Por: Fernando Silva
El arte sacro es una denominación para todas aquellas piezas que tienen como fin el culto a lo que una religión considera como sagrado o divino, representadas por medio de pinturas, esculturas, arquitectura, vitrales, mosaicos... en pasajes y aspectos relativos a sus dioses, deidades, vírgenes o santos, a los cuales les manifiestan respeto y acatamiento. También entran en este término, los objetos litúrgicos utilizados en las distintas solemnidades y ceremonias que poseen un valor estético. Cabe apuntar que la mayoría de los estudios e investigaciones sobre arte sacro se han abordado desde el punto de vista religioso, por lo que es importante aclarar que existen al menos dos definiciones, la que da el creyente y la del crítico de arte —entre otros especialistas—, ambas son válidas, aunque una que fuera imparcial seguramente aspiraría a conciliar las dos visiones en favor de ser moderada en los juicios de valor. En ese sentido, y más allá de la importancia que posee cada representación como objeto de manifestación esotérica de cada fe, se debe señalar que éstas ostentan una estimación histórica y cultural que las hace ser objeto de protección por parte de los gobiernos, teniendo en cuenta que en algunos países no pertenecen a las iglesias como tal, sino que son consideradas patrimonio cultural de cada nación.
Desafortunadamente, son profusos los obstáculos que se afrontan para resguardar de modo efectivo los bienes referidos, ya que los deplorables allanamientos han crecido como consecuencia de la falta de inventarios oficiales y el escaso interés y presupuesto para tener un preciso registro sobre las piezas que los países tienen. De hecho, en la mayoría de los casos ni siquiera existen datos sobre su existencia, lo que facilita robarlas y venderlas ilícitamente al mejor postor. Por lo tanto, el saqueo organizado, el tráfico y la venta de bienes culturales que formaban parte integral del patrimonio, la historia y la identidad de un país e, incluso, de la humanidad, se encuentra en manos de particulares, que sin escrúpulos las exhiben en sus hogares sabiendo que las adquirieron de manera ilegal.
Asimismo y reconociendo la importancia de miles de religiones, de las que sobresalen: cristianismo, islamismo, judaísmo, hinduismo, budismo, tradicional china… los despojos no sólo dañan los patrimonios culturales, sino que usurpan a las comunidades de objetos o imágenes de devoción y culto, los cuales para éstas tiene un valor más trascendental que el económico. Lo más inquietante es que tales operaciones se relacionan con una industria que deja grandes ganancias a las redes internacionales de traficantes, mientras que las localidades pierden piezas con un importante valor cultural, artístico y religioso. Asimismo, la compra-venta ocurre en un círculo muy específico, principalmente saqueadores que se asocian con galerías, bazares y particulares para la sobreventa. En tal enajenación, relevantes museos propician el tráfico cuando pretenden formar o incrementar sus colecciones sin importar de qué manera se consiguieron y, en el proceso —quienes operan en el ilícito negocio— encuentran un modo de lavar dinero al adquirir estos bienes de alto valor, al tiempo que conforman un mercado negro bajo el disfraz de vendérselos a «coleccionistas expertos».
Sobre el particular, la Convención de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) señaló que el tráfico ilícito de bienes culturales sigue siendo un problema internacional, por lo que destacó: «Desde mediados del siglo XX, se ha redoblado la lucha contra el comercio ilegal y ha progresado la toma de conciencia sobre el daño moral que causa el pillaje, al menoscabar la identidad de las poblaciones afectadas. Pero el entusiasmo por los objetos de arte, cuyos precios se han multiplicado en poco tiempo, lo moderado de las sanciones y la vulnerabilidad de los sitios arqueológicos y religiosos que se encuentran en zonas de conflictos bélicos constituyen otros tantos retos que es preciso afrontar para frenar el tráfico de ‘las antigüedades de sangre’ como algunos lo denominan».
Sin lugar a dudas el robo, tráfico, exportación y venta de arte sacro, resulta en gran pérdida, ya que cada objeto despojado significa una mutilación irreparable a la riqueza cultural en cualquier sociedad. Es así como encontramos un extenso y variado abanico de religiones, sobre el cual el filósofo Kenneth Shouler, autor del libro The Everything World's Religions Book, afirma que en el mundo existen 4.200 religiones vivas e innumerables ya extintas, cuyos templos y piezas litúrgicas siguen siendo utilizadas en sus cultos, y de bienes que, por contener valores histórico-artísticos, deben ser protegidos de manera especial por derecho. Al respecto, tal patrimonio se puede definir como la totalidad de bienes reservados a la práctica de fe, como derivación de la gestión conjunta o separada de los creyentes y que tiene relevancia para la historia, así como para la prosperidad cultural en cualquier nación. En México, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) puso a disposición en las redes sociales la infografía «¿Qué debes hacer si ocurre un robo en tu templo?» como guía en el caso de hurto de un bien cultural en algún recinto religioso o templo:
conservacion.inah.gob.mx/wpcontent/uploads/2022/01/cuadernillo_que_si_ocurrerobo_FB.pdf
Con ese mismo propósito, la Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol) lanzó la App ID-Art, para ayudar a la lucha contra el robo de obras de arte y delitos relacionados con el patrimonio cultural, y que se puede descargar de manera gratuita desde Play Store (para Android) o AppStore (para Apple). De acuerdo con la Interpol, se trata de la única base de datos internacional con información policial certificada sobre objetos de arte y bienes culturales desaparecidos. Asimismo, permite desde un funcionario encargado de la aplicación de la ley hasta un ciudadano para acceder a través de dispositivos móviles a la Base de Datos de la Interpol, con la intención de ampliar el inventario de colecciones de arte privadas y conocer los lugares de interés sociocultural que pueden estar en peligro.
A este respecto, el finado y cínico ladrón René Alphonse van den Berghe, conocido como «Erik el Belga» detalló en el libro «Por amor al arte» que robó más de seis mil piezas de arte sacro. Asimismo, declaró «…ni ahora ni antes me preocupé por crearme enemigos y por ello no dudo al afirmar que no existe ningún anticuario que no sea cómplice en el tráfico de obras de arte». Además, aseveró durante una entrevista con la agencia internacional de noticias EFE: «Mucho de lo que está en los museos es robado o expoliado. Gran parte del Museo de Kabul es propiedad particular de un francés que lo expone en el Louvre. Bangladesh es un país que ha sido totalmente despojado y todas sus obras se encuentran en museos internacionales. No hay grandes colecciones sin mala procedencia».
En tales circunstancias, lo que más llama la atención —al margen de quienes roban— es que existan traficantes en el comercio de estos objetos, por ejemplo, quienes tienen bazares, los cuales compran, exhiben y venden las piezas que consiguen de manera clandestina e ilegal. Lo que las instancias de investigación criminal han desestimado por considerar que sólo se trata de «robos simples» por lo que se debería de legislar a efecto de aumentar la pena a este tipo de sustracciones y realizar constantes operativos a los anticuarios y coleccionistas para incautar las obras de arte sacro con la intención de ser devueltas a sus lugares de origen, así como a los copartícipes, que en buena parte son gente vinculada a las iglesias, templos, sinagogas, monasterios, conventos, abadías...
En concreto, no seamos cómplices silenciosos y denunciemos a los ladrones que trafican, así como a los que venden y compran arte sacro.
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