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La degeneración sociocultural imbuye más que la desconfianza

Texto e imagen

de Fernando Silva

 

La carencia de esperanza en adolescentes y adultos jóvenes respecto a la seguridad pública, los derechos, la justicia, el humanismo, la familia, los valores universales, la educación, la lealtad, el afecto, el respeto, las sanas relaciones personales y colectivas… les puede producir grave desvalorización y hacerles caer en significativo estado depresivo o en lamentables prácticas antisociales. Sobre el particular, si nos damos la oportunidad de observar y ponernos en los zapatos —o en muchos casos— en los pies desnudos, sucios y lesionados de púberes y adultos en ciernes (entre los 10 y 20 años de edad) que residen en perniciosos barrios o que están en condición de calle, fácilmente podemos advertir la presión sociocultural y cómo precisan del ardid para pervivir la violencia de todo tipo, la falta de comprensión, el maltrato, el desamparo, los abusos policiales, la accesibilidad a narcóticos y/o armas, particularmente, el acoso y la marginación sistémica. Tales circunstancias los llevan a sentir miedo, zozobra e inestabilidad, afectando de diversas maneras su desarrollo y capacidades físicas y psicológicas, por lo que podemos denunciar que las políticas públicas y la cooperación de las sociedades —en la mayoría de los países— son erráticas, inconsistentes, fragmentadas e ineficientes, vistas como el conjunto de decisiones y cursos de acción no orientados a resolver las contrariedades a que es sometido y/o arrastrado este vulnerable e indefenso sector social en todo el mundo. Además, al no proporcionar solución efectiva a tan crítica realidad, se han agravado al aplicar obscenas oficiosidades represivas que profundizan su menesterosa situación, tanto en las ciudades como en las comunidades, incluso se les llega a ver y tratar como «inconvenientes» de salud pública e invisibilizar su situación al afirmar que solamente afecta a grupos etarios, sin comprender que cuando se asume que tales «incidentes» son incontrolables no sólo se deteriora la calidad y expectativa de vida de toda sociedad, sino que refleja la falta de empatía, fraternidad, entendimiento y consideración de autoridades y población civil hacia quienes padecen despiadada condición. 

En ese sentido, la desesperanza de alto porcentaje de personas y, más aún de gente joven, pasa por la sensación de imposibilidad al considerar que algo mejor les pueda suceder y de que su entorno familiar y/o comunitario logre ser modificado en favor de optimizar sus realidades, lo que les lleva a múltiples sentimientos de pérdida y a un evidente deterioro cognitivo, motivacional y emocional, lo que incluso puede degenerar en estados dinámicos de actitud y percepción de desaprobación hacia los acontecimientos venideros, por consiguiente, desde la intemperante deserción en sus propósitos de vida, hasta conductas irracionales o violentas. Por otra parte, tal sucesión de eventos nocivos los consideran irreversibles, significando lo que los expertos llaman la «Tríada Cognitiva Negativa», es decir: la visión desestimada de sí mismo, sobre el mundo y sobre el futuro, que conjuntamente —en los procesamientos distorsionados de la información que surgen en la depresión— pueden estar implicados factores genéticos, evolutivos, hormonales, físicos y psicológicos.

En esa dirección y más allá de las retóricas en las múltiples intervenciones públicas mundiales, lo inquietante es que este fenómeno no se investiga lo suficiente en la niñez y la adolescencia, a razón de que se considera que sus manifestaciones son distintas a la de los adultos, y porque muchos «profesionales» así como las personas cercanas a los menores de edad frecuentemente no creen que éstos sufran de trastornos depresivos. De ahí que como humanidad enfrentemos el paradigma tutelar en torno a la minoridad y el justo enfoque de sus derechos que descaradamente han persistido con un fallido proceder, lo que explica —en buena medida— el contundente fracaso en relación con esta acuciante y cada vez más compleja incidencia hacia tan desamparado sector de las sociedades, más cuando se encuentran escasos de recursos económicos y que no son precisamente considerados por tecnócratas dentro de los factores e índices de medición de pobreza y marginación.

Por lo cual, las nociones morales y valorativas incrustadas en la definición de planteamientos de una situación, cuyas respuestas deben obtenerse a través de métodos que tengan que ver con las exigencias de precisión y objetividad propias de soluciones con principios humanísticos, así como las acciones implementadas por instituciones no gubernamentales que escudriñan los componentes de una responsabilidad compartida malograda, se deduce que es vital establecer una sensata y consciente labor para replantear sustantivamente las prácticas implementadas y orientadas hacia la inclusión benéfica de las personas que condescienden o se atormentan por efecto de los perjuicios padecidos por sociedades cada vez más triviales, materialistas, racistas, clasistas, aporofóbicas, individualistas e indiferentes al dolor y penurias de sus semejantes.

En ese amargo entorno y desenvoltura hacia su necesidad y capacidad para expresar emociones y sensaciones, a principios de 2010 surgió el Drill, un subgénero de la música Trap, misma que se originó en el South Side de Chicago, en los Estados Unidos de América. Este peculiar estilo musical (el Drill) se define fundamentalmente por su esencia lírica violenta, su asociación con la delincuencia, por negar todo principio religioso, político y social, así como por la falta de metáfora o el diestro juego de palabras. A mediados de la misma década, alcanzó realce en Londres, influyendo paralelamente a un sinnúmero de personas en ciudades de países como Australia, España, Irlanda, Italia, Holanda, y con un mayor predominio en la ciudad de Nueva York tras la amplia aceptación de músicos del Rap y productores como: Young Chop, Chief Keef, Lil Durk, King Louie, Fredo Santana y Lil Reese, que tienen cuantiosos fanáticos y significativa presencia en la Internet. Las composiciones Drill denuncian la vida en las calles de manera airada, descarnada, impetuosa, realista y acentuadamente nihilista.

La mayoría de sus intérpretes empezaron a destacar siendo adolescentes. De hecho, Keith Farrelle Cozart, mejor conocido como Chief Keef, tenía 16 años cuando firmó un contrato discográfico multimillonario con Interscope y, en un ejemplo extremo, el rapero, productor y ejecutivo discográfico Dwayne Michael Carter Jr., más conocido como Lil Wayne, hizo firmar un acuerdo leonino al «driller» de 13 años Lil Mouse, por una cantidad de dinero sorprendente, lo que deja en claro que explotar a estos menores es tremendo negocio, en lugar de elaborar argumentos sólidos que exijan justicia a las autoridades que además radicalizan la agresividad en los jóvenes.

Tan solo un ejemplo. La canción Get Smoked del aún adolescente Lil Mouse, tiene un relato crudo en donde se representa como un individuo armado y preparado para defenderse a toda costa, portando armas y no temer usarlas, advirtiendo que no lo provoquen o se arriesgan a ser «fumados», término que implica ser asesinados o gravemente heridos. Asimismo, acentúa su ambición de alcanzar el éxito en la industria musical, indicando su deseo de ir más allá de la vida en la calle y la violencia asociada a ella. Hace referencia a sus aspiraciones de preparar canciones concentradas en su fútil y atroz infancia, así como de su expeditivo ascenso en este género musical. En concreto, el tema subyacente está centrado en la brutalidad callejera y los peligros que enfrentó con la complacencia de una sociedad estadounidense que no quiere ver las consecuencias de su indolencia.

Como breve y bochornoso epílogo, observo que el Drill es una eufonía de amenazas malintencionadas que no sorprende, ya que se puede comprobar el despiadado solapamiento de la sociedad y autoridades de naciones como EE UU hacia las bandas delictivas, en franca degeneración sociocultural que imbuye más que desconfianza, promoviendo con impía presión en el ánimo de estos adolescentes y jóvenes adultos para expandir —con singular perversión y bajo el pretexto de la Segunda Enmienda— la adquisición de armas, así como por el tímido e hipócrita control sobre éstas por parte de la agencia de ley y orden del Departamento de Justicia de los Estados Unidos (ATF) o el apocado «combate» que realiza la Administración de Control de Drogas (DEA). Mejor que brinden a estos transgresores dignas condiciones sociocuturales e, incluso, musicales en pro del bien común.

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