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El humanismo es un todoterreno en pro del bien general


Por: Fernando Silva


La pertinencia de la filosofía humanística en la avenencia personal-familiar y social-cultural como elemento transformador en beneficio de todo ser viviente, representa una luz hacia la conciencia en la instauración de una educación que se afane para acceder a sociedades justas, democráticas, amparadas en los valores y defensoras de los derechos universales. En ese sentido, en la dialéctica social que va de la utopía a la distopía, de las costumbres a los desusos, del orden al caos, de la justicia a la arbitrariedad y del respeto a la violencia, antropólogos, sociólogos, historiadores, filósofos, bioéticos, entre otros, estudian las teorías que pretenden dar razón de la forma de moralidad sobre los denuedos o los modos de vida y grado de desarrollo individual y colectivo que, manifiestamente nos permiten advertir lo lejos que nos encontramos al ponderar la esencia del actuar en modo suficientemente equitativo, justo, ético-moral como la vía para elevar la calidad humana y la seguridad en todo el planeta Tierra, mientras que se mantiene la idea de que el crecimiento en cualquier área social se determina, substancialmente, en la utilidad e impulso económico, cueste lo que cueste, incluso, mancillando los justos méritos profesionales y/o morales de alguien, los derechos universales y la estabilidad de los ecosistemas.

Aquí se hace necesario darle un repaso al término polisémico del humanismo, sujeto a diversas conveniencias de interpretación y realización, que reconoce a cualquier doctrina que afirme la excelsa dignidad, el carácter racional y propósitos de la humanidad que enfatizan su autonomía, su libertad y su capacidad de transformación. El uso del término «humanismo» se revela en su raíz latina Humanus, teniendo tres paráfrasis: como equivalente a naturaleza humana; en el sentido de benevolente y compasivo; así como persona culta y virtuosa, aunque todas ellas quieren referirse a Humanitas. Como diría el escritor, juez y erudito Aulo Gelio en Noches Áticas «…no significa lo que vulgarmente se entiende, sino que sólo utilizan la palabra con propiedad los que hablan de manera pura». Aquellos que crearon la lengua latina y quienes la han usado con propiedad no quisieron que humanitas fuera aquello que ordinariamente se cree y que entre los griegos se llama filantropía, con el significado de cierta virtud que conlleva la afabilidad hacia los hombres. Muy al contrario, aquellos llamaron humanitas prácticamente a lo que los griegos denominan paideia, es decir, lo que en nuestra lengua se refiere a la formación e instrucción en las artes liberales.

A lo largo de la historia de la filosofía han florecido diversas ramificaciones sobre Humanismo:

Cívico, ligado a la filosofía política y que en la persona del historiador Leonardo Bruni, en su escrito Historia del pueblo florentino, nos permite leer el sentido del estado popular, aquel que pone de lado lo eclesiástico-medieval, para primar la participación ciudadana. En esa dirección del entendimiento, los filósofos Jacques Maritain y Alejandro Llano Cifuentes ampliaron las nociones de Bruni, estableciendo que la democracia es el modelo de gobierno perfecto, el cual, tiene como fin el bien común, caracterizado por la intervención activa de la gente, la libertad de culto y la promoción de los derechos humanos.

Empírico, determinado por ser práctico, dándole mayor importancia a las acciones que a los conceptos teóricos e ideas abstractas; promoviendo las capacidades individuales en pro de su propio destino, paralelamente, impugnando la violencia, defendiendo los modos de vida minoritarios, así como la libertad de expresión y de dogmas.

Existencialista, que para el filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político, biógrafo y crítico literario Jean-Paul Sartre, es el individuo el que debe construir su destino y su vida a través de la propia autodeterminación, además de brindarle el máximo valor a la libertad y rechazando la intervención externa en el ideario, los sistemas simbólicos del individuo y todos los totalitarismos.

Marxista, que se especifica por rechazar radicalmente el concepto del individualismo, promoviendo la idea de que las personas somos seres sociales con una identidad grupal y cuyo bienestar depende de la colectividad, así como de los cambios históricos y socioculturales.

Teocéntrico, quizás el que se encuentra en el polo opuesto de lo que concebimos como humanismo, ya que promueve la libertad religiosa, además que defiende la existencia de un dios o ser divino indeterminado.

Universalista, que se destaca por estar en contra de la globalización y de la existencia de una única cultura dominante. Impulsando las particularidades sociales y culturales, las sociedades inclusivas y el respeto hacia las diferentes culturas, apreciando la espontaneidad y la creatividad en todos los aspectos de la vida.

Sobre el particular, es vital situar la trascendencia de la evolución didáctica deontológica, en el marco teórico-práctico —histórico e intelectual— en pro de una coyuntura crítica constructiva con la generosa intención de elevar la calidad humana de toda persona. Sin duda, nos encontramos enfrentados a una serie de disyuntivas decisivas para el presente y futuro inmediato, por lo que es importante postularnos en bien de asumirnos capaces de generar y divulgar pensamientos y conocimientos que nos orienten en favor del patrimonio socio-cultural (tangible e intangible) así como de todo tipo de ideas que permitan desentrañar de manera sensata y coherente —cobijada por el respeto, la equidad y la empatía— los arcanos de nuestra existencia a partir de la noción de que como especie somos seres de relaciones emocionales, además de que no habitamos el mundo para simplemente estar y dilapidar lo que se encuentre a nuestro alcance, sino primordialmente para proteger a todo ser viviente y a nuestra Madre Tierra.

Por consiguiente, es trascendental preponderar las derivaciones éticas-morales del humanismo y su importancia en los núcleos familiares e, intrínsecamente, en la pedagogía desde las primeras etapas formativas de todo individuo. En este sentido, si hay que elegir algún factor determinante para la salud mental y la vida emocional de la humanidad, sin duda, entre los más importantes está la sensibilidad y la consideración hacia nuestros semejantes que se define desde la infancia. De acuerdo con los psicólogos infantiles, la conducta que se observa en el apego no es exclusiva de nuestra especie, pero sí lo es en el papel primordial que juega en la competencia afable en cuanto a la calidad de las relaciones interpersonales, autoestima, salud emocional e, incluso, en los vínculos afectivos con nuestros familiares, parientes, amistades, relaciones de pareja... Esta conexión que se genera en los primeros años de vida tiene características especiales: es asimétrica, mientras los menores la buscan, los adultos la ofrecen y brindan protección, en los nexos entre adultos son más simétricos, ya que regularmente ambas partes dan y ofrecen cuidados con reciprocidad; tiene un componente conductual que claramente busca la proximidad física con la finalidad de obtener seguridad, un agente cognitivo o de evaluación constante ante un sinnúmero de situaciones, incluida la figura de apego y un elemento afectivo, ya que está lleno de emociones como el miedo, la tristeza, la ira, la alegría, la sorpresa… asociadas con esas evaluaciones que dan paso a la confianza o a la desilusión.

Consecuentemente, el humanismo es un todoterreno en pro del bienestar, aún mejor si se consignan los modelos teóricos sociales de: integración, aceptación, contribución, actualización y coherencia, analizando sus propiedades psicométricas de satisfacción —simultaneidades, complementariedades y compensaciones— en la dinámica del proceso de resarcimiento de las necesidades, en relación con uno mismo, con los grupos sociales y con el medio ambiente.

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