Descansar ¿es un lujo?
- migueldealba5
- hace 6 minutos
- 3 Min. de lectura

Por Déborah Buiza
@DeborahBuiza
Estoy cansada. Todos los días me descubro cansada… O más cansada… Quizá un poco menos cansada pero, en general, cansada.
He hecho una miniencuesta entre las personas a mi alrededor y también están cansadas. El ritmo que llevamos nos agota sin darnos cuenta, o peor aún sin que podamos hacer algo para revertirlo antes de que sea demasiado tarde.
Me convenzo cada día de lo necesario que es descansar: parar para “repararse”, para “encontrarse”, para “sostenerse”. Cada vez más me parece un derecho humano que urge visibilizar y defender (aunque, irónicamente, estemos demasiado cansados para luchar) y, al mismo tiempo, empieza a parecerme un lujo que difícilmente podemos darnos.
¿Quién tiene en realidad más de cinco minutos para no hacer nada, para descansar sin ser juzgado o criticado? ¿Quién puede “parar” sin que lo tachen de holgazán, perezoso, desquehacerado, ocioso? ¿Quién puede no hacer nada sin que le reclamen lo que ha dejado de hacer por descansar? ¿Quién puede decir que está cansado sin recibir de vuelta el famoso cuestionamiento “¿cansado de qué?”?
Si anotaras cuánto tiempo descansas realmente a la semana ¿qué encontrarías? Y no me refiero a las horas que duermes —ese es otro tema—, sino al tiempo en que no haces nada productivo.
Nos han bombardeado durante décadas con la idea del mejoramiento permanente, el crecimiento constante, la necesidad de una sanación eterna (porque ahora hay que sanar el pasado, el presente, el futuro y, de paso, a tus antepasados y a tu descendencia), hasta el punto de que el simple hecho de no hacer nada parece una locura. Y, sin embargo, es tan necesario…
Con tanta sobreexigencia, descansar se ha convertido en una forma de resistencia frente a un mundo que nos quiere agotados en todos los sentidos y al máximo.
Aunque sean sólo cinco minutos de contemplación, ahí, donde estás, sin hacer nada, sin exigirte nada —nada que aprender, producir, desarrollar o sanar—: solo tú, respirando, existiendo, presente. ¿Cuántos momentos así te dedicas o puedes robarle a tu loca carrera de todos los días? O si quieres ya no hablemos de todos los días: ¿quizá una vez a la semana?
¿Quién puede darse el lujo?
Antes se decía: “Ya descansaré cuando me muera”. Incluso hoy, no hacer nada se ve mal: se considera a la “holgazanería” como la madre de todos los vicios, y la mayor recomendación es ser “más organizado” para tener aún más tiempo para hacer más cosas (que, por supuesto, no incluyen el descanso).
¿Qué hay detrás de esta exigencia cultural -internalizada- de mantenernos siempre activos? ¿A quién beneficia que no descansemos?
¿Y qué pasa cuando el descanso es también capturado por la exigencia de producir? Por ejemplo, ese momento con una taza de café que podría ser para ti se transforma en la oportunidad de crear una imagen perfecta para Instagram. Y en ese intento por mostrar el instante se esfuma la intención del descanso.
Descansar ahora es revolucionario, estar sin producir para “hackear” al sistema.
Ya se siente cada vez más cerca la temporada decembrina, en donde lo que menos hacemos es “descansar”. Entramos en ritmo frenético, en un modo donde el descanso se pospone para enero, como si pudiéramos funcionar indefinidamente, pero ¿qué le pasa a nuestro cuerpo cuando no atendemos sus necesidades?
Descansar se convierte en una llamada urgente cada vez más difícil de atender, un lujo que nadie se puede dar.
Y tú, ¿qué tanto descansas?
.png)