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La paz y la narcocultura son incompatibles


@ Cuartoscuro
@ Cuartoscuro

Por Omar Garfias

@Omagarfias


El gobierno mexicano ha perdido el dominio territorial de Sinaloa y la batalla cultural ante el crimen organizado.

El mecanismo para disuadir a quienes pretenden cometer un delito está completo cuando existe un sistema de seguridad y justicia capaz de investigarlo, perseguirlo y castigarlo; además, existen sanciones sociales, el rechazo por parte de los integrantes de la comunidad.

Ni lo uno ni lo otro se tiene en Sinaloa. Hay una enorme impunidad y los delincuentes son objeto de idolatría.

Está perdida la guerra de relatos, de narrativa, de valores, la batalla cultural.

“Ser narco es bueno”; “se puede cohabitar con el narco”; “el narcotráfico es lo normal, no se puede cambiar la sociedad que somos”; “no importa cómo se consiga el dinero”; “abusar de los otros es símbolo de éxito”; “quien gasta más en drogas y lujos es la mejor persona”. Son premisas dominantes en la cultura estatal.

Sin duda, la parte fundamental de la pacificación es la aplicación de la ley y la erradicación de la impunidad, responsabilidades de las instituciones de seguridad y justicia pero, indudablemente, vencer en la guerra de relatos entre narcocultura y cultura de legalidad es parte necesaria para construir paz.

No usamos, aquí, el término cultura en su acepción que representa las más altas expresiones de las bellas artes. Empleamos el concepto de cultura en el sentido que abarca tanto las maneras de vivir y de pensar compartidos en una sociedad, como el conglomerado de conocimientos, creencias, artes, leyes, usos y costumbres que las personas tenemos en común con los demás miembros de la comunidad.

La cultura señala los modos de vida deseables.

La narcocultura enaltece, justifica, normaliza y exalta la existencia del narcotráfico y sus manifestaciones de violencia y poder económico.

La cultura de la legalidad promueve una sociedad que está de acuerdo con la observancia de la ley y en la que las personas respetan la ley por convicción propia.

Es una narrativa donde las mejores personas son aquellas que rechazan y condenan la ilegalidad, la delincuencia y la corrupción; apoyan a las dependencias de seguridad y justicia y ejercitan el autocontrol, incluso cuando no respetar la ley pudiera resultar más atractivo.

Una de las condiciones que facilitan el establecimiento del crimen organizado en una sociedad es la tolerancia de los ciudadanos a la ilegalidad. Una de las causas de la falta de paz y seguridad es la falta de cultura de legalidad.

La pacificación requiere una cultura de la legalidad en los ciudadanos. Es fundamental reconocer la importancia que tiene la promoción del cambio cultural como condición para la pacificación de Sinaloa.

El gobierno tiene la obligación de garantizar la paz social, los derechos patrimoniales de las personas y, sobre todo, sus derechos fundamentales a la integridad física y a la vida. Los ciudadanos tenemos que respetar la ley y no tolerar la ilegalidad. Nuestro espacio está en la exigencia al gobierno y en la promoción de la cultura de la legalidad.

La guerra de narrativas la va ganando la narcocultura porque, por un lado, está en todas partes: en lo que cantamos, en la ropa que usamos, en cómo tratamos a los demás, en los carros más admirados, en la arquitectura de las casas… En todo.

Me contaban cómo a una maestra de kínder le mencionaron sus pequeños alumnos la captura de un narcotraficante y ella intentó explicarles que era una persona a quien encarcelaron porque había cometido delitos, a lo que uno de los niños repuso: “pero va a escaparse de la cárcel y cuando salga se va a chingar a los policías”.

El principal pilar del triunfo de la narcocultura es la realidad que muestra que impunemente se pueden cometer delitos, y las mejores casas, fortunas y condiciones materiales son su recompensa.

La derrota de la narcocultura no se ha obtenido, ni se obtendrá, lo muestra la historia, mediante la censura. Es físicamente imposible contener todos los mensajes favorables a la ilegalidad.

La victoria en la batalla cultural requiere del convencimiento, de la deliberación argumentada.

Es necesario construir la narrativa que muestre los daños que el crimen organizado provoca en sus propios miembros y en la sociedad.

Es imprescindible un programa de actividades coordinadas entre, al menos, los sectores claves: la educación cívica y escolar para llegar a los niños y, a través de ellos a sus padres, hermanos y a la comunidad; los centros de autoridad moral, las personas y las instituciones reconocidas por su apego a la legalidad y la ética, y los medios masivos de comunicación.

Para variar, el gobierno del estado no ha cumplido su responsabilidad de fomentar los valores, la formación cívica y la cultura de la legalidad.

Una ley estatal lo obliga a hacer un diagnóstico preciso del tema por territorios y grupos de edad: no lo ha hecho; le mandata a definir acciones, responsables y tiempos: no lo ha hecho; le obliga a apoyar e impulsar la participación de la sociedad: no lo ha hecho, y lo responsabiliza de establecer espacios de coordinación: no lo ha hecho.

Que la gente no crea que el narco es bueno es una de las condiciones de la pacificación.

Debemos ganar esa batalla por las ideas y valores respecto al crimen organizado, sobre todo de niños y jóvenes.

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