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Con odio e infundios, los políticos neoliberales evidencian sus limitaciones




Texto e imagen de Fernando Silva


Al hacerse patentes las principales causas y efectos que se consideran como razones fundamentales sobre el mal obrar de la actual cohesión antagónica de oposición política en nuestro país, permite cavilar y comprender que lo considerado como correcto o erróneo lo observamos y aprendemos de mejor manera desde el núcleo familiar, ya que es en los hogares donde se conversa y se transmite la trascendental educación de valores, virtudes y exigencias inexcusables, tanto personales como sociales, además de advertir la perjudicial escasez de competitividad y de principios humanistas de quienes rigieron y ahora se descuellan por ser burdos y, peor aún, clasistas, racistas y apoforóbicos, lo que los aleja del amparo de la sociedad que perjudicaron de diversas maneras, a más de avenirse a sistemas neoliberales engendrados por grupos extremistas de derecha —nacionales e internacionales— que pretenden, por todos los medios a su alcance, poseer la riqueza generada por el pueblo al igual que los recursos naturales de la nación.

De ahí, la valía de la sana comunicación y el diálogo circular como digno soporte, instrumento, referencia y medio para establecer como ciudadanos un marco preceptivo y cognitivo democrático y humanista, que mantenga el fortalecimiento sociocultural y la institucionalización de acciones éticas-morales ejemplares que, por esmero, se deben continuar en sensato escenario perceptivo. Por consiguiente, entender cómo adaptar de manera consciente la conducta social al instruirnos, pensar e involucrarnos en la activa participación social incorporando (o no) las prácticas propias de la comunidad en base a la cultura en que se convive, nos permite coadyuvar en generosa condición al dar y recibir con sensible carácter, el primero y más obvio de los actos del entendimiento —el conocimiento—, y si a tan grata capacidad le integramos sublime facultad perceptiva-receptiva con ponderable discernimiento, razonados argumentos y enfatizada elocuencia, las posibilidades de tener ideas claras sobre la sustantividad nos facultará para colaborar en pro de asimilar lo real y efectivo atendiendo los pormenores de la comunicación —desde la pasiva, la agresiva, la pasiva-agresiva y hasta la asertiva— en procura de orientar los propósitos personales y generales hacia avenencias que garanticen el bienestar de todos, así como resolver las negativas implicaciones acerca del rol de esa clase política que no acaba de entender que no vamos a tolerar denuestos, latrocinios y peroratas.

Aquí vale hacer un poco de memoria. Actualmente podemos constatar algunos de sus brutales efectos en sus períodos sexenales. Con Salinas de Gortari hubo severa reducción en la economía al grado de crear en 1990 el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) que generó insostenibles desequilibrios, mismo que dieron paso a la crisis de 1994, el mentado «Efecto tequila». Con Ernesto Zedillo aeropuertos, ferrocarriles, puertos y el sector eléctrico concentraron la mayor parte de las empresas vendidas al sector privado. Con Vicente Fox, los efectos más perjudiciales y trágicos fueron para el sector laboral, ya que durante su sexenio hubo 3 mil 292 huelgas que afectaron los derechos de los trabajadores como los ajustes salariales, desaparición de prestaciones y violaciones a los contratos colectivos de trabajo. En el caso de Felipe Calderón, la siniestra herencia de su gobierno fue la estela de violencia criminal que dejó con su «guerra contra el narcotráfico». Y para cerrar la fase neoliberal, Peña Nieto impulsó un proyecto reformista con profundo sentido conservador en provecho de las hegemonías. Evidentemente hay más, pero para qué provocar mayor acidez estomacal y dolor psicológico.

Por ello, en esa línea del discurrir y el raciocinio con el objetivo de elevar la calidad en la convivencia, es imprescindible el fortalecimiento de los «Programas de Bienestar», ya que han demostrado ser efectivas alternativas en la solución de problemas y de poner en competencia dignas condiciones para relacionarnos de manera práctica y trascendente en mejor colaboración; por ello, es importante que los servidores públicos que intervienen y deciden las cosas significativas del gobierno, parlamenten asertivamente, representen y formulen las peticiones de sus representados de manera apropiada y revitalicen aún más la seguridad social, la estabilidad económica y la soberanía con el propósito de lograr sociedades más justas, respetando los derechos propios y ajenos en un entorno de sosiego, condescendencia y consideración. Por lo que se infiere que un político que expresa su firme criterio respetando las ideas de los demás, es aquel que da por cierto algo con certidumbre en base al buen juicio, inteligencia, responsabilidad, clarividencia, patriotismo y comprobada experiencia en función de la prosperidad y acatamiento a sus gobernados.

Uno de los categóricos elementos dotados de excelencia —como lo dicta la prudencia— está cuando se presupone la desprendida disposición del ánimo al expresar empírica y/o documentada opinión otorgando deferencia a las necesidades de los ciudadanos, concernientemente, a las propuestas y soluciones desde el punto de vista del obrar en relación al bien general y en favor de motivar afabilidad a legisladores, ministros y gobernantes, lo que facultaría a la población resguardar de modo claro y preciso el que ningún político pueda —ni deba tener— la proterva aptitud como potencia física o moral para hacer o exigir cualquier cosa mientras saca provecho con abusos o tratos deshonestos. Esta magnánima capacidad para estar atentos, así como operar de manera honesta y competente, es consustancial a la naturaleza filántropa de la gente que procuramos ser ejemplo de calidad humana y de admitir —como parte de los principios fundamentales— los conceptos de probidad y rectitud, así como de la libertad para manifestarnos en identificación y tolerancia hacia toda persona dialogando de forma abierta, directa, franca, ecuánime, entrañable y haciendo evidente el autorrespeto con alto grado de pundonor.

Sobre el particular, la Psicología Cognitiva estima que el determinante primordial de las emociones y conductas —tanto individuales como sociales— no están en lo que conjeturamos como efectivo o que tiene valor práctico en sí, ni en las circunstancias o hechos que experimentamos, sino en cómo las evaluamos, es decir, lo que pensamos de nosotros mismos, de los demás y de lo que ocurre «verdaderamente», ya que la gente que no se da oportunidad de pensar antes de hablar o que manifiesta apresuradamente algo en la estrechez del momento, es probable que descienda su comentario hacia la bochornosa patraña o, por lo menos, dando a conocer una verdad a medias, por ende, induciendo al error. Tal proceder se hace más evidente —en lo cotidiano— cuando en una conversación se plantean los intereses generales y se entreveran los particulares. Por ejemplo, si una persona inicia una charla con sus iguales sobre cómo mejorar las relaciones con los vecinos en el barrio, la ciudad o el país, es recurrente que se exterioricen, sin reflexión alguna, un sinnúmero de sentires y sentencias «sin ton ni son», llegando al grado de que alguien pretende con altivez «aclarar» el tema enredando y alterando la disertación, además de exhibir audaz parloteo con un tono de voz elevado y gesticulaciones algo más que alteradas, en imprudente justificación de que no se consideran en ese momento sus personales requisitos.

En consideración al bienestar de todos, el principal elemento que permite la efectiva democracia participativa la tenemos en la digna y deferente educación, por lo tanto, procuremos el intercambio de juicios e ideas en pro de atender y resolver las discrepancias y las dificultades, como generosa estrategia para crear un espacio de sensato encuentro entre posiciones convergentes y divergentes, aceptando una diligencia no violenta en el marco de la construcción de la paz. Tener presente que la comunicación agresiva deteriora nuestros vínculos personales y sociales. Por lo tanto, no olvidar que con odio e infundios los políticos neoliberales han hecho patente sus limitaciones, su soberbia y avaricia, lo que permite comprender que fomentar tal antipatía y aversión, así como las expresiones o manifestaciones contrarias a lo que se sabe, se piensa o se siente, simplemente incrementa la discordia social.

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