Por Omar Garfias
@Omargarfias
Nunca he consumido mariguana o alguna droga ilegal.
De hecho, asumo que el uso crónico puede causar efectos nocivos en el cerebro y suscitar comportamientos antisociales.
A escala mundial, más de 296 millones de personas consumieron drogas en 2021, un aumento de 23 por ciento con respecto a la década anterior, según el Informe Mundial sobre las Drogas 2023 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.
La evidencia incontestable indica que la prohibición de las drogas no ha alcanzado sus objetivos y ha originado un problema mayor: inseguridad pública, cientos de miles de muertes y estados de terror permanente.
La prohibición no ha servido para erradicar las adicciones.
La prohibición lleva más de 100 años de fracasos, desde 1912 que se ilegalizaron internacionalmente los opiáceos, y desde 1920, cuando en México se publicó un decreto titulado: “Las disposiciones sobre el cultivo y comercio de productos que degeneran la raza”.
Nada indica que la prohibición tendrá un futuro exitoso. Hay adictos y drogas en las universidades más caras, en los países más religiosos y estrictos, en los pueblos más pobres y apartados. No hay menos en ningún lado; al contrario, hay más. No hay ninguna institución impenetrable a la corrupción del narcotráfico, incluidos la iglesia católica, los ejércitos musulmanes y las guerrillas marxistas.
Ni en las cárceles, donde los internos están vigilados y sus movimientos restringidos, se detuvieron las adicciones y el narcotráfico.
La legalización, acompañada de un abordaje de las adicciones como problema grave de salud pública, es una alternativa que vale la pena explorar. Puede ser más eficaz.
Potencialmente, legalizar disminuiría la oferta. El precio de las drogas bajaría al dejar de ser ilegales. Dejaría de ser un negocio tan atractivo. Muchos agentes abandonarían la producción.
En Choix, Sinaloa, dejó de sembrarse mariguana. No fue por la operación “Cóndor” del ejército; fue por la legalización del cannabis en California. Dejó de ser rentable. Fue una solución de mercado.
Despenalizar no aumentaría la demanda, porque la demanda no está inhibida. Cualquier persona puede conseguir la droga que quiera, hasta por internet. Usa droga quien quiera usarla. No hay nadie que esté esperando la legalización para usar drogas. Los que quieren ser consumidores ya lo son.
Restaría fuerza económica al crimen organizado. Seguiría habiendo delitos y mafias, pero sin los ingresos que hoy les significa un mercado calculado en 60 mil millones de dólares anuales.
Descriminalizar permitiría concentrarse en atender adictos. La demanda de tratamientos para trastornos relacionados con las drogas continúa insatisfecha en gran medida, de acuerdo con el Informe de la ONU. En 2021, sólo una de cada cinco personas que padecía trastornos relacionados con las drogas seguía un tratamiento. Podría reorientarse la inversión pública a campañas de información, de cuidado a la población en riesgo y a tratamientos para los enfermos.
Despenalizar posibilitaría supervisar la producción y evitar las muertes por mala calidad y por exceso de dosis en cada pastilla, inyección o cigarro.
La prohibición ha engendrado una tormenta de violencia.
La violencia es propia de negocios no regulados por las leyes. Los negocios ilegales no pueden acudir al sistema judicial, por lo que hay muchos incentivos para no cumplir acuerdos y para la traición. El recurso para disuadir el incumplimiento o para abusar de los otros actores de la industria es la violencia aterradora.
Violencia y traición son ejes por los cuales transita el crimen organizado.
Para sostener una fuerza violenta mayor a los demás actores es necesaria una estructura muy costosa. Por ello requieren, crecientemente, de nuevas fuentes de ingresos.
Los sinaloenses vivimos en el centro de esa tormenta.
Matan a quien se les antoje; son el ejemplo a seguir para muchos; están por arriba del poder político; doblegan al sistema de justicia, domestican al poder económico.
Asesinan a plena luz del día; tiran cadáveres aquí mismo, en la ciudad; secuestran personas mientras los demás los miramos y grabamos; llenan de balazos la noche de una cantina, presumen públicamente sus letales armas, responden con un balazo a los reclamos de tránsito.
Son ídolos de los niños; provocan una extensa red de prostitución a su servicio; son adulados por centenas de corridos y cantantes, son deseados por miles de jovencitas; son presumidos como amigos; dan fiestas memorables; mantienen joyerías, restaurantes, agencias de autos y bandas de música, emborrachan a pueblos enteros durante varios días y noches, son leyendas encumbradas en series y películas.
Reciben procesiones de candidatos y les dan su bendición; son factótum político; no hacen caso a los gobernantes elegidos; hacen su propia campaña electoral, controlan miles de electores, tienen muchas siglas partidarias a su disposición, asignan obra pública.
Matan policías y soldados; reciben el respeto y el saludo desde las patrullas; recomiendan secretarios y directores de seguridad pública; se aprestan a escoger jueces, magistrados y ministros de la Corte.
Son socios generosos, socios obligatorios; llevan a la bancarrota a sus competidores; tienen crédito abierto en todos lados; espantan la inversión, manejan el capital, los recursos materiales y la comercialización de todo.
Nuestra seguridad pública necesita un debate científico sobre la legalización.
En 2018 la Suprema Corte ordenó al Congreso legislar sobre la mariguana. No lo hizo.
Este es un problema donde nos jugamos la vida.
Deliberemos con profundidad.
Analicemos todas las experiencias y busquemos todos los conocimientos.
Este es el verdadero debate por la paz.
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