Por Omar Garfias
@Omargarfias
“Empezó a doler, no vi que pasó, me quité los zapatos, me pusieron hielo, me dijeron que era una bala, ya había bajado a mis dedos, me hicieron una radiografía y me dijeron que tenían que sacar la bala”, relató a los periodistas, Natalia, una víctima de la “lluvia de balas navideñas”. El calibre que la hirió era AR-15.
Jesús Beltrán, de 36 años de edad, murió por una bala perdida que le perforó la espalda mientras convivía con familiares en Los Amargos, Cosalá.
La señora Maricela recibió una bala en una pierna mientras festejaba con su familia en el patio de su casa, en la colonia Libertad, de Culiacán.
Juan “N”, de 31 años de edad, fue llevado por su familia al Hospital General con una herida en una pierna. Repentinamente cayó al piso; al intentar levantarlo, se dieron cuenta de que tenía un balazo.
Idania, niña de 2 años 8 meses, falleció en el Hospital General de Culiacán luego de que una bala perdida calibre 45 le reventó la cabeza mientras jugaba con su hermana, en la colonia Buenos Aires.
Cedemos nuestra libertad al Gobierno, aceptamos no hacer todo lo que queramos, a cambio de seguridad y protección.
Ese es el acuerdo que funda a la sociedad.
No vamos a pelear entre nosotros; se van a establecer unas normas y la autoridad se va encargar de que se cumplan y de que nadie abuse del otro.
La primera obligación de todo Estado es dar seguridad a los ciudadanos.
Vivir en sociedad significa que entendemos que no podemos convivir si peleamos permanentemente todos contra todos para proteger nuestras propiedades, familia y vida.
Aceptamos leyes y reglas porque el gobierno se encargará de protegernos, de que prevalezca el interés de quien tenga la razón, no la fuerza.
El principio que nos civiliza es que, sin autoridad, estaríamos como en la selva, como animales feroces. La primera falla de cualquier gobierno es no proteger a los ciudadanos, no imponer la ley.
En Sinaloa hay un conjunto de personas que están por encima del Estado.
Matan, roban, trafican con productos prohibidos, amenazan.
En los festejos de diciembre hacen gala de su poder, de no respetar las reglas, de ser impunes.
Una forma de hacer sentir su fuerza e infundirnos temor es salir a disparar.
Nos dicen que son fuertes y que tienen gran capacidad de hacernos mucho daño.
Del tamaño de la balacera, de lo fuerte y repetido, es el miedo que, nos dicen, debemos tenerles.
Nos dicen que no les pasa nada, que disparan y disparan y no los detienen ni castigan.
Todavía más, la escena nos dice que son admirados.
Hay muchos que ni son narcos, pero salen a disparar también.
Los niños sinaloenses reciben anualmente esa lección de valores.
Oyen lo poderosos que son quienes no respetan la ley.
Corren a esconderse y dejan de jugar porque los violentos toman posesión de calles, plazas y patios.
Ven que el padre, la madre o el vecino toman un arma y, así, son superiores a quienes estudian, trabajan y respetan a los demás.
El Congreso no determina las pautas de comportamiento; lo hacen los señores cuyos nombres es peligroso escribir.
El sistema de justicia penal no aplica los castigos; lo hacen los operadores expertos en tablear traseros.
Son graves signos de una sociedad conducida por quien tiene la fuerza y no por quien tiene la razón.
Es muy urgente una acción pública que reordene Sinaloa, con base en la prevalencia de la ley y la convivencia justa.
El simbolismo de las balaceras decembrinas, del narcofestejo navideño, es muy alto.
La pedagogía civilizatoria reclama una política pública eficaz para que las causas pacíficas y de colaboración ciudadana recuperen las fiestas, las plazas, las calles y los patios.
El parámetro de medición de éxito de recuperar la paz no son el número de llamadas de denuncia. Ese es un mal indicador, pues hay muchas malas motivaciones para que una víctima no denuncie a los agresores.
Las llamadas pueden reducirse porque aumentó el miedo para denunciar o se dificultó la forma de hacerlo.
Sabremos si el gobierno recuperó su función de proteger y dar seguridad cuando veamos que se redujo la impunidad.
El indicador adecuado es el porcentaje de personas encarceladas por haber disparado armas.
No puede haber gobierno exitoso si no hay detenidos.
Cada descarga implica un culpable, un delincuente que debe ser aprehendido.
Cuando se acabe la impunidad, tendremos una convivencia sana.
Las fiestas serán de los niños, las comidas, las alegrías, los amores, no de las balas perdidas.
Necesitamos que nos protejan de balazos y narcofestejos.
Esperemos que haya detenidos, que no exista impunidad, para que el futuro sea de fiestas sin miedo, que son las mejores.
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