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Evitar la violencia elevando nuestro bienestar emocional




Texto e imagen de Fernando Silva


Para considerar en sensata reflexión la acción y efecto de violentar o violentarse, hay que observar y cotejar algunas nociones basándonos en lo siguiente: La que se restringe al uso de la fuerza para causar daño; la que aplica medios coercitivos para vencer la resistencia mental de alguien; la dirigida en contra de una persona o un grupo de personas en razón de su género; la que se deja llevar por la ira y actúa con mala intención; la que se incrementa por efecto de la ignorancia supina; la que no se quiere ver; la sexual y psicológica; la interpersonal-familiar y colectiva; la autoinfligida (comportamiento suicida y/o lesiones físicas)…, todas angustian, pero la más lamentable es la que se vuelve cómplice al no detenerla y/o denunciarla; en consecuencia, el modo de proceder tanto individual como colectivo puede ser desde cauteloso hasta perverso en determinación de los pensamientos dirigidos a un fin en donde la voluntad se enfoca para llevar a cabo un hecho. Tener presente que cualquier acción termina siendo intencional si se realiza al decidir algo de manera concreta, de este modo, la intención está en nuestra inicial capacidad de pensarla, mientras que la intencionalidad es un rasgo de ella. Por consiguiente, ambos términos tienen su origen en la misma raíz etimológica, pero sin trabucarlos. La intención, al ser entendida como un acto mental, es anterior a la intencionalidad, y esa deliberada voluntad la podemos situar en el ámbito del lenguaje o en el de la conducta, inclusive establecer su discurrir en los fundamentos —razones o motivos— que se aducen en apoyo de algo, ya que no hay intencionalidad sin la precedente determinación cautelosa o el instinto impulsivo que puede llegar a ser dañino de diversas maneras, tanto para el que lo destina como para la o las personas que la padecen.

En esa dirección, es tan alta la percepción mundial de desconfianza hacia las instituciones como la Corte Internacional de Justicia, la Corte Penal Internacional y la Corte Permanente de Arbitraje que, en asuntos relacionados a los derechos humanos, como en el genocidio perpetrado por Israel que, a todas luces, tiene clara intención de eliminar a los palestinos. En ese entendido, evidentemente el equilibrio de las posiciones e interpretaciones no las asumen con características de relevancia que urge atender, y es que en juego están los derechos de toda la humanidad, mismos que son resueltos por mujeres y hombres —falibles por conformación original— que, en muchos casos, se conforman con arreglo a normas creadas y patrocinadas por ese cerrado círculo de gobernantes y potentados capitalistas que quieren controlarlo todo con su Nuevo Orden Mundial, empeñándose en hacer un trasunto ético-moral unilateral comprendido por insolentes y convenientes consideraciones políticas y económicas en el que la juridicidad brilla por su ausencia —en el plano operativo internacional— en provecho de las oligarquías. Por ende, el impulso que hace que las causas obren inexorablemente en el sentido de conferir a los derechos y opiniones de los litigantes un tratamiento equitativo, deviene de no emplear con prudencia y sensatez la teoría de la justicia del filósofo, polímata y científico Aristóteles, en donde es posible descubrir un análisis de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan sobre el particular, así como el sentido del obrar humano que puede ser usado como punto de partida en las reflexiones y aplicación de lo justo, superando confusiones y malentendidos que han prevalecido en los debates y litigios al estipular el principio moral que lleva a determinar que todos podemos vivir honestamente. Esto se puede confirmar al leer y escuchar las diversas confabulaciones e ilegales contubernios entre servidores públicos corruptos y grupos de élite que consideran a las controversias —entre los factores o circunstancias que afectan a alguien o a una sociedad—, pero que no permiten que se dispongan con la misma escrupulosidad.

Por todo ello y dentro del binomio de la salud social y los legítimos derechos, toda acción violenta o contra el natural modo de proceder presenta sustanciales aristas, ya que los caracteres de la convivencia le brindan a lo que se sale —en cualquier línea de los límites— de lo ordinario o de lo lícito, una categoría valorativa que llega a estar vetada por algunas normas jurídicas. Sin embargo, las aportaciones de los expertos como el abogado Dr. Enrique Cáceres Nieto, el neurólogo Dr. Bruno Estañol Vidal, la psicóloga Elvia Graciela Rodríguez Ortega y el abogado laboral Lauro Jonathan Sol Orea, entre otros, nos brindan puntos de vista que nos hacen tomar una segunda opinión al respecto. Así, podemos entender que las causas de la violencia son heterogéneas, ya que somos seres complejos biológica y culturalmente hablando. Asimismo, las crecientes contrariedades en cada sociedad están determinadas por la insuficiencia profesional de muchos magistrados, jueces y abogados de las instituciones judiciales encargadas de prevenirlas, investigarlas y sancionarlas, atentando contra una de las bases fundamentales de la vida en sociedad que es el proveer a toda persona de seguridad en todos los órdenes de su vida. En concreto, lo que por derecho se determina en base a la ley, no necesariamente es lo justo, es decir, tales adjetivos que se mal asocian como sinónimos, no lo son, ya que lo «legal» es lo que se ajusta a los preceptos de la ley, y lo «justo» es lo que está de acuerdo con la justicia y la razón. Por lo tanto, la simbiosis de ambos conceptos nos tendrían que guiar al ideal de los principios humanistas —en la definición de la leyes— y en donde la disposición de los juicios estén supeditados al bien común.

Para desgracia de la mayoría de la humanidad, tal ideal está lejos de cumplirse debido a que un sinnúmero de fallos en diversas instituciones destinadas a la administración de justicia, adoptan resoluciones que no están de acuerdo con lo establecido por las leyes y, al parecer, repudian a la razón; por lo tanto, renuncian a lo justo. En consecuencia muchos criminales, asesinos, genocidas, violadores, estafadores y todo tipo de malhechores, son liberados o no les otorgan el castigo proporcionado a su delito o hechos reprobables. Esto nos hace pensar a muchos que algunos jueces y ministros ejercen similar o peor crueldad que la realizada por los transgresores. En ese escenario, hay circunstancias que hacen que las sentencias tengan un sesgo de protección a personajes involucrados al narcotráfico o al crimen organizado, bajo amenazas —de todo tipo— directas o indirectas, así como a los beneficios recibidos de empresarios y oligarcas con los que tienen previos intereses creados, es decir, ventajas o privilegios de los que gozan en virtud de acuerdos generalmente espurios e ilegítimos.

De ahí que alto porcentaje de la gente en todas las naciones no confía en quienes deben tutelar con respeto y digno mando la justicia, por lo que en franca manifestación —particularmente dramática de la crisis del Estado de Derecho— diversos colectivos sociales rechazan todo pacto jurídico-social, decidiendo hacer la mal llamada «justicia por propia mano», transgrediendo de este modo la justicia formal, al grado de llegar a reacciones impetuosas y hasta letales, motivadas por la visceral exaltación comunitaria, lo que definitivamente también es algo reprobable. En ese sentido, quienes nos reconocemos inteligentes, humanistas y conscientes, tenemos la vital labor —pensando en impulsar la calidad humana— de orientar con el meritorio ejemplo a nuestros familiares, parientes, amistades, compañeros de trabajo y personas con las que convivimos de manera ocasional, sobre la importancia de promover valores y derechos universales, acercándoles literatura que les brinde el confiable conocimiento sobre ética, moral, civismo, legalidad, empatía, fraternidad, equidad, respeto, tolerancia, igualdad, honestidad, convivencia…, así como sólidos argumentos que nos permitan a todos ser agentes del cambio al evitar la violencia elevando nuestro bienestar emocional, y con ello, procurar la prosperidad de la humanidad y de todo ser viviente, así como la protección de los ecosistemas y de la Madre Tierra.

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