Por Omar Garfias
@Omargarfias
En 1977 fue presa y torturada por la dictadura de Somoza.
Cinco años antes, cuando tenía 18 años, se había incorporado al Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Salió de la cárcel, continuó la lucha, se ocupó de la insurrección en Managua, Jinotepe y Granada y fue nombrada comandante guerrillera.
La comandante Mónica Baltodano me cuenta:
Daniel Ortega ha disuelto 3 mil 500 organizaciones sin fines de lucro, incluyendo la Cruz Roja, bajo el cargo de ser enemigas del régimen.
Además, les confiscó todos sus bienes. Esas organizaciones “enemigas” son desde asociaciones para practicar operaciones quirúrgicas a familias pobres hasta la Academia de la Lengua.
También ha cerrado 27 universidades privadas, les ha decomisado sus instalaciones y cuentas bancarias, acusándolas de terroristas.
El gobierno de ese país canceló la personalidad jurídica y confiscó propiedades de la orden de los Frailes Menores Franciscanos. Desde 2018 más de 30 sacerdotes salieron al exilio, 20 fueron desterrados y a 24 más se les ha negado el reingreso al país.
En mayo, declaró ilegal a la Orden de las Hermanas Clarisas Franciscanas y, en julio, cuatro religiosas de la Fraternidad Hermanas de los Pobres de Jesucristo abandonaron el país, después que Migración no autorizó la extensión de sus visas.
A Daniel Ortega no le gusta que exista ninguna voz diferente a la suya.
Nicaragua vivió protestas antigubernamentales en abril de 2018, que fueron reprimidas por policías y paramilitares con un saldo de 355 muertos, más de 2 mil heridos, mil 600 detenidos y más de cien mil exiliados, de acuerdo a la información de organismos de derechos humanos.
Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder. Algunos dirigentes desmantelan la democracia a toda prisa pero, más a menudo, las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables.
Steven Levitsky
y Daniel Ziblatt
“Dado que no existe un único momento (no hay golpe de Estado, ni declaración de ley marcial ni suspensión de la Constitución) en el que el régimen «cruce claramente la línea» y se convierta en una dictadura, nada hace sonar las alarmas entre la población. Quienes denuncian los abusos del Gobierno pueden ser descalificados como exagerados o alarmistas. Para muchas personas, la erosión de la democracia es casi imperceptible”.
Daniel Ortega se impuso en las elecciones presidenciales celebradas el 7 de noviembre de 2021, luego de que 39 líderes opositores fueran detenidos, incluyendo siete precandidatos a la Presidencia.
Expulsó y despojó de su ciudadanía, bienes y pensiones, a 222 líderes políticos, sacerdotes, estudiantes, activistas y otros disidentes.
Según un informe de la Fundación por la Libertad de Expresión y Democracia (FLED), desde 2018 ya suman 208 periodistas, comunicadores y trabajadores de medios de comunicación de Nicaragua exiliados en otros países.
Ha cerrado 54 medios de comunicación, ya sea por cancelación de sus licencias de operación, por asfixia económica y hasta mediante la toma de sus instalaciones y la confiscación de sus bienes
“Deberíamos preocuparnos en serio cuando un político: 1) rechaza las reglas democráticas del juego, ya sea de palabra o mediante acciones; 2) niega la legitimidad de sus oponentes, 3) tolera o alienta la violencia”, dicen Levitsky y Ziblatt.
En 1998, a través del pacto que firmó con el entonces presidente Arnoldo Alemán, Daniel Ortega reformó la Constitución para controlar el Poder Judicial y el Poder Legislativo. Hoy, ambos poderes dan el sí a toda iniciativa del presidente.
Mantiene una estructura de vigilancia a cargo de militantes de su partido, quienes a nivel de barrio reportan las actividades sospechosas.
Me dice la comandante que si hay una reunión numerosa en tu casa, avisan a la policía; si es una fiesta familiar, tienes que comprobar, con los documentos personales, que son parientes y es tu cumpleaños.
“El proceso suele empezar con meras palabras. Los demagogos atacan a sus críticos con términos severos y provocadores, tratándolos como enemigos, como elementos subversivos e incluso como terroristas. La primera vez que se postuló a la Presidencia, Hugo Chávez describió a sus adversarios como «cerdos rancios» y «oligarcas escuálidos»; ya como presidente, calificó a sus críticos de «enemigos» y «traidores”: Steven Levitsky y Daniel Ziblatt
—¿Ortega es de izquierda?—, pregunto a la comandante.
Es el más neoliberal de la historia —me responde—. Él y un sector se han enriquecido como nunca y la gente está en condiciones deplorables; no éramos expulsores de migrantes y ahora lo somos, al grado que las remesas representan el 22 por ciento del PIB.
Pero, enfatiza, si fuera de izquierda ¿eso disculparía que viole los derechos humanos del pueblo nicaragüense?
La utopía de la izquierda es aplanar la pirámide del poder, construir el poder popular, el mando colectivo, la organización comunitaria horizontal.
En Nicaragua se entronizó un hombre que dice ser de izquierda, pero gobierna desde la punta de esa pirámide del poder.
La pirámide y el trono siguen intactos, sin contrapesos, sin límites.
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