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Hagamos conciencia y erradiquemos la mala intención


Texto e imagen de Fernando Silva


De acuerdo a estudios elaborados por investigadores sociales, lingüistas, psicólogos, filósofos, historiadores… a la determinación de la voluntad, conocida como la intención, es definida como el pensamiento enfocado para realizar una acción determinada, por lo tanto, el discernimiento dirigido a un fin puede conmover a los objetos inanimados y prácticamente a toda la materia viva, desde los organismos unicelulares y por supuesto hasta a los seres humanos. De ahí que al leer las hipótesis vinculadas con aspectos biológicos, psicológicos y estructurales que ligan los elementos o causas, así como las acciones y efectos de violentar o violentarse en el marco de la perspectiva biopsicosocial, relacionada tanto a factores personales como a los entornos socioculturales, nos permite reflexionar y entender de diversas maneras las condiciones que engendran las conductas irracionales e irascibles, así como las aportaciones desde la ciencia o los estudios de la mente y de la conducta en términos de soluciones efectivas para la promoción de la más importante, la educación que adquirimos en el hogar, ya que es la primera que obtenemos desde que nacemos y, sobre todo, porque es la que recibimos a través del método de enseñanza más eficaz que existe: el ejemplo.

Entendidos de cómo nuestro proceder puede influir en otros y con ello el que nos emulen, especialmente en el entorno familiar, es vital entender que en consecuencia se diversifican desempeños sociales en bien común con personas con las que se tiene trato de afecto y confianza, pero también se pueden manifestar tóxicos comportamientos —abusivos e impulsivos— que llegan a incitar patéticas conflagraciones. De ahí que cuando se puntualizan gestiones públicas cautelares y de salvaguardia hacia los derechos civiles, es trascendental tener en cuenta los factores que agravan la inseguridad e inestabilidad social, como los prácticas furibundas y arrebatadas que se han transformado desde una función meramente adaptativa —ligada a la supervivencia— hacia formas imprudentes e iracundas asociadas a la falta de control inhibitorio, lo que implica actos antisociales, de oposición a la moral y patrones establecidos culturalmente en cada sociedad.

En tal sentido, vale considerar ¿hasta dónde somos racionales?, ¿o tan sólo implica un concepto analógico? Sobre la plataforma de que la racionalidad —desde los griegos— es un distintivo: «El ser humano es un animal racional». Por lo tanto, mujeres y hombres asumimos la palabra Logos, de ahí el que seamos capaces de expresarnos y actuar con sensatez y razón. Entonces ¿por qué no desempeñarnos como espléndidos seres humanos? Evidentemente, el asunto no es desaprobar tal virtud con brutales actuaciones o simplistas expresiones como: «No se trata de ser santas y santos que aguanten la vara», «No hay que ser tan protagónico e importante», «Nadie se libra de cometer errores», «No existe ninguna persona perfecta»… Naturalmente, todos hemos llegado a cometer torpezas, lo que no es igual a ser mal intencionados, así como no pecar de inocencia para admitir que la perfección —en cualquier ámbito— es una constante construcción que no tiene desenlace, por lo tanto, establecer equilibrada coherencia ante la convivencia social es transcendental, tanto en la distinguida fraternidad como en la cruda brusquedad que conlleva agresividad, por lo que al deliberar considero que discurrir el entendimiento es conspicuo cuando se parte de la cognición y de las intenciones formuladas para razonar en bien de todo ser viviente y de nuestra Madre Tierra.

En este entendido, es sensato afirmar que no hay que ser manifiestos protagonistas, cuando en ello radica el distinguirse por ejecutar actos de violencia (de todo tipo); que se esté en posición de asesinar a quien sea por tan sólo tener un arma o ser parte de un grupo de la delincuencia organizada; ser un mandatario que considera a otras naciones ajenas a su ideología y, en consecuencia, justifique sin mayor recelo ataques bélicos; ser un empresario que hace hasta lo innombrable para obtener beneficios en su provecho; odiar y vituperar con «argumentos» basados en noticias falsas; y así, una lista interminable de tropelías que realizan ruines transgresores.

Evidentemente, quienes quebrantan la ley y delinquen se expanden con cinismo en todos los estamentos como un azote pandémico, de este modo oligarquías y diferentes sistemas autocráticos intentan —a toda costa— imponer sus ideologías conservadoras y de ultraderecha, cuyos sentidos suelen amañarse banalizando sus significados bajo el hipócrita alegato de ser los «guardianes» del buen accionar económico y político en cada país. Tal conjunto de ideas que caracteriza a estos perversos grupos hegemónicos encierran alto riesgo para las democracias, poniendo de relieve su morfología y su sentido opresor en todo el mundo. Por este motivo, es fundamental partir de un acercamiento a las respectivas concepciones de voluntad popular y soberanía, ya que conforman las teorías de participación de todos los miembros de la sociedad en la toma de decisiones que reconocen y respetan como valores esenciales la libertad y la equidad de todos ante la leyes fundamentales de cada estado-nación.

En este entorno configurado por las cuestiones y las contrariedades relacionadas entre sí, las distintas formas de violencia que tienen lugar en el mundo son de una enorme complejidad, producto tanto de las propias transformaciones en las relaciones entre los individuos, como del desigual desarrollo en lo económico y en la seguridad social, así como de la manera en que se ha alterado la experiencia de la vida cotidiana, produciendo un conjunto de perjudiciales hábitos y conductas a partir de consentir la estupidez, la ira, la ignorancia, la intolerancia, la mala intención, la avaricia, la soberbia, el odio… como parte «natural» del comportamiento humano. Lo contundente es que cada persona nace en y con una herencia sociocultural que lo potencializa para ser alguien respetable o despreciable, dependiendo de los fines que fije para sus acciones y de los medios que elija mientras fortalece e intensifica sus capacidades psicofisiológicas.

Manifiestamente, a ningún ser humano se le escapa que, con todas las luces y sombras que se observan —desde el punto de vista de los resultados prácticos— que el comportamiento de cada quien puede ser crecidamente positivo. Por consiguiente, la moral y la ética presentan una disposición descriptiva basada en los fines implícitos de los actos que pueden aunarse al poder cognoscitivo y, por ende, al pensamiento deductivo, inductivo, analítico, creativo y humanista, disponiéndolos como una serie articulada en pro del bienestar de todos, incluyendo por supuesto los ecosistemas. De esta manera, los actos intelectivos y las decisiones que proceden de lo conocido, influenciado y aprendido —afianzando las decisiones a los procesos deliberativos que se preparan en las vivencias— se presentan sin la iniciativa de la voluntad, aunque ésta esté latente en ellas, situándose en el interior de cada quien con sus dimensiones de peso, intensidad, resolución e intención, lo que marca la diferencia entre cada persona, manifestándose con determinación en actos de entendimiento y la facultad individual de decidir y ordenar la propia conducta.

De este modo, es posible comprender que la libre determinación de las sociedades tiene como objetivo proteger y respetar el que cada individuo pueda poner en orden y en situación conveniente sus objetivos de vida, con el objetivo de colaborar fundamentalmente en el bien común. Por lo tanto, asume mediante ello sus propias decisiones y el propósito de erradicar la mala intención como parte del respeto, la empatía y de su forma de ser y pensar como colectividad en protección de su digna identidad sociocultural, además, de proteger los atributos que hacen a cada persona un ser humano único e irrepetible. De modo que quienes nos consideramos personas conscientes tutelamos todos los aspectos que se encuentran enfocados a la realización personal en pro del propio y autónomo progreso humanista del propio ser. Seamos ejemplo de calidad humana, ya basta de hacer evidente la brutalidad y, mejor, distingámonos en ser personas de bien.

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