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La música clásica es excepcional, pero el Jazz…


Por: Fernando Silva


La música clásica es un estímulo sonoro que impacta al campo perceptivo evocando y beneficiando de manera generosa a las emociones básicas de alegría y sorpresa para alcanzar un diálogo interno y externo empático, pleno y asertivo. Pero los efectos que nos ofrece son transitorios y se restringen a una habilidad específica viso-espacial, por lo tanto, no están asociados directamente con variaciones en funciones relacionadas a la inteligencia. En este entendido, desde hace un par de siglos han predominado dos concepciones disímiles en la naturaleza y estética musical, la imitativa y la expresiva, históricamente asociadas a los movimientos culturales e intelectuales del siglo XVIII conocidos como «Ilustración» y «Romanticismo». Según el primero de ellos —también denominado como «iluminismo»— la música dejó de concebirse como mero ornamento de la poesía, para ser considerada como un modelo autónomo de reflejar lo bello de la naturaleza, diferente de la imitación verbal característica de la manifestación del sentimiento relativo a la percepción o apreciación por medio de la palabra, aunque no menos legítima, e incluso más directa y conforme a sus propias cualidades acorde a lo que tienden ciertas formas de la realidad en continua búsqueda de la belleza en sí. De ahí que el giro romántico en las manifestaciones artísticas y literarias como reacción revolucionaria contra la Ilustración y el Neoclasicismo, el énfasis aplicado en un acorde o en una nota fue desplazándose progresivamente desde la imitación de la naturaleza hacia el genio creador y la espontaneidad de sus autores, instaurando novedosas concepciones de la obra musical como expresión de los sentimientos, entendiendo por «expresión» la actividad mediante la cual el compositor produce y resplandece con formas sonoras dotadas de atributos que surgen desde su enigmática vida mental.

De tal manera, estos procedimientos pueden reconocerse en algunas teorías del significado de la música —surgidas en la primera mitad del siglo XX— como lo fue el Jazz, que se caracteriza por eludir la ejecución de las interpretaciones a partir de la lectura fiel de una partitura, naturalmente, evolucionando hasta crear su propio lenguaje, en ese entendido, un músico clásico estudia las obras de Bach, Beethoven, Mozart… y un compositor e intérprete de Jazz tiene que aprendérselas, además, del mayor repertorio jazzístico que sus posibilidades y capacidades le permitan. De hecho, el conocimiento del conjunto de obras musicales es aún más importante para un músico de Jazz que para uno de clásico, ya que el intérprete clásico al menos sabe —de antemano— qué composiciones va a ejecutar, pero el del Jazz no siempre goza de esa ventaja. Este singular «recurso» es frecuente en el ámbito del Jazz, ya que en la intimidad de tan admirable cultura se reconoce —sin más dilación— la espontaneidad, la improvisación inventiva, la personalidad histriónica y hasta las intrincadas bravuconadas de un talentoso compositor.

En tal entorno, es recurrente —incluso en las diversas presentaciones públicas— que quien dirige a la banda no revela al resto de los músicos los nombres de los temas, ni siquiera cuando se hallan en el escenario, ya que simplemente se limita a tocar una breve introducción marcando el ritmo con el pie o con chasquidos de la mano y, con esas pistas, el resto tiene que deducir la canción y la tonalidad del tema a tocar. Así es su singular método o estrategia artística, de ahí la maravillosa destreza en la improvisación de un sinnúmero de intérpretes de tan gratísimo género musical.

Como referente a tomar en cuenta, tenemos el Ragtime (género musical que se popularizó a finales del siglo XIX) y que tuvo gran aceptación entre compositores clásicos como Satie, Stravinsky o Darius Milhaud, que usaron esas técnicas en sus obras. En los intentos de fusionar el Jazz y la música clásica, surgió el Jazz sinfónico, teniendo en la figura de George Gershwin al compositor más importante de esta corriente con temas como: Blue Monday, Rhapsody in blue y la ópera Porgy and Bess. Asimismo, Benny Goodman fue una de las figuras primordiales en la fusión de ambos estilos. Diversos músicos del mundo clásico compusieron obras para él, como Aaron Copland, Béla Bartók y Paul Hindemith). Posteriormente —en los años cincuenta, del siglo XX— emergió la llamada Third Stream, en donde la armonización de ambos estilos fue espectacular y no una superposición como había ocurrido con representantes como Modern Jazz Quartet o Gunther Schuller.

En tal sentido, esta riqueza musical tuvo diversos orígenes, por lo que se podría decir que es un «estilo mestizo» que fusiona culturas africanas, afroamericanas, indoamericanas y europeas, incorporando diversos elementos —históricos, estéticos y estilísticos— para el perfeccionamiento de su propia naturaleza e identidad y la consolidación de su propio lenguaje. A grandes rasgos, el Jazz se relaciona con la influencia supeditada al entorno descrito en el raciocinio de sus antecedentes históricos y principios multiculturales; sólo así es posible entender cómo los africanos sometidos en contra de su voluntad y trasladados al continente americano, trajeron consigo los bailes y rituales vinculados al Vudú, que posteriormente mezclaron con la música religiosa de las comunidades blancas, especialmente con los cantos religiosos protestantes. Subsiguientemente, se integraron otros estilos para su evolución, como el Jazz fusión, que utiliza elementos de la World Music —instrumentos electrónicos, timbres de música oriental, formas extendidas y grandes secciones de solos— así como del Hard bop, influido principalmente por el Blues y el Góspel, estableciendo el riff, que es una «frase» que se repite a menudo, normalmente ejecutada por la sección de acompañamiento y que también se aplica para una tonada o punteo, generalmente de guitarra, que se reitera en diversas partes de la canción.

Actualmente y gracias a las redes mundiales de la industria musical, el Jazz es ampliamente difundido, favoreciendo así su identificación y su práctica armónica —basada en la aplicación de la armonía moderna, que a su vez es heredera de la música clásica— por lo que podemos decir que el Jazz sistematizó e hizo propio el tratamiento de la armonización melódica, y que al propagarse, pasó a ser un modelo de cómo trabajar la combinación de sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes en el escenario de la música popular contemporánea. Tal internacionalización implicó que su repertorio, exponentes y procedimientos fueran conocidos en prácticamente todos los rincones del planeta, por lo que músicos de diferentes latitudes pueden apreciar lo que grandes Jazzistas realizaron en una dinámica que favoreció la creación y la percepción de ritmos complejos como: Duke Ellington, Billie Holiday, John Coltrane, Sweet Emma Barrett, Thelonious Monk, Ella Fitzgerald, Charlie Parker, Mary Lou Williams, Dizzy Gillespie, Sarah Vaughan, Charles Mingus, Nina Simone… De ese modo, los procedimientos creativos de estos autores y otros cantantes y músicos están al alcance de incontables ejecutantes, productores y amantes de tan exquisito y privilegiado estilo musical.

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