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Fortalecer los lazos afectivos en pro del bien común

migueldealba5


Por: Fernando Silva


Las múltiples investigaciones verificadas en la práctica de la Neurociencia y la Neurología sobre la comprensión del prójimo y, por ende, de los sentimientos, las emociones y cada una de las pasiones del ánimo como la ira, el odio, la aversión, el deseo, la tristeza, el gozo… especialmente el sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el anhelo de unión nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear, instruyendo nuestro entendimiento, pero realmente sabemos con certeza ¿qué entendemos?, ¿cuáles son sus significados?, y ¿cómo actúan? De manera habitual sobre el conjunto de las fases sucesivas de interpretación no se tiene idea clara, por lo que se ponderan desde inasibles, naturales y legítimas hasta perturbadoras, de ahí el que se lleguen a hacer conjeturas sin el conocimiento suficiente o se les suponga tan sólo de manera especulativa, por consiguiente el ánimo de encontrar justificados los pensamientos y/o sensaciones de nuestros semejantes —sin razones convincentes— puede ser un proceso tergiversado e incluso meramente intelectual, en oposición a lo emocional y apasionado, lo que pondría de manifiesto profundas implicaciones, no sólo respecto a la actitud en general, sino desde un enfoque que dirija la atención o el interés en supuestos previos para tratar de inferir con miramiento hacia el proceder de nuestros congéneres.

Lamentablemente, la porfía económica establecida por perniciosas élites políticas y financieras es la que incide de manera determinante en la vida de la mayor parte de la humanidad y en el derivar de considerables circunstancias, llegando a experimentar episodios de desequilibrios que entorpecen el sano y justo progreso, por lo que la gravedad —en cada suceso— puede sobrellevar a colapsos emocionales, quebrantamientos en la estabilidad física y mental, caída del ánimo y penurias de diversa índole. En consecuencia, la aprensión, la angustia, la ansiedad, la depresión, el dolor, la irritación, el rencor… cuando son intensos y habituales, afectan negativamente las relaciones familiares, personales, sociales y profesionales, de ahí que tales reacciones psicofisiológicas engendren perjudiciales transformaciones en la experiencia afectiva y la conducta expresiva. Incluso, de acuerdo a los neurocientíficos, antropólogos, historiadores y sociólogos, algunos de los amargos sufrimientos pueden transformarse en patologías, debido a los desajustes en la frecuencia, intensidad, adecuación al entorno físico o de situación, lo que podría acarrear graves perturbaciones hacia la salud psicológica y corporal.

En ese entendido, recibir maltrato desde la etapa de la infancia es un factor determinante en la salud biológica y los procesos cognitivos a lo largo de la vida. En esta vital etapa, el grado superlativo de transgresión —en el terreno emocional— se origina cuando los menores pierden la capacidad para conectarse con sus sentimientos, anteponiendo el de sus acometedores sin darse cuenta, incluso, por encima de sus intereses. En muchos casos —sometidos a las desigualdades— incorporan a la propia manera de ser, de pensar y de sentir, ideas o acciones de los tutores para actuar en función de ellos y asumiendo frases tóxicas que les imputan sobre cómo deben comportarse: «No hagas enojar a tu madre», «¡Estoy harta de ti!», «Me decepcionas», «¿Así me tratas después de todo lo que hago por ti?», «Eres un egoísta», «¡Ya no te quiero!», «¿Son mis reglas y si no te parecen ¡lárgate!», «¡No sabes nada!», «¡Si no me obedeces, te pego!», «¡Todo lo haces mal!», «Eres tan idiota como tu padre», «No necesito darte explicaciones», «Pensé que serías inteligente», «Porque lo digo yo... y punto»…

Asumiendo lo expuesto, la relación entre emoción y motivación es estrecha, ya que se trata de acciones presentes en cualquier recíproca aquiescencia con dos características de la conducta imputada: dirección e intensidad. De ahí, el que sea factible comprender cómo las determinaciones —manifestadas con excedida autoridad— pueden alinear adversamente el comportamiento, en el sentido de que disponen el alejamiento emocional en función de las características de agrado-desagrado y apasionamiento de la reacción a partir del estado de alteración del ánimo —profundo o pasajero, agradable o penoso— que van acompañados de cierta conmoción somática. En consecuencia, podemos fortalecer nuestros lazos emotivos proporcionando sólidos cimientos morales: mejorando la comunicación; generando confianza; fortaleciendo la autoestima y el desarrollo integral; consintiendo las diferencias ideológicas y culturales; respetando los espacios vitales —físicos y mentales— para progreso, especialmente en el ámbito económico, social o cultural, así como los de orden físico, intelectual, ético y moral; siendo empáticos; haciendo uso del tacto con el que se perciben las sensaciones de vínculo; escuchando y hablando con observancia constituida en la dignidad y la equidad; cultivando valores, incluso, consumiendo alimentos que estimulan la producción de oxitocina como el chocolate, romero, perejil, hierbabuena y tomillo; además de reír cuando se pueda y llorar cuando sea necesario; obsequiar abrazos; tener una mascota, gozar a plenitud las relaciones sexuales; practicar yoga, Tai Chi, realizar ejercicios de respiración y relajación frecuente…

Así, el mecanismo prácticamente perfecto de nuestro cuerpo y primordialmente de nuestro cerebro sitúa en ciernes a la ciencia, que al margen de que cada día se presentan fascinantes hipótesis, aún no se llega a una aseveración convincente sobre los procesos cognitivos conscientes que ocurren independientemente de la estimulación sensorial. A este respecto, nuestra capacidad de pensar y de sentir depende del desarrollo neuronal, así como de la relación con el entorno personal, social y medioambiental; en concreto, implica una correspondencia entre el pensamiento; la capacidad motriz controlada por el sistema nervioso; los códigos sociales; las costumbres individuales y colectivas; la cultura personal, local y periférica, así como del lugar en dónde y quiénes nos educaron y formaron. También, hay que considerar los conceptos e investigaciones que fundamentan el enfoque psicosocial sobre los procesos de apoyo y la pertinencia de estos en el campo de la salud y todo aquello que nos repercute para bien individual y colectivo, como los sistemas micro y macro sociales, las instituciones públicas, las políticas sociales y los factores socioeconómicos y, particularmente el afecto negativo, ese que se define por sensaciones de estados emocionales aversivos como el nerviosismo, miedo, desazón, culpa, indignación... En concreto, todo lo que causa angustia y conlleva a pésima convivencia.

Desfavorablemente, la mayoría de los modelos sociales son abusivos, aumentando el estado o situación de buena parte de la humanidad que ha perdido la conciencia o facultad de reconocer la realidad sobre el alcance y la gravedad de los fanatismos y la discriminación, entre los que se destacan asesinatos, tortura, violencia de género, dogmas, detenciones arbitrarias…, así como la segregación en la atención sanitaria, la formación profesional, el empleo, la seguridad, el racismo, el clasismo y la falta seguridad social. Por ello, uno pensaría que el hogar es el lugar en el que aprendemos a conocernos, relacionarnos, comunicarnos y a resolver nuestras discrepancias en armonía. Por esta razón, la familia, los parientes, amistades y sociedad juegan un papel muy importante en nuestro desarrollo, por lo que los espacios de convivencia deberían ser lugares en donde el cariño se hiciera presente de manera natural, asimismo la buena comunicación, comprensión, respeto, tolerancia, empatía y todas las formas razonables para vivir en paz.

Por desgracia, un sinnúmero de hogares trasmutan en territorios de violencia y temor, en donde las relaciones son a base de gritos, insultos, intentos de control y hasta de golpes. De ahí la importancia de fortalecer los lazos afectivos en pro del bien común, lo que permitiría sentirnos a gusto, protegidos y conscientes de que la sana convivencia admite reconocer y reflexionar sobre los elementos básicos de la concordia y la comunicación interpersonal de calidad en función de elevar las instancias que dan dignidad a la vida individual y colectiva.

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