Antonieta Rivas Mercado: entre la modernidad y el abismo
- migueldealba5
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Por Profa. Mayra Núñez P.
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Galeria Mayra
Antonieta Rivas Mercado fue un personaje destacado en la cultura mexicana del Siglo XX. Nació en 1900, en una Ciudad de México que respiraba el aire porfiriano.
Hija del renombrado arquitecto Antonio Rivas Mercado, autor de la columna del Ángel de la Independencia, creció en una casa donde el arte, la disciplina y el silencio fueron ley.
Desde joven recibió una educación excepcional; hablaba cinco idiomas; estudió danza en París y se formó en un ambiente cosmopolita contrastante con la rigidez de su entorno social.
Durante los años 20, se convirtió en una figura clave del renacimiento cultural mexicano: fundó el Teatro Ulises, apoyó la creación de la Orquesta Sinfónica de México y fue mecenas de artistas e intelectuales. Su casa en la calle de Héroes, en la colonia Guerrero —que aún se conserva y es posible visitar— se convirtió en un punto de encuentro para las vanguardias.

Se casó con el estadunidense Donald Blair, con quien tuvo su único hijo. El matrimonio no funcionó y enfrentaron un divorcio largo y angustioso, ya que tuvo que pelear la custodia de su hijo, que finalmente obtuvo.
Heredera de la fortuna de su padre, la utilizó en gran parte para apoyar proyectos artísticos.
Convencida de que podría lograr un mejoramiento y cambio en la vida cultural mexicana, destinó grandes cantidades de dinero para la campaña presidencial de José Vasconcelos, en 1929.
Durante esa época conoció a Manuel Rodríguez Lozano, de quien se enamoró apasionadamente y apoyó en sus proyectos artísticos.
Aunque Rodríguez Lozano siempre la quiso y respetó como a una gran amiga, nunca correspondió a su amor por sus preferencias sexuales.
Las cartas de amor que Antonieta escribió al pintor Manuel Rodríguez revelan la capacidad y el conocimiento que tenía para escribir. Algunos de sus escritos han sido publicados en diferentes medios.
La escritura y su biografía se mezclan en las cartas de amor que escribía para el pintor y escritor Manuel Rodríguez Lozano; en todas reflejó su personalidad y sus sentimientos, que son a la vez testimonios de su conocimiento intelectual y de una amplia cultura mexicana y europea que permiten ver la búsqueda constante de Antonieta.
Sus cartas de amor han sido objeto de una cuidadosa revaloración literaria y su escritura ha sido rescatada.
Fueron 87 las cartas de amor que escribió a Manuel Rodríguez Lozano, las cuales estuvieron guardadas durante mucho tiempo hasta que fueron publicadas.
Antonieta manejaba muy bien el juego de palabras en estas cartas.
“Espera contra esperanza”, título tomado de las palabras que ella misma repitió en varias de sus cartas y que resume la relación vivida con Rodríguez Lozano.
“He esperado y contra esperanza esperaré”, escribió, y en otra carta se despidió: “Lo espero con intensa espera”…
“Lo quiero y contra esperanza espero”.
Algunos biógrafos comentan que se persigue la ambigüedad de la relación: de parte de Antonieta, un intenso deseo de estar con él y, en contraste, el acercamiento meramente espiritual de Rodríguez Lozano.
Pero ¿quién era el hombre a quien Antonieta escribía notitas y grandes cartas de amor?
Antonieta lo conoció en 1927, cuando ya era un pintor reconocido que inició su carrera en París; de gran belleza física y altivez, era una persona refinada y con gusto por la perfección y la elegancia.
Desde el primer encuentro, Antonieta quedó encantada con su arrogancia y refinamiento. Manuel Rodríguez Lozano también quedó prendido por la personalidad de Antonieta.
Diría que “tuve el honor de conocer a Antonieta, mujer extraordinaria desde todos los puntos de vista por su excepcional inteligencia, fuerza de carácter, generosidad y distinción. Se desarrolló entre nosotros una sincera amistad”.
Antonieta poseía un profundo sentido estético, proveniente en gran parte de sus estudios.
Además, quería poner al teatro mexicano a la altura del de los países de Europa, de donde acababa de llegar. En esa época, Antonieta se convirtió en el centro del movimiento artístico en México.
En 1921 conoció a José Vasconcelos. El presidente Álvaro Obregón había creado la Secretaría de Educación Pública (SEP) y nombró a Vasconcelos como el primer secretario.
Vasconcelos estaba convencido de que el desarrollo integral podía lograrse con una muy buena educación escolar en todo el país y, en la ciudad, con cultura y bellas artes.
Vasconcelos siempre se interesó en el aspecto educativo. En 1920 fue rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), a la que legó su escudo con el lema “Por mi raza hablara el espíritu”.
En 1929 fue candidato a la Presidencia de la República porque quería instaurar el orden democrático en el país, anhelo que transmitió a Antonieta, quien se entregó con devoción y vehemencia al trabajo, así como afectivamente a su líder, de la misma forma en que entregó su amor, tiempo y dinero a Rodríguez Lozano.
Cuando Vasconcelos perdió la candidatura, decidieron salir del país. Vasconcelos se fue a París y Antonieta a Nueva York, porque los doctores le recomendaron alejarse del trabajo y el estrés, porque su salud no estaba en buenas condiciones.
La distancia empezó a desesperar a Antonieta, quien no veía respuesta a las muchas cartas que enviaba. Decidió ir a París para hablar con Vasconcelos y quedaron de verse en el lugar donde se hospedaba.
Ese día Antonieta preguntó a Vasconcelos si la necesitaba. La respuesta fue: “…nadie necesita de nadie; solamente necesitamos de Dios”. Esa respuesta acabó con las esperanzas que Antonieta guardaba para estar juntos por siempre.
Esa misma tarde decidió qué haría con su vida. Tomó la pistola que Vasconcelos guardaba entre sus libros y se la llevó en la bolsa de su abrigo.
Al otro día escribió varias cartas:
“He decidido acabar. Ya está en mi poder la pistola que saqué de entre los libros de Vasconcelos y el lugar es en una banca que mira al altar del crucificado en la catedral de Notre Dame. Me sentaré para tener la fuerza para disparar”.
Una era para su amigo Arturo Pani, cónsul general de México en París: “…antes del mediodía me habré dado un tiro. Te ruego le escribas a Blair y a mi hermano para que recojan a mi hijo. Está en Burdeos 27 Rue Lechepellier, con la familia Levigne. Soy la única responsable de este acto, con el cual finalizo una existencia errabunda”.
El 11 de febrero de 1931 se dio un tiro en el corazón. Tenía 30 años. Con eso puso fin a una corta vida, productiva y apasionada, que dedicó a impulsar las artes y los valores democráticos en México.
Antonieta no murió instantáneamente. Después de escuchar un fuerte sonido en la iglesia, acudieron para auxiliarla y vieron que tenía una medalla de la virgen de Guadalupe, por lo que posiblemente dedujeron era mexicana, y hallaron las cartas en su bolsa.
La llevaron a un hospital cercano, pero ya había fallecido al llegar. Su amigo, el cónsul mexicano Arturo Pani, arregló lo necesario para el entierro en un pequeño panteón, con la idea de que sus familiares fueran por los restos para llevarlos a su país, pero no fue así. Al paso del tiempo, fueron trasladados a una fosa común.
Antonieta no buscó ser símbolo, pero se convirtió en uno. Entre el arte y la historia, entre el amor y la pérdida, su legado continúa en la memoria y el recuerdo.
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