Por Carol Perelman
@carol_perelman
Desde hace más de dos años aprendimos un término epidemiológico acuñado durante la Primera Guerra Mundial para hablar de la proporción requerida de una población que debería estar inmune contra un patógeno (ya sea por haberse recuperado o vacunado), para que disminuya su circulación: la Inmunidad de Grupo o de Rebaño.
Incluso, éste se convirtió en marzo de 2020 en nuestra máxima meta para poner fin a la pandemia. Todos recordamos los mensajes que en redes sociales nos explicaban por qué, para detener la transmisión, requeríamos que muchas personas fueran inmunes al coronavirus, de preferencia no por contagiarse, sino con las vacunas que aún estaban en desarrollo. Similar a como se hizo para eliminar la polio y erradicar la viruela. De hecho, países como Suecia decidieron no imponer restricciones y dejar correr al virus, precisamente buscando la deseada inmunidad de grupo. Pero, a más de dos años y conociendo mucho más sobre el virus y la enfermedad que provoca, ya es claro, como lo describió el Dr. Anthony Fauci en un reciente texto publicado en la Revista de Enfermedades Infecciosas, que el concepto clásico de inmunidad de rebaño no aplica a la COVID-19. Hoy, el objetivo debe ser otro. Y las razones son varias, comenzando porque el virus SARS-CoV-2 muta constantemente, generando nuevas variantes más contagiosas y que logran evadir la inmunidad (similar a lo que hace el virus de la influenza); a que ha encontrado muchos reservorios animales (y podría ahí esconderse por temporadas, incluso mutar, para luego resurgir); a que su transmisión en muchos de los casos es asintomática (por lo que es difícil seguirle la pista); a que la inmunidad que deja a su paso no es vitalicia y con el tiempo decae (permitiendo (re) infecciones)…, y a que, además, muchos integrantes de la sociedad siguen renuentes a vacunarse y a seguir con medidas de mitigación para controlar los contagios. Esto ha hecho que la circulación del virus siga, principalmente en poblaciones que no han alcanzado altos niveles de vacunación. Cuando comenzaron las campañas de vacunación, a fines de 2020 (e incluso la recomendación sigue vigente hasta hoy), la Organización Mundial de la Salud propuso como objetivo que al menos 70 por ciento de las personas en cada país sean vacunadas contra COVID-19. Algunos países han superado la meta y hoy disfrutan de una circulación viral con menor impacto en su población, con menos hospitalizados y muertos por COVID-19, como Chile, con 93 por ciento de su población con, con al menos, una dosis. Pero no es así en todos lados. Por ejemplo, al día de hoy en México estamos con un 66 por ciento de cobertura con al menos una dosis, similar al promedio mundial, que es de 65 por ciento. Los países más pobres están apenas con un 15 por ciento de población vacunada, según Our World in Data. Es evidente que la circulación del virus depende no sólo del nivel de vacunación en una población, sino también de la proporción de la población que ya tuvo COVID-19 (sabiendo que la inmunidad natural no es tan robusta que la adquirida gracias a la vacuna y que no es estática; es dinámica y va decayendo con el tiempo), de la movilidad de las personas, del relajamiento de las medidas y del surgimiento de nuevas variantes del virus. Es precisamente esta circulación persistente la que nos obliga a cambiar de estrategia. Ya no buscamos inmunidad de grupo: lo que requerimos es un constante control. Contención. Para buscar el control, lo que llamamos la endemia, no es suficiente tener una baja incidencia de casos. Ver el mapa de la República Mexicana en verde, ayuda; es necesario, pero no suficiente. Para que ese semáforo se mantenga y no sea solamente una tregua o intermedio debe haber acciones puntuales. Para estar realmente en una etapa controlada, los países deben comprometerse con seis estrategias que procuren la estabilidad en la transmisión, prevención y manejo de COVID-19:
1.- Ayudar en la equidad para la distribución global de vacunas y tratamientos;
2.- monitorear las variantes y los niveles de virus circulando en las aguas residuales para anticipar posibles brotes;
3.- hacer pruebas de diagnóstico constantes para detectar los casos positivos y conocer el estado de la epidemia (según la OMS, la positividad debe ser menor a 5 por ciento para estar en control, y hoy en México está en 28 por ciento);
4.- contar ampliamente con tratamientos antivirales como el Paxlovid, de Pfizer, y los anticuerpos monoclonales para tratar a las personas de alto riesgo (que ya han sido autorizadas en México, pero aún no han sido distribuidas para la atención médica de la población);
5.- no frenar la vacunación, sino seguir con la aplicación de primeros esquemas en población aún susceptible (ej. menores de edad), y en quienes requieren refuerzos porque ha pasado tiempo desde sus primeras vacunas (tenemos sólo 27 por ciento con refuerzos y aún 33 por ciento de la población sin ninguna dosis); y,
6.- mejorar la calidad del aire que respiramos en entornos cerrados, estableciendo estándares para la construcción de nuevas edificaciones, promoviendo la ventilación, certificando filtros en aires acondicionados y usando lámparas UV en ductos en espacios existentes (similar a como la Casa Blanca lo hizo oficial. Gracias a la epidemia de cólera en siglo XIX aprendimos la importancia de tomar agua limpia, ahora tras la COVID-19 requerimos pensar en cómo respirar aire limpio). Con esto queda más que claro que la decisión de quitar los cubrebocas y establecer el semáforo en verde debe ir acompañada de acciones concretas; de, específicamente, llevar a cabo estos seis puntos descritos para que pueda ser considerado una nueva etapa pandémica y no un momento efímero. De otro modo, sería un descuido, un abandono, y este suspiro sería sólo temporal. Soltar las riendas y no sustituirlas por este sexteto de estrategias haría que los países estén a la deriva, festejando victorias aparentes antes de tiempo, sin un plan confiable para evitar un posible siguiente pico; pasivamente anhelando no llegar a saturar los hospitales y naifmente deseando ya no ver muertes por la COVID-19 y viendo la oportunidad pasar con los brazos cruzados. Y es que no hacer nada es también hacer. Uno peca por acción, pero también por omisión. El no trabajar para implementar con apego estos seis puntos es fertilizar el terreno para que una nueva ola, disruptiva y dolorosa, surja en el país. Especialmente, ya con la subvariante BA.2 detectada en casi 2 de cada 10 casos positivos y teniendo encima las vacaciones de Semana Santa.
Como humanidad somos muy afortunados, ya que tenemos la forma de implementar estos seis puntos. No son una hipótesis teórica, un plan rimbombante y ambicioso, ni una estrategia descabellada y quijotesca. Son herramientas que ya existen gracias a la ciencia, a la investigación, a la biotecnología y a muchos esfuerzos de colaboración, pero para que funcionen hay que ir más allá de la retórica e integrarlos en la agenda pública, para poder seguir mirando el mapa en verde. Ser permisivos sin ningún tipo de lineamientos es muy irresponsable; podría traer consecuencias en la salud de muchos, especialmente porque el virus no es inocuo: deja secuelas y pérdidas de vidas humanas a su paso. Y claro, estragos en salud mental que luego de dos años es quizás el elemento más vulnerable con el que contamos. Estamos cansados. Sí. Todos. Pero la buena noticia es que podemos permanecer así, en verde, por una temporada larga, en placentera tranquilidad, si obedientemente procuramos ese sexteto. Esto lo debieran encaminar los países, pero a nivel personal y familiar, comunitario, tú y yo podemos hacer mucho. Estos mismos seis puntos se traducen en:
1.- estar siempre informados compartiendo información de fuentes confiables;
2.- hacerte pruebas diagnósticas si estuviste con alguien positivo o te sientes mal;
3.- no automedicarse;
4.- estar al día con la vacunación;
5.- usar el cubrebocas en lugares donde hay muchas personas; y,
6.- mejorar la ventilación de nuestros espacios de estudio, trabajo, recreación. Seguimos en la prevención. Y seguimos cada día aprendiendo más. Por lo pronto, a seguir atentos. Cuidando tu salud y la de los tuyos. Hagamos que el semáforo verde sea perpetuo y no sólo un momento en el tiempo.
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