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El placer de generar pensamientos de bien común



Texto e imagen de Fernando Silva


Aún cuando neuropsiquiatras, neuropsicólogos, neurobiólogos, neurocientíficos cognitivos, filósofos analíticos y hasta investigadores sociales han indagado, cavilado y gestionado los arcanos de esa compleja masa encefálica de protoplasma que oscila alrededor de mil 400 gramos y que es mejor conocida como cerebro, para estos eruditos —desde innumerables conceptos del análisis— sigue siendo ignota, entendidos de que a los heterogéneos medios utilizados para inquirir al órgano central del sistema nervioso se le puede integrar —según el doctor Marino Pérez Álvarez, catedrático en el Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo— una concepción transteórica del estudio de la mente y de la conducta como ciencia del sujeto y el comportamiento, más allá del propio cerebro, en función del mecanismo fisiológico de la sensación transmitidos por parte de los sentidos. Por supuesto, en el orden de lo metodológico y de índole filosófico, ya que estamos ante la sección más grande que forma parte del sistema nervioso y el centro de nuestras facultades mentales, en donde se asumen las funciones vitales y superiores que influyen sobre el pulso del corazón, la temperatura del cuerpo, la respiración…, así como las emociones, el lenguaje, el razonamiento, el aprendizaje, la intuición, la conciencia…, determinando que su estudio constituye los extremos que alcanzan lo físico y lo psíquico con mastodóntico embeleso para los científicos contemporáneos.

En este entendido, como especie hemos intentado comprender las causas y razones del pensamiento acertadamente coherente con la exposición de los conocimientos que se conciben de manera sobresaliente en actividades desde las científicas y hasta las socioculturales, y que —al margen de las controversias e interpretaciones— el egregio axioma de la filosofía occidental «Conócete a ti mismo», máxima socrática inscrita en el pronaos del templo de Apolo en Delfos (Grecia antigua) marcó el paso consecutivo de la reflexión filosófica, desde las funciones cerebrales hasta las proposiciones anatomofisiológicas, alcanzando amplio desarrollo en las diversas investigaciones e hipótesis acreditadas por grupos de doctos que nos brindan elementos de juicio sobre el entendimiento científico, el conocer de nuestro sistema nervioso y los procesos cognitivos conscientes que acontecen independientemente de la estimulación sensorial, fundamentales aspectos que nos definen en nuestra capacidad para pensar y razonar. Por tanto, elevar la calidad humana habrá de consistir en el ejercicio de estas capacidades. Por consiguiente, nuestra destreza mental para formar o combinar ideas y juicios de valor, así como exponer razones para explicar o demostrar algo, está orientada por el entendimiento en virtud de cómo concebimos las cosas, las comparamos y las juzgamos, sobre la base del modo en que las inducimos y deducimos, todo en relación con las nociones que previamente advertimos, experimentamos, estudiamos, reflexionamos y entendemos.

Al respecto, podemos recurrir al postulado, también atribuido a Sócrates «Sólo sé que no sé nada» y que prácticamente forma parte del refranero mundial. Tan clara proposición que se admite sin demostración, tiene su origen en el diálogo de Platón titulado «Apología de Sócrates», en donde relató las circunstancias del juicio en el que el filósofo griego fue condenado a muerte y cuyo excelso sentido resulta paradójico, es decir, Sócrates encarna el ideal del maestro sin serlo, ya que enseñó sin enseñar a sus discípulos a pensar por sí mismos y asombrarse del mundo de la realidad que fluye en distintas orientaciones, aptitudes, potencias y ocasiones para ser o existir. Técnicamente hablando, no dejó nada por escrito, de eso se encargó Aristocles. De esta manera, su principal recurso mental no lo encontramos en la afirmación, sino en la pregunta; su saber lo establecía a partir de la ignorancia activa, esa que —a diferencia de la supina— es la que nos aprueba para cuestionarlo y repensarlo todo.

Tan singular método planteado por el virtuoso y austero pensador ateniense se funda, principalmente, en estimularnos para plantearnos perspectivas —individuales y colectivas— a partir de inquirir las ideas propias y de la colectividad, así como nuestras actitudes, cuestionando cada paso del proceso y descubriendo ignorados caminos de solución. Si con ello deliberamos sensatamente sobre los brutales eventos bélicos, las estupideces planteadas por gobernantes corruptos «maniquíes» de oligarquías; la soberbia, altivez y avaricia de personajes pertenecientes a grupos hegemónicos; la violencia de todo tipo generada por malhechores y delincuentes del crimen organizado; la falta de equidad económica e inseguridad social en el mundo; la complicidad de buena parte de la humanidad que no detiene estos actos o no los denuncia…, seguramente tendríamos alta probabilidad de ser dignos representantes de la manifestación de principios humanistas en pro del bien común y de los ecosistemas. Como diría el investigador y doctor en Filosofía Lucas Soares: «Es tal la magnitud del desastre, que debemos tomarnos más tiempo para pensar».

Por consiguiente, y quizás sea lo más grave, el que no todos piensan antes de hablar o actuar. Tal proceder, que es inherente a la relación con familiares, parientes, amistades, compañeros de trabajo y gente que tratamos ocasionalmente, conlleva desde dolor y hasta la muerte, pasando por la indignación y el odio, entre otros intensos y negativos sentimientos. Ante esa individual y lamentable condición el cómo, el cuándo, el dónde, a quién y hasta la intención, pone de manifiesto la inquietante falta de capacidad, conocimiento, entendimiento e inteligencia, además de evidenciar la ausencia de afecto, empatía, fraternidad, respeto, bondad, paciencia, tolerancia, lealtad, apego… Por lo que es fundamental observar el poder que tienen las palabras y las acciones, con el generoso objetivo de cambiar en bienestar propio y de todo ser viviente.

Contundentemente, el cerebro responde a un funcionamiento armónico, siendo el más complejo de nuestros órganos, pues procesa información sensorial a la vez que coordina y mantiene las funciones vitales del cuerpo, así las emociones positivas se manifiestan, lo que nos permite ir al encuentro y unión con otros seres humanos con los que nos sentimos en confianza; no así con las alteraciones del ánimo negativas, que nos provocan miedo, ansiedad, ira, tristeza, rechazo o vergüenza y que nos hacen apartarnos de las personas que lo generan; también están las ambiguas, que nos llevan a sorpresa, esperanza y compasión. Estas básicas sensaciones son las que pueden fortalecerse o debilitarse según la educación y valores que integremos en conciencia, gozando el placer de generar pensamientos de bien común, elevar la calidad humana y en pro de la sana convivencia, teniendo en cuenta que todo lo que en nuestra mente se produce no necesariamente puede o debe ser expresado, ya que lo que decimos o hacemos pone en evidencia capacidades y virtudes o estupidez y malignidad, teniendo en cuenta que lo que no queda en discreción o silenciado involucra procesos psicológicos que pueden jugar en el bien o mal personal y general.

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