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Infame aversión o burdo interés hacia los inmigrantes



Texto e imagen de

Fernando Silva


La xenofobia se encuentra ubicada en el casillero de las más cretinas expresiones de encono y hasta de odio, poniendo en evidencia antagónica ojeriza y una intolerancia clasista, racista, vil y discriminatoria hacia gente que tiene que salir de su país de origen por diversas causas como la amenaza de hostilidades internas o conflictos bélicos; la persecución étnica, religiosa, racial, política y cultural; el asedio de su gobierno; cuestiones de riesgo natural y demográficas; violaciones de los derechos humanos, pobreza o cambio climático... Por lo que el proceder de quienes manifiestan tan retorcida aversión, no sólo deja ver su pobreza mental y humana, sino que evidentemente no tienen conocimiento de los alcances de sus actos y consecuencias, descarrilándose entre enfrentamientos zafios, abrupta enemistad y hasta son capaces de llegar a manifestar perversa ira. No obstante, en descarada burla disimulada de condescendencia, cuando los o el inmigrante cuenta con los necesarios y suficientes fondos monetarios y se establece en donde estima pertinente, el encono mágicamente desaparece, lo que permite observar, reflexionar y deducir que el asunto no es tan solo a razón de su ignorante e irreflexiva conducta, sino de su aciaga aporofobia; lo que pone en tela de juicio su consideración del «bien relativo». De esta manera, se ensancha y se justifica la marginalidad, entre otros brutales aspectos. Todo supeditado a las recesiones mercantiles y financieras implantadas por las oligarquías y cúpulas de poder económico que así lo determinan al presionar, sobornar y hasta amenazar a gobiernos para menoscabar con su neoliberalismo e ideologías que tienden a reducir al mínimo la intervención del Estado en aspectos de seguridad social y, por ende, afectando a sus gobernados, particularmente, de los sectores más vulnerables.

En tan amargo escenario mundial, habrá que agregar la ignominiosa aparición de mediocres y sometidos candidatos, tanto conservadores y de ultraderecha a la Presidencia en la mayoría de los países, que ufanos y amparados con estas heterogéneas ideologías xenófobas, suelen utilizar múltiples estrategias que no sólo radican en el progresivo peso electoral de sus postulantes o partidos políticos, sino en su potencial para intoxicar y retorcer con fraudes, confabulaciones y noticias falsas las iniciativas en pro de las normas sociales que reconocen y respetan como valores esenciales la libertad y la equidad de todos ante la ley. Por lo que exhiben agendas políticas intransigentes y programas antiinmigración, en un contundente reflejo de su arrogante y mezquina ideología ultranacionalista, en la que disparatadamente suponen que sólo los autóctonos de cada región deben ser habitantes del país en el que viven y que las personas no nativas amenazan la homogeneidad de su estado-nación, por lo que el respeto a los derechos humanos y los valores universales que nos dan dignidad son, por decir lo menos, desdeñados con su patética soberbia azuzada por galimatías y ampulosa palabrería menguada de justicia y legalidad para todos (originarios, oriundos o expatriados), además, de ser circunspectos y complacientes súbditos de protervos potentados, inversionistas multimillonarios y corrompidos servidores públicos que ostentan predominantes cargos y, que en su demencia lo quieren controlar todo, incluso generan conflictos bélicos, asesinan a quienes consideran inferiores o enemigos e irrumpen en territorios para aprovecharse de sus bienes tangibles e intangibles, tanto materiales como naturales, lo que por supuesto —eso sí— consideran procedente y válido, prolongando un atroz círculo vicioso.

Asimismo, intentan por todos los medios a su alcance (que son muchos) impulsar intensas y simultáneas presiones de globalización y descentralización, con frecuentes «crisis» de representación política de corte autoritario, alterando el criterio y juicio cívico de las personas, la cooperación sociocultural y la defensa de los principios ético-morales que nos llevan a determinar que todo ser humano debe y puede vivir en armonía, paz, legalidad, respeto, empatía, honestidad, fraternidad, civilidad, afecto...

Es axiomático que las migraciones son parte de la naturaleza humana por salir de un problema para encontrar una solución, así es desde nuestro remoto origen, por lo que resulta insensato que sabiendo que todas las naciones han sido construidas de esta manera no se entienda que es un fenómeno que seguirá sucediendo. Tan solo basta que suceda una desgracia y quienes la sobrevivan buscarán refugio en otro territorio. Entonces, toda aquella persona que malamente cree que se encuentra fuera de ese riesgo u otros peligros y exterioriza odio a sus prójimos por el tono de su piel, género, idioma, estatus socioeconómico, grado académico, origen étnico, salud (física o mental)…simplemente se equivoca, ya que las circunstancias pueden cambiar por factores naturales, guerras o por el comprensible desasosiego de la gente que se harta de ser maltratada.

Por ello, promovamos con inteligencia, conciencia y afecto un cambio en pro del bien común, fortaleciendo las estructuras de orden social con principios morales, convicciones éticas, sustituyendo la producción masiva, estandarizada y alterada de alimentos por el consumo de productos de origen vegetal y no animal. Tener presente que las toneladas de granos que se producen para forraje: maíz, mijo, sorgo, trigo…, así como los millones de litros de agua usados para la crianza de ganado, podrían alimentar a toda la humanidad y, lógicamente, muchas de las circunstancias migratorias no existirían.

En definitiva, el sano cambio hacia una actitud humanística nos guiará hacia una renovada lógica cultural alejada de la imperante, en donde la desbordada e irracional competencia por tener todo obnubila el entendimiento, la compresión y el respeto a nuestros semejantes. Por nuestra madre, bohemios, paremos de tajo la estupidez y promovamos —con el ejemplo— sociedades avanzadas, reflexivas y empáticas, con entendimientos sociales pluralistas, con generosas narrativas de progreso colectivo y equitativo, con sólidos anclajes de cohesión para elevar la calidad humana y con la conciencia cada vez más extendida de certezas ecológicas producidas en bienestar de todo ser viviente.

Esto es, en síntesis, un argumento en el que considero que opera la idea de inclusión social en todos los ámbitos. Es incuestionable que tenemos eso que se llaman las diferencias ideológicas, pero si dejamos de dudar sobre las intenciones de quienes están a nuestro alrededor y mejor ajustamos las propias en pro de ser mejores seres humanos, seguramente lograríamos detener de manera contundente la violencia (de todo tipo), la ignorancia, la brutalidad, las envidias… para enfocarnos en disfrutar lo que logramos por mérito propio y en legalidad. Así, tendremos mayor oportunidad de repasar las dimensiones de un cambio social y sus impactos sobre la base de la ponderación y la redefinición del sentido de una humanidad consciente y estructuradora de agendas políticas que soslayen la infame aversión y el burdo interés hacia los inmigrantes.

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