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Mujeres en los conventos, que fueron grandes personajes en el virreinato



La dignidad del conocimiento

y el derecho de las mujeres

a la educación.

Sor Juana Inés de la Cruz



Por Mayra Núñez P.

YouTube: Mayra Gallery Art


Fue a partir de los siglos XVI y XVII que empezaron a llegar frailes evangelizadores que impusieron el catolicismo europeo y, con esta nueva religión, construyeron conventos muy importantes en la Nueva España.

En esos conventos vivían las monjas, mujeres españolas o criollas con dinero, que no quisieron o no pudieron casarse.

Ahí fue donde las mujeres españolas, criollas, negras e indígenas elaboraron e inventaron los tradicionales dulces mexicanos, que fueron la cuna del mestizaje culinario.

En el convento de San Jerónimo, entre rezos, cantos y mezclas culturales, Sor Juana Inés de la Cruz y otras fervientes monjas nos transportan a las cocinas conventuales del virreinato, donde mujeres enclaustradas amasaban y amasaban tratando de analizar el destino que les habían impuesto.

¿Algunas posiblemente imaginaban cómo hubiera sido su juventud fuera de ese recinto? ¿...Que quizá pudieron conocer un amor con nombre y apellido? ...Otras, solamente recordando a su familia.

Y así, en el espacio de la cocina convergieron la sabiduría de las indígenas, las españolas y las esclavas, quienes encontraron en la cocina un lugar que les permitía sentirse dueñas de un espacio importante.



La diferencia de estratos sociales en los conventos del siglo XVII era muy especial, ya que por cada monja había de tres a cinco esclavas o sirvientas, quienes también participaban en la elaboración de los manjares culinarios que debían confeccionar para los virreyes y la clase privilegiada de la Iglesia católica.

La propia Sor Juana Inés de la Cruz estuvo acompañada durante varios años por su esclava, Juana de San José, que su madre le regalo al tomar los hábitos en el convento.

Sor Juana, con su curiosidad, inteligencia y destino dentro de las cocinas forradas de Talavera, vasijas de barro y de cobre, nos legó testimonios de los sabores que elaboraba en ese siglo, como el postre de nuez, cuya creación fue enviada a la virreina María Luisa Manrique, con quien siempre mantuvo una gran amistad.

En esa época germinaron las delicias de las cocadas, los jamoncillos, los suspiros, los alfajores, los besos, los alfeñiques, los calabazates, los mazapanes y los buñuelos, entre muchos otros.

También estaban los platillos salados que se crearon en Puebla, como el mole, los chiles en nogada y otros que se convirtieron en favoritos de la alta burguesía poblana.

Además de fusionar las recetas españolas con las mexicanas, los conventos aprovecharon para sembrar huertos para, con sus frutos, crear las conservas en almíbar. Así empezaron a elaborar las conservas en almíbar, como higos, duraznos y membrillos.


De acuerdo con Larousse Cocina, varios de estos dulces no han modificado su preparación, por lo que la forma de hacerlos se conserva casi intacta hasta nuestros días.

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