LatAm: los discursos correctos y la inacción ante la crisis planetaria
- migueldealba5
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Por Miguel Ángel de Alba
Mientras el mundo advierte otra vez sobre la urgencia climática, América Latina —y México en particular— sigue atrapada entre el discurso correcto y la inacción conveniente.
La séptima Asamblea de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente (UNEA-7) dejó mensajes claros: el planeta se calienta, los impactos se aceleran y el tiempo político va muy por detrás del tiempo físico. Nada nuevo.
En Nairobi se aprobaron resoluciones, declaraciones y estrategias. El multilateralismo sigue vivo, pero no basta con respirar aliviados porque el sistema aún no colapsa.
Desde Latinoamérica, región altamente vulnerable al cambio climático, el problema no es la falta de diagnósticos, sino la resistencia a tomar decisiones que incomoden intereses económicos y políticos bien conocidos.
México es un caso paradigmático. Firma acuerdos, aplaude declaraciones y se presenta como actor responsable en foros internacionales, mientras en casa refuerza una política energética anclada en el pasado, apuesta por combustibles fósiles y posterga la transición justa que dice respaldar. La contradicción no es ideológica: es climática, económica y social.
América Latina alberga algunos de los ecosistemas más ricos del planeta, pero también algunas de las economías más dependientes de la extracción. Defiende la biodiversidad en los discursos y la sacrifica en la práctica. Habla de resiliencia mientras permite la deforestación, la sobreexplotación del agua y el crecimiento urbano sin planeación. Luego llegan las sequías, las inundaciones, los incendios… y la sorpresa fingida.
La UNEA-7 insistió en que el éxito no se medirá en papel, sino en aire limpio, agua segura y ecosistemas restaurados. En esta región eso suena casi provocador. ¿Dónde están las políticas públicas a la altura del reto? ¿Dónde los presupuestos, las metas verificables, los plazos claros? Porque el clima no negocia extensiones ni acepta excusas electorales.
El calentamiento global no es una amenaza futura para América Latina: ya es una crisis presente. Golpea primero a las comunidades más pobres, a los pueblos indígenas, a quienes viven del campo y del mar. Y, como siempre, llega antes que el Estado. Seguir retrasando decisiones es, en los hechos, una forma de desigualdad climática.
México y la región suelen exigir más financiamiento internacional y responsabilidad histórica de los países industrializados, pero esa exigencia pierde fuerza cuando no se acompaña de coherencia interna. No se puede pedir ambición afuera y practicar la tibieza en casa.
La UNEA-7 dejó el faro encendido. Ahora toca remar. América Latina no puede darse el lujo de llegar tarde por su gente, por su riqueza natural ni por su futuro económico. El planeta ya habló. La pregunta incómoda es si los gobiernos están dispuestos a escucharlo… o seguirán en espera de que el costo sea irreversible.
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