arbitrarias. De ahí que si observamos el operar de grupos derechistas extremistas, conservadores, oligárquicos y hegemónicos, nos hace reconsiderar si este principio fundamental para la convivencia pacífica y próspera, dentro de los países y entre ellos ¿es una fórmula vacía, usada convencionalmente para afirmar que una demanda particular se justifica sin dar ninguna razón? O simplemente es un sinónimo de lo que solía llamarse «justicia distributiva», término que brinda una mejor idea de lo que puede entenderse sobre lo propio y privativo y, al mismo tiempo, muestra por qué no puede aplicarse a los resultados de una economía de mercado, es decir, no hay justicia en donde predominan los rapaces modelos neoliberales.

Aquí cabe hacer una breve elucidación. El sistema económico-social conocido como capitalismo fue determinado —en su inicio— por la expansión de la industria textil inglesa a partir del siglo XVII; desde entonces, este sistema de mercado fue creciendo a partir de la correlación y conformidad (conveniencias) de cúpulas bancarias y financieras mundiales. De esta manera, la mayoría de los gobiernos, coaccionados medios de comunicación masiva y subordinados  contadores, economistas y administradores de Wall Street, entre otros, se han atrevido a hacer  conjeturas sin conocimientos suficientes y ofreciendo las ideas de sus inocuos amos: «Si trabajas y sigues nuestras instrucciones e inviertes, seguro que lograrás tus pretensiones», seguido por un adoctrinamiento peripuesto de hipócrita positividad y perniciosas expresiones como: «El que no tranza no avanza», «La esperanza del perdón, alienta al ladrón», «Político pobre, pobre político», «Hijo de ladrón, es gran señorón», «Si hurtas y das, te librarás», «El ladrón piensa que todos son de su condición», «Robar mucho es pillería, robar poco tontería», «Sin robar, no se junta gran caudal»… Y recientemente, abusando de la ley de atracción, la cual es una ley universal, la transformaron en un producto más para ofrecer, embaucando a mucha gente al decir: «Si ‘vibras’ en la frecuencia correcta —mucha meditación y sobre todo si te inscribes en nuestros cursos que te costarán cada uno mil dólares— comenzarás a atraer personas, oportunidades y cosas».

En concreto, hay que distinguir entre aspiracionismo y tener aspiraciones legítimas. El primero es el acto de escalar de manera rapaz y estar dispuestos a vender —sin moral ni principios— hasta lo que no se tiene para alcanzar cierto estatus o dinero. En contrasentido, tener aspiraciones legítimas es ubicarnos en objetivos dignos y realizables, pensar y ampliar las habilidades, elevando la calidad humana, siendo empático y fraterno con nuestros semejantes, fortaleciendo núcleos familiares y sociales funcionales, siendo parte comprometida de los esfuerzos colectivos en pro de la equidad y la justicia en bien común… Lo anterior nos permite considerar que el principio moral que lleva a determinar que todos podemos vivir honestamente cobijados por los derechos universales y los valores humanos, al parecer tiene sentido sólo como una sensible norma de conducta en quienes apreciamos las ideas fundamentales que rigen el pensamiento humanista y con hábitos basados en el bienestar general, y no para individuos ruines —mujeres y hombres— que se ofrecen entre sí bienes materiales y naturales, así como servicios en una ventajosa «economía de libre mercado» altamente lucrativa para las personas más ricas del mundo y que paralelamente tienen el control de inversiones en todo el orbe.

Al respecto, la firma Buy Shares alertó sobre las desigualdades que el actual sistema económico mantiene, pero, paradójicamente asevera en su sitio en Internet: «…empowering you to become a smarter investor» (...empoderándolo para convertirse en un inversionista más inteligente). También muestra, en su peculiar lista de 2024, a los cinco clanes multimillonarios: en primer lugar, a la familia Al Nahyan, que se enriqueció gracias a los recursos petroleros de Abu Dabi, en un modelo con fronteras borrosas entre la fortuna personal y la gubernamental; le siguen la familia Walton, dueños de la red de supermercados Walmart; la familia Hermes, quienes pusieron su nombre a la marca francesa de productos de lujo; la familia Mars, propietaria de los productos M&M, y la familia Al Thani, que ha gobernado Qatar desde su fundación en 1850, con una serie de sucesiones de poder que no han estado exentas de contratiempos y abusos en materia de derechos sociales y humanos.

Uno pensaría que estos individuos podrían conducirse de forma justa, pero evidentemente eso es lo que menos les pasa por la cabeza; incluso, es probable que en su diccionario y jerigonza cotidiana ni siquiera sepan qué son los valores humanos y los sociales, por lo tanto, para ese avariento grupo de potentados queda en total vacío la frase «justicia social». A tal proceder hay que agregar cómo la instancia que debería determinar y sancionarlos por sus abusos y maltratos —la Corte Internacional de Justicia— hace caso omiso a un sinnúmero de tropelías, además de no observar prácticas coercitivas en provecho de su pérfido y desmedido afán de poseer o adquirir riquezas que pertenecen a alguna nación y, por lo tanto, a su pueblo. Con tan perverso modelo de distribución de las riquezas naturales y económicas, se observa y se entiende cómo los derechos fundamentales en la mayoría de las naciones están prácticamente anulados.

Al respecto, es vital elevar nuestro compromiso cívico individual y colectivo desde los hogares, como el principal elemento del pensamiento crítico-humanista para educar a todos los miembros de la familia y, a su vez, que esa instrucción trascienda para culturizar con afecto, conciencia, bondad, tolerancia y respeto a parientes, amistades y personas que conocemos de manera ocasional, como el mejor procedimiento que nos permita perfeccionar nuestras facultades mentales y hacer cumplir las normas éticas-morales, teniendo presente que tan generosa participación es parte constitutiva para que, como sociedad, alcancemos grados óptimos de integración, consecuentes valores humanistas, cohesión social y con mayor sentido de obrar según justicia y razón en beneficio o utilidad de las actuales y futuras sociedades.

En consecuencia, no podemos trastocar las dimensiones de los derechos ciudadanos, entendidos que una sociedad unida no garantiza que ésta sea necesariamente democrática y orientada hacia valores como la equidad y la libertad. Por ello, es fácil asegurar que el aspiracionismo no es igual a tener aspiraciones lícitas. Una forma de entender esto, basados en la diferencia entre la concepción social y política de la ciudadanía, es en términos de cómo cada quien miramos y entendemos la unicidad y la pluralidad como algo que preocupa y que llega a amenazar la estabilidad de los pobladores e, incluso, de las naciones. Es por ello que en este extremo del espectro comunitario, difundamos el discurso de una sociedad con sentido de identidad y pertenencia, con alto comportamiento pro-social y pensando, así como actuando, en el cuidado personal, de nuestros prójimos y de nuestra Madre Tierra.

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