Por Omar Garfias
@Omargarfias
La eficiencia de los gobiernos depende de su capacidad de corregir lo que está mal.
Cuando continúan haciendo algo equivocado, el daño a los ciudadanos se profundiza.
No se trata de que cambie sólo porque alguien lo pida, sino que se establezca una fructífera deliberación pública entre autoridades y sociedad civil en la que se intercambien razones e información para llegar al punto óptimo.
Sobre todo, es fundamental que los gobiernos no violen las leyes. Si eso sucede, se rompen los principios fundamentales de los ciudadanos por tener seguridad, libertad, patrimonio y derechos.
El gobierno se convierte en un agresor, deja de ser protector, apoyador, impulsor.
Lo mejor es tener gobiernos que mejoren sus políticas atendiendo la opinión ciudadana y se ocupen de no violar la ley.
Hoy tenemos un gobierno que no es capaz de mejorar lo que hace, sino que cava para agrandar sus deficiencias.
Un gobierno que no da las respuestas que necesitamos, porque no escucha ni reconoce lo que hace mal.
Andrés Manuel López Obrador es un hombre de poder muy intolerante, colérico y golpeador.
Nayelli Roldán, una joven reportera nacida en una colonia popular de las orillas de la CDMX, que estudió en la UNAM, le presentó pruebas, documentos oficiales, que indican que el Ejército espía ilegalmente a ciudadanos que no son delincuentes.
Menuda, bajita, delgada, con unos lentes grandes, Roldán ha hecho periodismo muy inquisidor desde los tiempos de Peña Nieto, contra quien fue muy cuestionadora; ha escrito libros y reportajes premiados sobre temas que ella denuncia como corrupción del gobierno priísta.
López Obrador reaccionó con insultos; con las gesticulaciones que ya le conocemos, arremetió: “el periodismo de ustedes no está cerca del pueblo, ustedes están al servicio de la oligarquía, de los que se sentían dueños de México, de los que se dedicaron a saquear a México y quieren regresar por sus fueros; ustedes son pieza clave de ese grupo conservador, corrupto, que le hizo mucho daño al pueblo de México y a la nación”.
Mientras, una empleada del gobierno interrumpía a la periodista y le pedía reiteradamente que le regresara el micrófono.
El presidente evita que le digan cosas que no sean elogios y halagos.
En 1 mil 58 mañaneras únicamente ha habido diez preguntas cuestionadoras.
Tienen un sistema para que no lleguen periodistas críticos: inundan de muchos amigos en las primeras filas; la consultoría “Spin” informa que la probabilidad de que pregunte alguien de la fila uno es de 53 por ciento, y de la fila dos es de 24 por ciento. A veces cambian la ubicación, pero siempre son favorecidos los amigos, quienes, curiosamente, traen escritas las preguntas que leen tropezándose, como si no las hubieran hecho ellos.
En la mañanera no tienen derecho de réplica ni siquiera quienes han sido atacados ahí por el presidente. Xóchitl Galvez pidió aclarar algo que dijo de ella y López Obrador se negó a darle espacio. La senadora se amparó para poder expresarse en ese foro donde la habían difamado, pero el gobierno interpuso un recurso para impedirlo. Sigue el forcejeo jurídico hasta el momento. Por las buenas, el interés por dar acceso a escuchar voces disidentes no se pudo.
Lo que nos dice el presidente no tiene filtro ni verificación. Como es la única voz, puede decir lo que sea, eso es lo que le gusta.
La organización Artículo 19 pidió informes al propio gobierno sobre 34 declaraciones que hizo López Obrador en la mañanera. Resultó que el 58 por ciento de lo dicho por el primer mandatario no tiene cómo comprobarlo, no hay datos que lo confirmen, y el 26 por ciento son mentiras, porque las cifras oficiales dicen lo contrario.
Artículo 19 ha denunciado, desde 2012, las agresiones contra periodistas y la libertad de expresión en México.
El presidente mintió a Nayeli Roldán. Le prometió que esa tarde le daría la información que justificaría que el Ejército espíe a periodistas y defensores de derechos humanos, en lugar de a narcos y delincuentes, y nunca le dio nada.
Gobernar eficientemente requiere de confrontar las políticas con la realidad y el sentir de los ciudadanos.
El pueblo y la administración pública necesitan un gobierno más receptivo.
Cuando el poder escucha recibe información sobre su desempeño, añade conocimientos que requiere para su trabajo y crea una cultura de aprendizaje, un espíritu de escepticismo, una disposición para aceptar el desacuerdo.
La democracia implica que las acciones de gobierno se analicen entre gobernantes y gobernados.
En el futuro, debemos procurarnos gobernantes que no vean a los ciudadanos como simples eslabones de una cadena para aplicar sus órdenes.
Nos piden conformarnos con que cada cien mañaneras el poderoso responda autoritariamente una pregunta cuestionadora.
Aspiremos a un gobierno eficaz y eficiente que sepa mejorar, que escuche… y que no viole la ley.
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