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Participar en el bienestar de todo ser viviente es inaplazable



Por: Fernando Silva


El constante desasosiego que se advierte en relación al desprovisto compromiso de buena parte de la gente para adherirse a la censura de actos de cohecho, corrupción, violencia e inseguridad, genera un sinnúmero de cuestionamientos sobre tan estremecedor comportamiento que, de acuerdo a estudiosos de las ciencias sociales y la psicología, tiene relación con algún modo de complicidad al contribuir —en sus entornos personales, sociales y laborales— con prácticas injustas, ilícitas o perturbadoras, así como las que son vedadas por la cultura que predomina en su sociedad. Un ejemplo, quizás el más habitual, es la de ser testigos de un acto malhechor y simplemente no hacer nada. Ese usual comportamiento se equipara al expuesto por la leyenda de los Tres monos sabios «No oigo, no veo, no hablo» que, como dato adicional, a diferencia de la interpretación popular del origen de la pieza, escultura realizada en madera por el artista japonés Hidari Jingorō en 1636 y cuyo nombre de las figuras son: Mizaru, Kikazaru e Iwazar, su interpretación la tenemos en el proverbio que dice: «No escuchar lo que te lleve a hacer malas acciones», «No ver las malas acciones como algo natural» y «No hablar con maldad», y que al parecer tiene su referencia en las escrituras de Kǒng Fūzǐ, mejor conocido como Confucio, nombre que adaptaron los misioneros jesuitas que tuvieron presencia en China a partir de los siglos XVI y XVII.

En ese sentido del saber y conocedores de que los filósofos clásicos analizaron y definieron conceptos concernientes al sentir y pensar del ser humano, el angustiante y oscuro proceso mental se presenta con mayor intensidad cuando la persona examina la naturaleza de sus actos. Sobre el particular, el poeta y religioso español San Juan de la Cruz lo entendió como un vacío anímico-emocional que utiliza el ser humano para escapar de la agonía que le sobreviene al tomar conciencia de sus propias faltas. Y fue hasta los románticos en donde localizamos escritos sobre ese estado concreto de apatía y falta de motivación conocido como «Sentimiento de vacío», en relación con esto, tan singular vacío que según describen los especialistas como José Luis Carrasco Perera, experto psiquiatra, versado en el tratamiento del trastorno depresivo, deviene como fruto de la pérdida del sentido de la vida y que el sentimiento de vacuidad es difícil de determinar, ya que es un concepto que va desde lo teológico-filosófico hasta lo psicológico. Incluso, algunos pacientes pueden definir el sentimiento como una experiencia somática «Me siento vacío por dentro» y otros como «Un vacío existencial» o «Una falta de noción de la realidad». Asimismo, no es exclusivo del trastorno de personalidad limítrofe que se describe en pacientes con trastornos psicóticos y/o depresivos, así como en personas con otros trastornos de personalidad. Los narcisistas pueden describir un sentimiento de vacío resultante del aburrimiento y la falta de gratificación al interactuar con sus semejantes, y los esquizoides pueden describir lo mismo, pero esta vez por una característica innata que hace que se sientan diferentes a los demás, asimismo ser displicentes y de no sentir apego con su prójimo.

No obstante, y teniendo de por medio el interés teórico de los estudiosos de la psicología y las ciencias sociales, a través de intensos debates metodológicos en los ámbitos académicos, políticos, culturales y humanistas en referencia a las técnicas cualitativas para solventar tan agraviante padecimiento, es posible afirmar que no basta con debatir, ya que la generosa intención no es suficiente para dar respuestas a los procesos en la movilización de resultados apegados a la defensa de las sociedades en ecuanimidad con el Estado de derecho y la eficaz convivencia amparada en los valores universales, entorno que permita brindar justo equilibrio a los derechos individuales y colectivos, así como parar de tajo la desigualdad económica, formativa y laboral, por consiguiente, ponerle un alto a la violencia y abusos de todo tipo.

En ese marco de entendimiento y si efectivamente queremos un cambio ético-moral en las sociedades —en función del bienestar general— tenemos que empezar por poner el digno ejemplo desde los hogares, entendiendo y adaptando en la práctica los principios bioéticos con el resuelto objetivo de ir determinando la efectividad de que, a partir de ellos, se justifica todo razonamiento deductivo, ese sistema para organizar hechos conocidos y extraer conclusiones, lo cual logramos mediante una serie de enunciados que reciben el nombre de silogismos, por lo tanto, cuando tenemos unificadas las ideas obtenemos mayor certidumbre sobre la veracidad, como un proceso del pensamiento en el que de afirmaciones generales se llega a las específicas aplicando los preceptos de la lógica humanística.

En la sagacidad que nos obsequia la disquisición, advertimos que son tan diversos los intereses y las formas de concebir la «realidad » que para un perspicaz y elocuente entendimiento podríamos profundizar en que un bien general que conforme a todos es prácticamente imposible, por consiguiente, ponderemos en nuestros diversos entornos un método de justicia que prevenga y que haga cumplir el que nadie pueda amenazar, coaccionar, violentar e imputar a sus semejantes en su actuar libre, y mejor aún, educar la voluntad y la conciencia para dar parte a la autoridad correspondiente sobre todo acto que vulnere el orden social, la cultura, la idiosincrasia, los usos y costumbres —no sólo de cada país, sino de cada pueblo que lo conforma—, asimismo, denunciar a quien contravenga la facultad del ser humano libre, proporcionado a su mérito y condición, para que haga legítimamente lo que conduce a los fines de una vida honorable.

Tan íntegro principio deriva del imperativo del respeto a la vida y pone de relieve que el objetivo de los actos filántropos es en procura del bien común. Por lo que parte de considerar que las relaciones humanas —en un todo unitario y orgánico— se basan en los valores, entre los que destacan: la ética, la tolerancia, la bondad, la paz, la fraternidad, el afecto, la justicia, la responsabilidad, la equidad, la amistad, la libertad, la honestidad, la consideración al prójimo… Lo que quizás para algunos, tan próvida finalidad les resulte un tanto quimérica, pero realmente ¿será así o estamos desaprovechando la posibilidad de lograrlo?

Posiblemente, la propensión no tiene lugar en las proyecciones financieras y económicas globales en el siglo XXI por efecto de las atroces e incomprensibles brechas que se mantienen entre ricos y pobres, empleadores y trabajadores, países desarrollados y en eterno subdesarrollo, así como por la profunda desigualdad manipulada por grupos que controlan a los poderes fácticos y promovida por cúpulas oligárquicas que, además de ser clasistas y racistas, mantienen inalterable y hasta inexorable su enferma predisposición de controlar todo.

En tal escenario, evidentemente hay manifestaciones de quienes aprueban estrategias revolucionarias para abatir a delincuentes y/o criminales, y quienes aún preferimos considerar el origen de tales circunstancias —a partir del conocimiento, la reflexión, los argumentos y el diálogo circular— con la intención de afrontar, arbitrar y enderezar el orden social en prosperidad de todos. Evidentemente, la necesidad de hacer conciencia y de reflexionar a profundidad sobre la licitud de la intervención de la sociedad y participar en el bienestar de todo ser viviente es inaplazable, ya que de mantener tan degradante proceder, simplemente, dejamos de ser circunspectos seres humanos.

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