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Robar puede considerarse patológico, pero la estafa y el fraude no


Texto e imagen de Fernando Silva


Considerando lo declarado por expertos en salud mental sobre la compulsiva enfermedad de hurtar —concretamente la cleptomanía— como un trastorno del control del impulso que se caracteriza por el irreprimible deseo o motivo que induce a alguien a tomar objetos, aun cuando estos le sean innecesarios, ya que regularmente no los elige por su valor económico o para su uso personal, sino para aminorar la tensión que previamente experimenta. Y en base al diccionario panhispánico del español jurídico, la estafa es el «Delito que comete el que, con ánimo de lucro, utiliza engaño bastante para producir error en otro, induciéndolo a realizar un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno». Y el fraude es la «Acción contraria a la verdad y a la rectitud que perjudica a la persona contra quien se comete». Lo que en determinadas circunstancias puede ser constitutivo y castigado por las leyes penales.

En este sentido, engañar y/o mentir se contemplan como antivalor moral, no obstante, su práctica —desde el punto de vista biológico— se entiende como un mecanismo de supervivencia, incluso a modo de convención para facilitar la integración social con grupos afines; como forma de obtener recompensas pecuniarias, materiales o afectivas insatisfechas; evitar puniciones o maltratos; padecer violencia (de todo tipo) en los enfrentamientos bélicos; para llegar a «acuerdos» en tratados políticos o intercambios comerciales; por miedo al rechazo; por desconfianza, lo que irónicamente produce un estúpido círculo vicioso…

Por consiguiente, tales derivaciones han avanzado de modo acomodaticio y abyecto por efecto del cohecho y la corrupción que, en mayor medida, propugnan los sistemas capitalistas, en donde la prioridad para sus agentes económicos no es otra que la adquisición masiva de bienes de consumo, sin atender los riesgos psicológicos que esto conlleva en la gente a modo de «adicciones a la infelicidad»; el brutal desperdicio, particularmente, de alimentos; la publicidad nociva que ha logrado reprogramar la mente de mucha gente para consumir artículos banales o anodinos; así como de no ocuparse en subsanar los daños ecológicos generados a nuestra Madre Tierra.

Evidentemente, las acciones de timar y sus correspondientes perjuicios son infinitas. Verbigracia, en cuanto a las estafas. Perpetradores anuncian un puesto de trabajo formulando que es posible tener todo lo que ha soñado: una residencia de alta gama, vacaciones en playas paradisiacas, sus hijos en los colegios y universidades de mayor prestigio, ganar cantidades llamativas de dinero al mes desde su casa y destinando poco tiempo y esfuerzo e, incluso, sugiriendo que puede ser «su propio jefe»… Pero terminan pagando un conjunto de productos y utensilios, un inferido adiestramiento y hasta certificaciones sin valor ni reconocimiento formal, además de correr el riesgo de que le realicen —sin su permiso— diversos cargos en sus tarjetas bancarias.

Otro tipo de estos engaños lo advertirnos en las noticias falsas que se divulgan por los medios masivos de comunicación y las redes sociales; la venta a precio asequible de inmuebles intestados o embargados por instituciones bancarias que anuncian pseudo asesores inmobiliarios; la promoción televisiva de viajes al extranjero por consumir alimentos basura; las múltiples llamadas telefónicas en las que se le oferta la modificación del préstamo hipotecario pagando un ridículo porcentaje de lo inicialmente pactado…

Y en el caso de fraude. Un ejecutivo de una sociedad financiera le ofrece notables ganancias haciendo uso de métodos de inversión «novedosos e infalibles» confiriendo amplio abanico de «soluciones» bajo el cobijo de una generosa rentabilidad futura a cambio de que entregue un capital inicial, esto, sabiendo el «asesor» que es imposible garantizar las mentadas ganancias.

Otros tipos de perjuicios son los cibernéticos como: SMS basura, mayormente conocido como SPAM o Smishing, que no son otra cosa que mensajes (no deseados o solicitados) y cuyos contenidos suelen exhortar la navegación por algún sitio en la Internet o descargar algún archivo para extraer información personal de los dispositivos.

El Phishing (suplantación de identidad), en donde alguien se hace pasar por una institución financiera, indicando —entre otras cosas— que hay un error en su cuenta bancaria, por lo que solicita que se ingresen datos confidenciales: números de sus tarjetas de crédito, claves, referencias de cuentas bancarias, contraseñas…; ser víctima —vía telefónica— al solicitar transferencias de dinero con el engaño de ocasionar maltrato a algún familiar o pariente.

Como dato curioso de una acción contraria a la veracidad fue llevada a cabo hace cien años, después de anunciarse públicamente el descubrimiento de restos óseos que fueron hallados en 1912 —en el pequeño pueblo de Piltdown, en Sussex, Inglaterra— y que varios científicos de ese tiempo interpretaron como pertenecientes a un antepasado nuestro clave, manteniéndose como una rareza en el álbum de la evolución humana, al cual nombraron «Hombre de Piltdown». Pero en 2016 se demostró el que quizás sea el fraude más importante de la paleontología, cuando el antropólogo Christopher B. Stringer divulgó las conclusiones a que había llegado en sus investigaciones genéticas y morfológicas, revelando que no pertenecieron a un antepasado humano, sino que era un trivial rompecabezas armado con el cráneo de un hombre medieval y la mandíbula de un orangután. Dejando a buena parte de la comunidad científica convulsionada.

Más allá de los singulares ejemplos, es vital detectar y reflexionar sobre el miserable actuar de la delincuencia organizada, así como de mujeres y hombres que proceden como «de guante blanco», con la intención de tener idea clara sobre cómo se ejercen los múltiples generadores de extrema desazón, frustración, temor, impotencia, pánico, abusos… que conllevan a las víctimas —en el ámbito psicológico— a aspectos no observables vinculados con estados emocionales y sentimientos particulares. Entre estos, los especialistas distinguen: Dudar respecto a la propia sensación de seguridad y control sobre la vida, perder la confianza en las demás personas, percibir el mundo como un lugar no significativo y desarrollar trastornos mentales como el estrés postraumático y síntomas de depresión.

Asimismo, en relación con las medidas de autoprotección señalan: La disminución en la participación en actividades sociales; implantar estereotipos acerca de los delincuentes; la adquisición de armas… Y en casos extremos el miedo y, con éste, la desconfianza, incluso, hacia seres queridos; la privación del sueño; consumo excesivo de alcohol o drogas; conductas antisociales; deseo de venganza; la exclusión social, entre otros desastrosos efectos de personalidad y de convivencia social.

En este entendido y con la intención de protegernos, es importante tener presente algunos aspectos. Antes de contratar un producto financiero, corroborar los datos de la empresa oferente, la comprobación de la información de la entidad, que se puede hacer desde su sitio en la Internet; rechazar ofertas inesperadas o no solicitadas; desconfiar de promesas sobre altos rendimientos futuros mediante inversiones infalibles, teniendo en cuenta que aún demostrando que cumplen con las normativas legales financieras, como la cobertura de los fondos de garantía de inversiones o de depósitos, en caso de pérdidas, no va a ser indemnizado. Por consiguiente, apostemos a la precaución y no seamos cómplices directos e indirectos de estafadores y defraudadores al no tener el valor cívico-ético para denunciarlos.

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