La sospechosa virtud de cumplir
- migueldealba5
- 4 nov
- 3 Min. de lectura


Cuando trabajar bien se vuelve blanco de ataque:
Conocí un colega flojo
que un día como hoy
encontró trabajo.
No me lo van a creer:
prefirió hacerse el muerto
A los flojos del mundo
Nelson Sosa
Desde hace años se presenta un curioso fenómeno en México —aunque no es exclusivo–: las instituciones que trabajan bien son las más atacadas. No las que simulan ni las que improvisan, sino las que se atreven a hacer su tarea con disciplina. Basta que una dependencia cumpla su función, entregue resultados o diga no a un capricho, para que aparezcan los juicios sumarios en redes y los linchamientos disfrazados de crítica ciudadana.
Es casi un deporte nacional. Si una oficina pública limpia el desastre que otros dejaron, se sospecha de sus motivos; si una funcionaria aplica la ley sin mirar a quién, se le acusa de tener agenda oculta; si un proyecto comienza a dar frutos, alguien corre a explicar que “seguro hay gato encerrado” porque, en el fondo, para muchos que algo funcione rompe el orden natural de las cosas.
Y es que la eficacia institucional tiene un defecto grave: exhibe a quienes viven del caos.
Cuando una entidad empieza a ordenar los procesos, a transparentar los gastos, a exigir resultados o incluso a defender a quienes no son atendidos, hay quienes pierden su zona de confort. Son los mismos que antes reclamaban “que alguien haga algo” pero que cuando alguien lo hace se sienten amenazados. No porque el trabajo esté mal hecho, sino porque ya no pueden manipular los tiempos, los favores o los presupuestos.
Lo curioso es que estos ataques rara vez nacen del ciudadano común. Surgen, más bien, de pequeños círculos que perdieron algo: influencia, visibilidad o dinero. Y como la molestia no se puede admitir en voz alta, se recubre con palabras nobles: “transparencia”, “rendición de cuentas”, “voz del pueblo”. El disfraz es tan fino que hasta parece indignación legítima y engaña a muchos.
De nuevo acudiendo a la psicología social, esto se explica con dos mecanismos tan viejos como el ego humano.
Primero, la proyección: quien se sabe incapaz o negligente descarga su frustración sobre quien sí hace las cosas. Es más fácil señalar que imitar.Y, segundo, la disonancia cognitiva: quien ha vivido convencido de que todas las instituciones son corruptas no soporta encontrarse una que no lo sea. Rompe su narrativa personal. Entonces, para no cambiar su forma de pensar, se convence de que “hay algo raro”.
No existe mayor amenaza para el pesimista que el buen ejemplo.
Desde la comunicación, la respuesta no está en la pelea. Defenderse de cada rumor es oxigenar al ruido. Las instituciones sólidas no gritan: muestran. Exponen resultados, historias, cifras y rostros. Ponen luz donde otros apuestan a la sombra. El mejor antídoto contra la calumnia es la evidencia tranquila. A pesar de los ataques en las redes, que conste.
Quizá haya que aceptar, con ironía resignada, que trabajar bien en México es un acto de rebeldía; que cumplir con el deber se convirtió en gesto subversivo,y que mientras la costumbre sea sospechar de quien cumple, la honestidad seguirá siendo un espectáculo raro, como los eclipses que todos miran con asombro pero pocos entienden.
Al final, el mérito institucional no necesita aplausos, sino continuidad, porque en un país donde cumplir parece sospechoso, trabajar bien es la forma más elegante de resistencia.
Seguir así sólo deja cosas buenas.
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