Por Fernando Silva
En la actualidad, desafortunadamente buena parte de la humanidad se aleja del patrón alimentario recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la infinidad de instancias de salud de cada país, mismas que promueven y determinan los grandes beneficios de consumir o, al menos integrar cada semana la ingesta de vegetales, leguminosas, semillas, frutas, cereales, así como sus derivados y, en contraposición, evitar los nocivos productos tratados o modificados mediante procesos químicos o físicos y elaborados con alto contenido de sodio, grasas y azúcares, así como del consumo de carnes rojas y blancas que se procesan industrialmente: de res, cerdo, ovina, equina, pescado, pollo, pavo, gallina y conejo, asegurando que la mayoría de quienes producen con medios mecánicos y artificiales mantienen hacinados a los animales en condiciones antihigiénicas y en constante estrés, incluso con el uso ilegal de la estimulación del crecimiento no natural, reduciendo así sus costos, pero siendo despreciados por buena mayoría de seres humanos que observamos el delito consistente en causar daños de manera deliberada a las diversas especies, a la mayoría de sus trabajadores, obviamente al medio ambiente y, principalmente, a los consumidores finales, en el que predominan infantes y adolescentes. Además, estas industrias son de los sectores que más contaminan, contribuyendo contundentemente al cambio climático.
Sobre el particular, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) asegura que esta industria emite más gases de efecto invernadero que todo el transporte mundial junto. Asimismo, la publicación Livestock and climate change de Goodland y Anhang, concluye que en el mundo el ganado y sus subproductos emiten el 51 por ciento del total de estos gases. Entonces, cuanto mayor sea el cambio climático, se verá amenazado el equilibrio de nuestros ecosistemas. Así, un aumento de la temperatura media terrestre de más de 1.5 grados Celsius, conducirá a fenómenos climáticos extremos que tendrán un impacto directo en el derretimiento de los glaciares; el aumento del nivel del mar y la inundación de ciudades costeras; la proliferación de huracanes con mayor intensidad destructiva; la migración forzada de ciertas poblaciones de mamíferos y de un sinnúmero de aves; la desertificación de zonas fértiles, así como el negativo impacto en la agricultura y, patéticamente, a su ganadería.
Asimismo, en cuanto a los «alimentos basura» algunas responsables naciones han establecido categorías y clasificado distintos tipos de retiro de estos dañinos productos, respondiendo a sus situaciones particulares de funcionamiento, legislación y organización. Al desarrollar tal sistema, es posible que se establezcan opciones eficaces y criterios para ayudar a la gente con la intención de que adopte las decisiones más acertadas en bien de su salud física y mental al leer las etiquetas y evitar aquellos «alimentos» que lleven grasas y/o aceites hidrogenados, azúcares añadidos, una proporción importante de harinas refinadas, exceso de sodio, sal y sacarina. En concreto, los empresarios de tan lamentable industria deben ser los principales responsables de la eliminación de sus insalubres productos, ya que no es aceptable que, sabiendo cómo fabrican sus mercancías, no hagan conciencia del perjuicio que generan a la población mundial y, por ende, a la economía en términos de salud pública en cada país. Consecuentemente, cuando la «comida basura» se cuela en la dieta, se contribuye al desarrollo de obesidad, diabetes, padecimientos cardiovasculares, carencias nutricionales e incluso depresión, entre otras enfermedades.
A lo anterior habrá que considerar los riesgos de consumir productos de venta callejera, que además de representar una carga evidente para los servicios de salud pública, por lo general no están reglamentados y, quienes colocan sus puestos, tienden a no observar normas adecuadas, especialmente de higiene. Obviamente, tal circunstancia obedece a múltiples causas: la migración a las ciudades, que ha propiciado un aumento de zonas urbanas marginales con alto subempleo o desempleo; urbanización acelerada y desorganizada; el inmenso hacinamiento de personas en espacios urbanos reducidos; la falta de desarrollo en suburbios y municipios; largas distancias entre el lugar de trabajo y el hogar; escasez o ausencia de establecimientos que sirvan sanos alimentos a precios razonables… En tal entorno, hay que considerar que si bien los consumidores de alimentos vendidos en la calle provienen de una amplia gama de estratos socioeconómicos, sus perfiles socioculturales resultan afines al de los vendedores, por lo que sus preferencias se relacionan menos con la inocuidad o higiene en los alimentos, que con sus gustos personales y el precio económico del «festín» ofrecido. Esto incluye a los turistas, muchos de los cuales encuentran que en esos puestos se brinda una excepcional ocasión para probar —a bajo costo— parte de la cultura gastronómica de cada sociedad.
En esa dirección y para contribuir en bien de una alimentación saludable, tenemos que elegir la que nos aporte los nutrientes esenciales y la energía que cada quien necesita para mantenerse sano. Actualmente, es llamativo observar el gradual interés por la alimentación, la nutrición y la salud que promueve la dieta vegana o vegetariana, por lo que cada vez más estudios científicos demuestran los beneficios que una dieta rica en proteínas, vitaminas y minerales tiene sobre el conjunto de las condiciones físicas y mentales. Paralelamente, desde diferentes asociaciones de profesionales de la dietética y la nutrición, señalan que asumir este tipo de dietas —adecuadamente planificada— resulta saludable y correcta desde un punto de vista nutricional; además, es beneficiosa para la prevención y tratamiento de diferentes enfermedades, por lo que instituciones de salud pública como el Servicio Nacional de Salud de Inglaterra (NHS) o el Departamento de Agricultura de EEUU (USDA) coinciden con esta posición y ofrecen consejos para el seguimiento de una dieta vegetariana o vegana equilibrada en las diferentes etapas de la vida. Algunas de sus investigaciones sugieren que las dietas a base de vegetales, leguminosas, semillas, frutas y cereales nos ofrecen generosos beneficios para la salud cardiovascular con niveles bajos de colesterol; mejora de la presión y el flujo sanguíneo; mayor control del azúcar en la sangre; menor riesgo e incluso la reversión de la aterosclerosis; reducción del estrés oxidativo y la inflamación. También se encontró una disminución en el desarrollo de la enfermedad renal crónica. En este entendido, resulta inquietante que aquellos que siguen una dieta con alta proporción de alimentos con exceso de azúcar, grasas saturadas y procesados con químicos, presentaron un riesgo más alto de tener enfermedades crónicas.
De esta manera y a razón de hacer conciencia, cada vez más personas eliminamos el consumo de productos de origen animal y de comida basura por una cuestión de salud personal, así como para evitar el maltrato de las especies animales, de los ecosistemas y, por ende, de la Madre Tierra.
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