Por: Fernando Silva
La expresión con mayor percepción en lo que respecta a la diversidad cultural de los pueblos originarios del continente americano se encuentra en sus lenguajes y conocimientos, ya que son esencia de identidad, sentido de pertenencia y de valores patrimoniales tangibles e intangibles, lo que pone de manifiesto la importancia y trascendencia de impulsar con determinación una metodología de sistemas que permita instaurar a las lenguas y el habla de estas comunidades socialmente excepcionales tanto en los hogares, como en las aulas y en todos los entornos profesionales y sociales; del mismo modo que se hace con otros idiomas como el inglés, el francés, el mandarín... En este sentido, concebir la petición con la intención dialéctica de rescatar la lingüística de las grandes civilizaciones precolombinas permite conocer y entender nuestras raíces, evitando una visión dicotómica limitada a una interpretación puramente nacionalista o de gran ignorancia y repulsión hacia los idiomas —lenguas madre— que están en peligro de extinción.
Por consiguiente, es elemental recapitular cómo los procesos políticos y sociales de los movimientos independentistas resolvieron con argumentos y las armas para dar lugar a la instauración de «nuevas naciones». Ya que en medio de la disolución que implicó cualquier emancipación de las naciones europeas, podemos rastrear en la historia que particularmente en la lengua y el habla hay una línea de continuidad, teniendo en cuenta que en los diversos territorios, específicamente en las regiones distantes de las grandes urbes existe un generoso mestizaje lingüístico. Lo que revela que previo a la ignorante transgresión de Cristóbal Colón, los idiomas, la cultura y las normas sociales eran y continúan siendo hondamente importantes debido a que son empleadas por mercaderes, chamanes, curanderos, parteras, hombres y mujeres, en un empeño (deliberado o no) por defender su igualdad, equidad comunitaria y regional, así como la memoria histórica de colaboración diversa y fructífera entre los pueblos originarios.
Hago memoria —como ejemplo— hacia una referencia trascendental para ponernos en perspectiva. En el siglo XVI, los misioneros franciscanos Jerónimo de Mendieta y Bernardino de Sahagún, entre otros perpetradores, observaron la importancia del náhuatl como un macrolenguaje utoazteca adecuado para las disertaciones eruditas, así como la eficaz y agradable expresión literaria en una idónea formulación del lenguaje para precisar con claridad y de manera abstracta la transmisión de saberes; además denotaron que si se equiparaba el grado de funcionalidad con el latín, se revelaba un propicio paralelismo, lo que permitió considerar que ambas lenguas valían para la comunicación técnico-práctica en ámbitos como la política, la cultura, la economía y la educación a partir de la evangelización. Consumado el Virreinato, la lengua náhuatl pasó a un segundo término, por lo que se impuso el castellano a los mexicas, así como el conjunto de modos de vida y costumbres, destacando las que compelió la religión católica.
Otro dato substancial, paralelamente a tan brutales acontecimientos se produjo un cambio profundo y de consecuencias importantes en la Iglesia católica debido a la profusas imputaciones de corrupción y falta de piedad religiosa, como la enajenación de indulgencias para costear la edificación de la Basílica de San Pedro en Roma, lo que entre otros aspectos, dio origen a la amplia revuelta religiosa, cultural y social «La Reforma Protestante».
De esta manera, el lamentable encuentro con el llamado «Nuevo Mundo» experimentó la influencia de la profunda desobediencia religiosa, ya que los países católicos europeos y los grupos protestantes colonizaron a las civilizaciones y naciones nativas —en pos de su fe y para alejarse de una Europa en estado de descomposición— con una violencia alejada de los preceptos o mandamientos de sus respectivas religiones. Por ende, y después del hartazgo de la despiadada represión, mujeres y hombres tuvieron vasta claridad sobre los valores para iniciar la revuelta con la que deseaban construir un continente diferente, teniendo como su carácter fundamental los generosos fines que pregonaban la prosperidad, el respeto, la justicia, la libertad y los derechos como enmienda para dar inicio a la regeneración y la unificación, en donde oriundos, criollos, mestizos, españoles, ingleses, portugueses… formaran en armonía a las reformadas naciones. Desdichadamente en esas fases de independencia, se fortaleció el interés por las «ideologías modernistas» como la representación de una época o una periodización histórica (cronológica) o como una perspectiva teórica (cosmovisión paradigmática) en donde determinaron con desdén que las culturas y las lenguas originarias eran atrasadas; de esta parcial manera se arrogaron los idiomas inglés, francés, español, portugués, neerlandés como idiomas oficiales.
Consecuentemente, bajo la forzada conversión se estableció el idioma español como lengua materna en lo que ahora se conoce como Hispanoamérica, lo que permite advertir que las independencias fueron parciales, y dicho sea de paso, en el siglo XXI aún no llega a todos los imperativos de esas revoluciones sociales, de la cuales emergerían naciones que supuestamente se negaron a toda subordinación o limitación del estado por ningún otro poder superior a sí; por consiguiente, el poder supremo e independiente, así como de darse la propia ley en una cualidad específica de la corporación que las distingue de otras corporaciones, su capacidad de gobierno propia y, con más precisión, su facultad de organizarse en las condiciones de la ley fundamental, de darse sus instituciones y de gobernarse por ellas con prescindencia de todo otro poder, aún más tratándose de opresores, asesinos y hasta estupradores como lo fueron los autonombrados «conquistadores».
Ahora bien, en medio de las desavenencias que implica cualquier revolución, es factible la posibilidad de rastrear en la historia de las lenguas e idiomas una línea de continuidad y a la vez de evolución, teniendo en cuenta que en los diversos territorios se vive un mestizaje lingüístico que refleja una nueva forma de concebir el mundo, por lo que a toda persona que quiera aproximarse a la inmensa diversidad étnica y relativa a los lenguajes de cada región para conocerlas, valorarlas y tomarlas en cuenta en el diseño de políticas, planes y programas sociales es necesario que sea consciente de que actualmente se siguen hablando más de mil lenguas originarias en el continente americano, en donde la distribución es muy irregular y generalmente el número de hablantes es más numeroso en regiones poco accesibles y aisladas en cada país, sin embargo, la extinción de esas lenguas está muy cercana al no ser adquiridas como lengua materna por las generaciones jóvenes, además de mantenerse el riesgo de perder derecho consuetudinario, tradiciones, experiencias, destrezas, historia, diálogo intercultural y un espléndido abanico de conocimientos. Por lo que el reconocerlas manifiesta una significativa reforma conceptual, ya que depone una lamentable e ignorante percepción —de lo indígena— convulsionando la propensión racista-racial y ubicando a estos idiomas en un censurable oscurantismo.
Pero para ello es preciso superar el hecho indiscutible de que a pesar de los intentos por preservar las culturas, idiomas y saberes de los pueblos originarios, mucha gente en el mundo considera que representan una etapa superada en la historia de la humanidad, agregando que son inmovilistas e incapaces de adaptarse para sobrevivir y que su existencia equivale a un lastre que imponen un gravamen al desarrollo de las sociedades globalizadas y hegemónicas.
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