Política moderna: ignorante y exigente
- migueldealba5
- 29 abr
- 3 Min. de lectura

Que nunca se calle,
que nunca se calle,
que siempre resuene
y no se desgaste en el valle.
El periodismo es el reflejo
de la sociedad; con su voz,
construyamos
un mundo de igualdad.
Poema El poder de la palabra
autor desconocido,
publicado en

El desdén hacia los medios: los políticos modernos y su doble rasero con la prensa.
Deben aprender que la prensa es un contrapeso, no un accesorio.
Esto es para todos los políticos del mundo que buscan silenciar, de un modo u otro, a quienes piensan distinto. Exigen atención, imponen derecho de réplica, pero pocas veces entienden el papel de los medios.
Es así que su comunicación NO sirve, sólo gasta recursos, pues se creen infalibles y se equivocan en su propia publicidad, que aleja y no aporta a la gente. Se centran en la volatilidad de las redes, sin meditar que tres minutos después la gente no recuerda qué dijeron ni quién lo dijo.
Una de las constantes más inquietantes de la política contemporánea es el desprecio sistemático que muchos políticos profesan hacia la prensa. No se trata de una moda pasajera ni de un mal local: se ha vuelto común ver a quienes ocupan cargos públicos ridiculizar a los reporteros, minimizar el trabajo periodístico o vetar directamente a medios críticos, y hablamos desde figuras septuagenarias hasta líderes veinteañeros, en todo el espectro ideológico.
Paradójicamente, esos mismos políticos que descalifican a la prensa con furia casi ritual, son los primeros en exigir cobertura amplia de sus giras, posicionamientos y conferencias. Quieren prensa sin periodistas, micrófonos sin preguntas, cámaras sin contexto. Es un doble rasero y quieren volverlo norma.
Una explicación es la ilusión de control que dan las redes sociales. Hoy muchos políticos prefieren hablar "directamente a su gente” desde plataformas como X, TikTok o Facebook. Aparentemente, evitan los filtros de los medios tradicionales, pero en realidad se aíslan de la crítica y generan cámaras de eco que se rompen apenas una nota periodística los confronta. Entonces estalla el enojo.
Basta recordar cómo Donald Trump convirtió el término fake news en un arma de desprestigio contra cualquier medio que lo cuestionara. Veta reporteros, descalifica cadenas enteras y mantiene una base que desconfía sistemáticamente de la prensa libre, pero al mismo tiempo usó a los medios para amplificar cada paso de su campaña y de su Presidencia. Los necesita, pero no los respeta.
En México, el fenómeno es igual de evidente. López Obrador instauró una narrativa de polarización en sus conferencias matutinas para distinguir entre “prensa fifí” y “periodismo comprometido”. Desde ahí señaló a periodistas por nombre y apellido, ridiculizó preguntas legítimas o cuestionó intenciones. La crítica no le incomoda por lo que dice; le incomoda que exista.
Claudia Sheinbaum le copia en todo.
Y esto se replica en distintos niveles del poder. Cada vez es más común ver a gobernadores, alcaldes y funcionarios tratar con desdén a los reporteros de a pie. Los discriminan por su origen, su acento, su apariencia o su medio. Es un elitismo disfrazado de superioridad técnica, una forma de “racismo profesional” hacia un gremio que les resulta incómodo, pero que les es indispensable.
La consecuencia de esa hostilidad no es simbólica: es mortal.
México es uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo. Según el informe más reciente de Artículo 19, en 2023 se documentaron 561 agresiones contra periodistas, once de ellas letales. Y en más del 40 por ciento de los casos, los responsables fueron funcionarios públicos. No es sólo desdén, es persecución.
¿Se puede revertir la tendencia? Sólo si se reconoce que la prensa es un contrapeso, no un accesorio. Preguntar es una función democrática, no una concesión graciosa. El micrófono no es para elogiar, sino para pedir cuentas. La prensa libre incomoda porque hace lo que tiene que hacer: incomodar al poder.
Cuando los poderosos deciden a quién se le permite preguntar, no se apaga una voz, se apaga la democracia entera.
Pero no aprenden.
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