Culiacán, capital nacional del miedo
- migueldealba5
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Por Omar Garfias
@Omargarfias
De todo México, la gente de Culiacán es la que se siente más insegura, con miedo, en su ciudad.
El 89 por ciento de la población considera que vive en una ciudad insegura, según la Encuesta Nacional de Seguridad Urbana del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).
El miedo no es gratuito ni es un error de percepción.
El miedo se causado por la certeza que da el que la violencia se ejerce impunemente contra cualquiera, en donde sea, a plena luz del día, si así lo decide el crimen organizado.
El gobierno no previene el delito ni garantiza la seguridad ciudadana.
En Culiacán no está vigente la ley.
Esta realidad tiene una de sus muestras en la cárcel de Aguaruto.
Que el gobierno controle ese espacio físico no sólo es su obligación, sino también es posible pues varias limitaciones que se le marcan respecto a su trato con los ciudadanos se le han quitado respecto a los internos de los penales. Con ellos puede usar el castigo, el sometimiento y la violencia con muchas menos restricciones.
En febrero de 2022, una revisión en el penal encontró gallos de pelea, armas, drogas y más de un millón de pesos.
Tres años después, el 22 de mayo de 2025, tras un enfrentamiento armado entre internos y custodios que duró diez horas, el periodista Aarón Ibarra informó del hallazgo dentro del penal de un túnel, diez fusiles de asalto, un subfusil, 14 armas cortas, más de 100 cargadores, una granada, tres bombas artesanales, un módem Starlink, radios, celulares y computadoras.
El 26 de junio ahí, en la cárcel, sucedió una balacera donde murió un interno. Tras los hechos, una nueva revisión encontró nueve armas de fuego. Al día siguiente, en otra riña, asesinaron a tres personas.
El 9 de julio, otra revisión encontró fusiles AK, M4, machetes y celulares. Dos días después, el “esculque” halló: cocaína, mariguana, cuchillos y 16 módems. El 10 de agosto: diez armas cortas y tres largas, celulares y droga. Y así, cada semana, o cada tres días, revisaron y siempre aparecieron objetos prohibidos.
El gobierno salió a festinar que los días 12 y 13 de octubre no habían encontrado armas dentro del penal. Cantó victoria. La realidad le mostró que no había hallado armas porque no había buscado bien, ya que, lamentablemente, el 17 de octubre, una riña derivó en el asesinato de un interno.
El penal de Aguaruto ha cambiado ocho veces de director durante el gobierno del Dr. Rubén Rocha.
El gobierno no es capaz de garantizar la seguridad ni en el penal. No controla el territorio ni el edificio diseñado para vigilar a todos y donde puede imponer restricciones severas a la movilidad.
La respuesta del gobierno ante la narcopandemia es un fracaso. Las familias de la capital del estado viven con miedo, con mucho miedo.
El gobierno, para quitarse de encima la cruz de la derrota, arroja la responsabilidad de la narcopandemia sobre su pueblo. Los culiacanenses, dice, no han hecho lo que debían. Los de la capital de Sinaloa no se dan cuenta de que están dadas las condiciones para desarrollar sus actividades, que aquí se puede vivir perfectamente bien; rompen en llanto cuando matan a alguien en su restaurante; no se conforman con el dinero del programa Bienestar; no callan cuando desaparecen a los turistas; salen a marchar cuando matan niños; usan polarizados en sus carros.
Tan fácil que sería resolver la narcopandemia ignorándola —ironizó—, cerrando los ojos, los oídos, haciéndonos pendejos.
El gobierno ha cantado muchísimas campañas para ocultar la realidad. ¡Porque somos más los que queremos paz!, cantaba la diputada Guerra hace un año; pedía poner calcomanías en todos lados, hacer camisetas y… no funcionó.
“Sinaloa pa’delante” machacan miles de spots de radio. Convoca a los sinaloenses a conformarse con que “un ocho es como un 10”, como diciendo que la realidad debe ser evaluada con manga ancha, que no hay que ser tan aspiracionistas, que sí, los roban y matan pero no deben olvidar que “somos alegres”. Están a un paso de decir que “un muerto es como cero muertos”.
Los recursos públicos han aguantado el pago de consultores, asesores, aviadores, publicistas y creativos para seguir tratando a la narcopandemia como un problema de relaciones públicas.
El gobierno es un gran cliente para los vendedores de campañas publicitarias que prometen cambiar la percepción del pueblo, no su realidad.
Campañas que han degradado las palabras gubernamentales a un inerte formulario de frases hechas. Un discurso mustio.
El gobierno no ha inspirado seguridad a su pueblo. No puede. Sus operativos han fracasado, sus campañas publicitarias también.
No proporciona ninguna información concreta sobre cómo va a lograr la aplicación de la justicia al crimen organizado. Scurati escribiría que el gobierno no admite ninguna responsabilidad personal, se limita a vagar en un limbo de irrealidad con los andares claudicantes de un sonámbulo, como aburrido, disgustado por su propia voz mortecina. Nunca se le ha visto tan extraviado. Una máscara triste, consumida, usada desde hace demasiado tiempo. Precisamente ahora, cuando su pueblo necesitaba verlo como autoridad moral, capaz, confiable, admirable, vigoroso.
Ante su debilidad, la conjura ha surgido entre los miembros de su propio bando. Todos los morenistas se dedican a pelear para ocupar un cargo; han montado un ring de personajes que son tan descarados aduladores frente a Rubén Rocha como intrigantes conspiradores a su espalda; eso sí, ninguno propone una solución a la narcopandemia.
No todas las formas de reducir la respuesta de inseguridad en las encuestas son virtuosas. No todas se derivan de que ya se pueda andar en las calles confiados y seguros.
También hay pueblos que dejan de calificar como inseguras a sus ciudades porque se rinden, porque aceptan que roben, desaparezcan o maten a sus conocidos, a sus amigos o a sus familiares.
Culiacán se ha convertido en la capital nacional del miedo.
Las instituciones gubernamentales y políticas han fracasado en resolver la narcopandemia.
¿Nos resignamos? ¿Qué propone?
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