Por: Fernando Silva
Sin ningún tipo de ambages y en consideración a las tradiciones, costumbres, derechos consuetudinarios, dogmas o creencias religiosas en las diversas culturas o sociedades en el mundo, al momento de estimar los sondeos realizados a gente —en diversas latitudes— de lo que advierten sobre ser librepensador, es habitual que manifiesten con determinación que esa manera de pensar aglutina a aquellos seres humanos que no creen en la existencia de Dios o la niegan; a los que se declaran discretos y recelosos al entendimiento de toda idea de lo divino y sagrado —eso que las más de cuatro mil religiones dan como culto a sus deidades o espíritus—; a quienes acentuamos la importancia de observar, pensar, conjeturar, reflexionar, investigar, argumentar, razonar con sensatez para adquirir y/o divulgar conocimiento, así como a los naturalistas —que consideramos a la naturaleza como referente de la existencia efectiva— y que consecuentemente, aparte de no recurrir a lo sobrenatural, nos delimitamos a lo que se puede percibir directamente a través de los sentidos y del uso apropiado de la razón, la inteligencia y la consciencia, en contraposición con lo ilusorio, fingido, irreal, ficticio, confuso y falto de evidencias justificables y convincentes.
Lo anterior nos lleva a formar juicio sobre qué es ser pensador y, mejor aún, crítico —entendido como la destreza para meditar con profundidad y eficacia con la intención de acrecentar los conocimientos, así como para potenciar el desarrollo personal y profesional— lo cual se logra a través de leer, reflexionar, comprender lo leído y llevarlo a la práctica en virtud de la comunicación y el sano intercambio de opiniones, comprensiblemente en atención de ser analítico y minucioso al apreciar los hechos y conductas de manera constructiva, lo cual hace que los criterios sean no sólo confiables y valorados, sino esencialmente respetados. En esa dirección, el librepensador no tiene limitaciones al deliberar —con argumentos, razones y miramiento— los comentarios de quienes se resisten con ignorancia, incompetencia e ineptitud y, en muchos casos, recurriendo al uso de un lenguaje descuidado y sucio al momento de discurrir, colocándolos —bajo el penoso cobijo de su sombría cortedad— en una bochornosa situación en la que exhiben irreflexión, imprudencia e incultura. En tal escenario, un librepensador simplemente optará por ignorar al ignorante y, con ello, evitar una mayor confrontación.
Desde esta perspectiva, es trascendental dirigir la atención y el interés hacia el bienestar de todo ser viviente con la justa intención de resolver acertadamente los despropósitos que transgreden a los ecosistemas, y lo podemos lograr si nos inspiramos en el legado racionalista de los humanistas —cuyo patrimonio intelectual tiene que ver con la inteligencia, la entereza y la sagacidad— además, si consideramos y le sacamos provecho a la experiencia como una de las principales fuentes de conocimiento en pro de la sensata coherencia ética y moral, lo que es la mejor orientación educativa desde la etapa infantil y hasta la vejez, con la finalidad de que las malas costumbres no reemplacen a la conciencia, sobre todo las violentas, las bélicas y las que tienen falta de civilidad y carentes de las pautas mínimas de comportamiento social que nos permiten convivir en armonía, en colectividad, en paz y basadas en una concepción integradora de los valores humanos que elevan la dignidad, el carácter ecuánime, la libertad de expresión, la autonomía, así como la capacidad social que obra de acuerdo a la justicia, cognición, ética, conciencia y respeto.
Al respecto, Albert Einstein escribió en su libro "Mi visión del mundo" lo siguiente: «No es suficiente enseñar a los hombres una especialidad. Con ello se convierten en algo así como máquinas utilizables, pero no en individuos válidos. Para ser individuo válido, el hombre debe sentir intensamente aquello a lo que puede aspirar. Tiene que recibir un sentimiento vivo de lo bello y de lo moralmente bueno. En caso contrario, se parece más a un perro bien amaestrado que a un ente armónicamente desarrollado. Debe aprender a comprender las motivaciones, ilusiones y penas de la gente para adquirir una actitud recta respecto a los individuos y a la sociedad. […] Para que exista una educación válida es necesario que se desarrolle el pensamiento crítico e independiente de los jóvenes, un desarrollo puesto en peligro continuo por el exceso de materias (sistema formativo). Este exceso conduce necesariamente a la superficialidad y a la falta de cultura verdadera. La enseñanza debe ser tal que pueda recibirse como el mejor regalo y no como una amarga obligación».
A tal efecto, el sentido cardinal es el de poner de manifiesto que el concepto de educación y humanismo deben funcionar y responder a un mismo objetivo y disposición, y a entender que todo proceso educativo —formal o informal— le incumbe tener como intención el constituir y jerarquizar —en cada ser humano— su sentido de humanidad a lo largo de las diferentes etapas de la vida, en cuanto que participamos de una relación social. En esencia, cada cultura es el resultado de las diversas configuraciones en que se brinda la educación desde los hogares y hasta en los entornos socioculturales. De ahí que sea frecuente observar que el concepto usual de educación se puede entender o no, pero desde un punto de vista cualitativo se asocia a conceptos descriptores: instrucción, formación, aprendizaje-enseñanza y viceversa; sociedad, cultura, conocimiento, entendimiento, afecto, sensibilidad, creatividad, experiencia individual y social, perfeccionamiento, desenvolvimiento, organización, intencionalidad, ideología, hogar, escuela, enseñanza virtual... Tan amplio abanico de términos nos indica que estamos frente a un deber inexcusable y un esfuerzo lógico-lingüístico —la búsqueda de un esclarecimiento esencial— y sumarnos en apoyo de un propósito de orden epistemológico, esto es, descifrar el enfoque bajo el cual se perciben y/o se entiende tal o cual tentativa definitoria. En consecuencia, el significado o contenido, por ejemplo, de las palabras perfeccionamiento, formación o desarrollo humano, tienden a manifestar aspectos connotativos diferentes en cada una a partir de tener una idea clara del entorno y de la comprensión específica con que se las entienda. Por consiguiente, los fundamentos y puntos capitales de la estructura social básica —la familia— en la que tutores e infantes se relacionan, así como las ciencias humanísticas como la psicología, las estéticas y la antropología sirven como punto de partida en el estudio de cualquier disciplina, ya que son los cimientos sobre los que se trabaja e investiga al ser humano y a las manifestaciones que se realizan en sociedad, habitualmente ligadas al lenguaje, a las bellas artes, al pensamiento, a la cultura y a sus formaciones históricas. En pocas palabras, la crucial responsabilidad de los sanos y racionales métodos en los procesos educativos y formativos es impulsar el ideal de ser humano propio de cada sociedad y cultura. Por lo que si esto es así, entonces, no existe un arquetipo de humanidad válido para todos los que poblamos el planeta Tierra, sino que sencillamente lo que tenemos son modelos de personas diferentes, es decir, que no hay un humanismo sino humanismos como el antropocéntrico, el marxista, el empírico, el existencialista y el universalista.
Por lo tanto, la educación para ser librepensador es un conjunto de razonamientos y hechos que nos permiten dilucidar la apología de una determinada pretensión que concluimos en pro de una resolución motivada en nuestra condición de seres humanos y en virtud de la cual realizamos con mayor disquisición y sensatez la integración social y cultural en bien de la humanidad y de todas las especies, animales y vegetales.
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