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Integrar talleres literarios en la educación básica



Texto e imagen de Fernando Silva


Enseñar a leer a los menores de edad (infantes y adolescentes) es una actividad que no consiste en la mera reproducción de palabras, es aplicar una pedagogía para la comprensión de textos y, con ello, desarrollar pensamiento crítico desde los primeros años de la formación escolarizada —lo que favorece su expresión y vocabulario— facilitando su modo de hablar sintáctico estructurado, ya que en esta etapa se fortalece lo intelectual y lo ético-moral. Asimismo, se amplifica su sensibilidad y estado afectivo del ánimo lírico, es decir, les ayuda a comprender los sentimientos, la disposición y el ímpetu que transmiten, además de interpretar el sentido que hay detrás del lenguaje figurado en que se manifiesta la poesía, epopeya, novela, cuento, sátira, drama, ensayo, crónica…, lo que les permite observar, pensar y actuar de manera sensata, consciente y afectiva. De esta manera, pueden gozar, imaginar, reflexionar, aprender, divertirse con las palabras y con sus pensamientos; también, estimular su interés animando sus propias ideas y motivados para expresarse con mayor y mejor sentido.

En esa dirección, potenciar e impulsar las habilidades lectoras en escolares de educación básica partiendo de talleres literarios con temáticas de narrativa popular —fábulas y/o leyendas— es un buen inicio, además de motivar la escritura, esa que surge del cómo departen conversaciones en su día a día. Tener en cuenta que leer es tan elemental, que no sólo les proporciona información e instrucción, sino que también ayuda en la educación que se imparte desde los hogares, creándoles hábitos de análisis y concentración. Naturalmente, un menor que vive en un entorno en donde la lectura es sana práctica, alcanza una autonomía cognitiva espectacular, lo que le brinda optimizadas herramientas mentales de entendimiento, inteligencia y razón natural para discernir y cultivarse por sí mismo durante el resto de su vida a partir de los procesos de construcción del conocimiento. Para que esto sobrevenga, es vital fomentar el conjunto de capacidades mentales como: memoria, atención, lenguaje, creatividad y observación, así como valores como empatía, afecto, bondad, fraternidad, tolerancia, consideración, compromiso… evidentemente desde temprana edad y, así, hasta el infinito y más allá.

Algo que no es poca cosa —pensando en este respetable y promisorio sector de la sociedad— es reconocer y aplaudir el que hagan lo correspondiente por una fluida comprensión literal, inferencial y crítica, así como el que aprovechen los beneficios del hábito lector. Del mismo modo, habrá que orientarles y hacerles notar que es algo más que un pasatiempo digno de realce, es la conspicua garantía para una calidad de vida digna y humanística en pro del bien común. Más aún en esta época de cambios vertiginosos, en la cual la información o noticias caducan con celeridad, lo que nos permite considerar las transformaciones culturales en cada nación, mismas que han planteado un sinfín de imperativos. Someramente especificaré algunas de las vicisitudes:

La globalización y sus secuelas, siendo portadora de innegables oportunidades que pueden favorecer la vida en sociedad, no garantiza que la humanidad va a estar amparada por los derechos y valores universales, por lo que si no ponemos en marcha tan positiva destreza extravertida con el generoso objetivo de disfrutar el diálogo que promueve la paz, la armonía y el entendimiento, así como la equidad económica, social y cultural en provecho de todos, corremos el riesgo de que se mantengan conductas temerarias.

El justo y ético desarrollo de las tecnologías de comunicación e información, mismas que refieran a las sociedades del conocimiento como el accionar humano, en donde el incremento en las transferencias de las ideas evolucionen —en todo sentido— hacia el modo en que compartimos experiencias, investigaciones, formación profesional, a favor de equilibrar la economía y las políticas públicas en amplio bienestar mundial.

Elevar el compromiso personal y social frenando los individualismos, escepticismos y superficialidades que inducen a la ausencia de responsabilidades particulares y colectivas en franca negación de lo perdurable y sustancial, es decir, aquello que beneficia a la totalidad de los seres humanos, comprendiendo el presente enlazado a un pasado y futuro, considerando la educación desde los hogares y la formación profesional bajo los conceptos de justicia, en una cualidad vital que conciba de forma integrada el conjunto de factores que se conjugan para que toda la humanidad podamos satisfacer nuestra necesidades fundamentales y, en consecuencia, tener óptima calidad de vida.

Por consiguiente, tan apreciable propósito —entre otros, que por espacio no menciono— paralelamente nos permite deliberar el aprendizaje de la escritura, ya que en toda enseñanza elemental hay un acto de expresión como destreza lingüística relacionada con la producción del discurso oral y escrito. Considero que es deber ineludible esforzarnos por comunicarnos de la mejor manera, y no entiendo por qué hay a quienes les resulta un tanto pedante el que utilicemos vocablo mal llamado arcaico y tan solo hagan uso —en lo cotidiano— de unas 300 palabras cuando en el diccionario nos encontramos con más de 93 mil; asimismo, el que nos afiancemos a las normas académicas, literarias y científicas del lenguaje, particularmente el escrito. Quizás alto porcentaje de la humanidad no atiende el hecho de que buena parte de las discrepancias y conflictos —desde los personales, familiares, sociales, hasta los mundiales— tienen que ver con la mala transmisión de las ideas y motivos y, por ende, la correspondiente mediocre y funesta interpretación, que en conjunto son la tóxica mezcla para que la estupidez o la mala intención se hagan presentes.

Primordialmente, el objetivo social debería ser el de contribuir al bien común en una responsabilidad de culturización que nos permita a todos dialogar para fortalecer virtudes o corregir torpezas, teniendo en cuenta las inconmensurables y beneficiosas variables que operan en el cumplimiento sensato del acto de comunicar, lo que implica educar dignamente con el ejemplo, más aún cuando de menores se trata. Un aspecto a tener en cuenta es el uso de dispositivos «inteligentes» que hacen —como diría la poeta Kenia Cano— que les duelan los pulgares mientras reducen su capacidad retentiva. Es tal el volumen de datos inútiles, noticias falsas, violencia y sexualidad explícita que se muestra en la red de redes, que no sólo abruma sino que impone a la mayoría de usuarios —que según la ONU llega a dos tercios de la humanidad— actividades o esfuerzos excesivos, gravemente adictivos y que llegan a causar en muchos casos alteraciones psicológicas y físico patológicas, como sufrimiento, depresión y dependencia.

Pensando en un futuro —no tan lejano— en donde logremos disminuir los detonantes de maldad, violencia, abusos, estulticias e ignorancia, podremos, en nuestra interlocución diaria, reflexionar sobre qué queremos comunicar y hasta qué debemos decir, escribir o, por lo menos, qué se espera que manifestemos, inmovilizando esos futiles impulsos reaccionarios e irracionales. De ahí la trascendencia de integrar talleres literarios en la educación básica para lograr, por principio, un diálogo circular que eleve la calidad humana, fundada especialmente en el respeto, la conciencia, el afecto, los valores humanistas y, en lo posible, más allá de lo que significamos en lo cotidiano. Hagamos de nuestra convivencia, al menos la inmediata, una sana práctica que nos permita convivir con todo ser viviente en dicha, pese a las discrepancias que puedan surgir.

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