Por: Fernando Silva
La aproximación y el análisis informado sobre la guerra, así como sobre sus causas y efectos, nos lleva a inquirir y averiguar responsablemente sus circunstancias y, a la vez, a identificar y contrastar sus fundamentos, pese a que desde mi pensar, no hay nada que justifique el mortal enfrentamiento, más aún, cuando sabemos que las confrontaciones armadas son una de las más despiadadas y mezquinas relaciones deletéreas y criminales entre naciones, donde se ponen en juego los imperativos sociales y la recóndita sordidez del vínculo humano, para doblegar y someter al otro. Tan miserable interacción, inevitablemente pone en escena el dolor, cuerpos lacerados, destrucción y aniquilamiento de un sinnúmero de personas civiles, así como a su ámbito sociocultural. Por lo tanto, el desventurado recurso bélico no es un simple instrumento, es un fin en sí, que se encubre como medio en un implacable fenómeno que arrastra a buena parte de la humanidad por la vía de la vergüenza y la conculcación, obnubilando la conciencia, los valores éticos y el entendimiento, ante la dificultad de enfrentar con dignidad el carácter paradójico de tan patético escenario.
En esta circunstancia, un inquietante aspecto a considerar se observa en la indiferencia de mucha gente, quizás, como respuesta ante la situación de terror y como prueba determinante del sentido de seguridad necesario para procesar lo traumático de los acontecimientos o, tal vez, como un modo de hacer patente que los hechos les resultan inciertos y/o que el abrumador aumento de información —incluidas las noticias falsas— terminan agobiando el entendimiento e incrementando la desesperación, las crisis nerviosas y la depresión, dando paso a la desconfianza en la veracidad de los medios masivos de comunicación; también, que en este oscuro entorno se advierta como un siniestro instrumento de poder destinado a garantizar la perversa eficacia de quienes aprueban y ejercen la violencia, distendiendo con ello la capacidad de reflexión de la gente y marginándola, aprovechándose a partir de ejercer el control sobre su miedo y dirigir su proceder —más, si están expuestas a un grave riesgo— ante estas situaciones «inesperadas» que al parecen estar algo más que controladas.
Obviamente, el desinterés ante hechos de crueldad no se circunscribe únicamente al caso de la actual guerra en Ucrania. Los campos de concentración nazi surgieron y se incrementaron ante la concienciación de millones de europeos que no quisieron ver, decir, ni participar en nada; tampoco fueron escuchadas las voces de miles de víctimas en la Guerra de los Balcanes, que en los cuatro años que duró el conflicto, murieron más de 130 mil personas; y lo mismo en Siria y en muchas conflagraciones bélicas. Al parecer —supongo— la indiferencia es cómplice indispensable para la segregación, la tortura, el racismo, el exterminio de poblados, el asesinato de personas, las violaciones a los derechos humanos… y para fortalecer el retorcido código de la cúpula del poder político, armamentista, empresarial, económico y financiero, que promueve el individualismo a la par que lacera la fragilidad de los lazos personales, familiares y sociales.
Tener presente que los conflictos armados tienen aspectos en común: Causan sufrimiento, afectando la salud física y mental de la gente; sobrepasan la capacidad de respuesta para atender a los desplazados y heridos; contaminan y destruyen el medio ambiente y los ecosistemas; afectan la infraestructura productiva, las viviendas y/o los edificios públicos y privados, a la vez que destruyen los servicios básicos esenciales en las regiones atacadas; lo que sobrepasa los mecanismos de reacción de la gente en situaciones extremas. En los más de 100 conflictos bélicos de las últimas décadas, el 80 por ciento de las víctimas fueron civiles. Tales circunstancias de vulnerabilidad, de peligro, de indefensión y de consternación marcan profundamente a las personas, en particular a los menores de edad.
La UNICEF subrayó que las consecuencias psicológicas en las víctimas (menores de edad) que sobreviven a estos brutales acontecimientos son: Agresividad, terror durante la noche, ansiedad y depresión, así como problemas de salud —específicamente en mujeres— como lesiones vaginales y en el cuello del útero, abortos, SIDA, además de retraso escolar y aislamiento general. También son víctimas de intimidaciones, amenazas, brutales palizas, torturas u otros abusos sexuales, homicidios y suicidios, secuestros, mutilaciones de algún miembro, extralimitaciones de todo tipo, acoso, prostitución, alcoholismo y drogadicción, abandono y desamparo familiar, discriminación...
Una «sentencia» de la UNESCO dice «Si las guerras nacen en la mente de los hombres es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz. Con ello, el trabajo por la paz (que no la ‘lucha’) toma un giro copernicano y hace regresar al fondo de la mente aquello que de allí surgió». De ahí el que la cultura de la paz sea una urgente construcción desde los hogares, en las aulas y en todas las prácticas sociales con respeto, tolerancia y afecto hacia nuestros prójimos. Por consiguiente, el conjunto de conocimientos que permite el generoso desarrollo humano, se puede lograr en un proceso de voluntad en un corto o mediano plazo, establecido sobre principios morales y éticos de reconocimiento universal, que buscan sembrar en la mente de todo ser humanos, la fortaleza de la conciencia y, por ende, de la serenidad individual y colectiva.
El natural objetivo es pensar sobre los retos que se dan en cualquier proceso de formación individual y social en bien de ser dignas personas, capaces de interactuar y relacionarnos con otros, respetando las normas de convivencia, conociendo nuestros derechos, cumpliendo con decencia nuestro sentido de vida e insertarnos constructivamente en una nueva y mejor sociedad. En ese sentido, educarnos en una cultura de paz y alta calidad humana es un reto constante para la comunidad de las bellas artes, ya que al observar los diferentes componentes que definen el comportamiento de humanidad, nos permite elevar la manera de pensar, crear y desarrollar nuestras expresiones estéticas, lo cual le puede brindar a toda persona el encontrar soluciones creativas que le permitan enfrentar los conflictos con mayor conciencia, logrando llegar a soluciones en donde la inteligencia, el diálogo y los incólumes argumentos sean los que nos permitan convivir en bien común.
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