La mantequilla
- migueldealba5
- 8 jul
- 2 Min. de lectura

¡Qué hay de nuevo… viejo!
Por Araceli Mendoza
Todos quieren tener una casa propia. Unos inician con un terreno; otros, con una casa, la cual adaptan a las necesidades de la familia. Así, poco a poco, logran pagar esa casa. A veces, como río, todo fluye y logran pagarla; a otros, de repente el río se desborda y hay dificultades no contempladas, como una enfermedad, y a pesar de varias amenazas de desalojo por morosidad, logran pagarla.
Tener un lugar propio dónde vivir es una gran ventaja. Es un techo seguro alcanzado con quién sabe cuántos sacrificios, reparaciones, mantenimientos…
Pero también hay que valorar las veces que la familia pasa buenos momentos; ver crecer en esa casa a los hijos, a los nietos y pensar que en sus muros se registran las risas y las lágrimas de felicidad o de tristeza. ¡Es la casa de la familia!
Cuando mueren los pilares de la familia, no sólo se pierde a quienes fueron los propietarios; muchas veces la casa es vendida.
También hay casas con historia. Casas que fueron de artistas muy conocidos, como la de Sara García, la abuelita de las películas de la época de oro del cine mexicano, en Concepción Béistegui 929. ¿Cómo sería la vida dentro de esa casa?
La residencia de Fernando Soler y su esposa, en Rocío 142, Jardines del Pedregal. El rancho que se transformó en la vivienda de Dolores del Río, en el 43 de la calle Salvador Novo, en Coyoacán, la “Casa Escondida”, con un patio central, madera labrada, una entrada espectacular con un estilo romano, a donde eran invitados con frecuencia Frida Kahlo, Diego Rivera, intelectuales y bohemios.
La de Germán Valdez, Tin-tán, en Nadadores Country Club, en Churubusco; ahí se filmó la película “El Rey del Barrio”. Esos personajes propietarios se fueron.
La filosofía tibetana dice que lo que vemos no existe, porque se desvanece como la mantequilla. Una gran verdad: el contenido de la casa desaparece —cuadros, muebles, fotografías, figuras, enseres de cocina—. Incluida la gran olla donde la dueña de la casa guisaba el rico pozole para toda la familia…. y los dueños también desaparecieron.
Sin más se decide vender la casa, pero como ya tiene varios años, generalmente el comprador demuele y construye otra con un diseño muy distinto.
Es extraño ver cómo desaparece esa casa donde había reuniones frcuentes; donde los hijos y los nietos llenaban el patio con toda su familia. Hoy ya no existe.
El dueño original ¿habría imaginado su casa derrumbada? ¡Era su casa, la que él llamaba “la casona”, con todo el empeño que puso durante años para tenerla!
Desde luego, amigos lectores, nada nos pertenece; todo desaparece. ¿Cómo hacer para vivir sin apegos y ocuparnos más por la salud, por el bienestar? ¡Caray!, no existe una receta.
Al final, la tranquilidad de tener un techo seguro es importante, pero no esperes que coloquen una placa afuera que diga quién era el propietario y cuánto hizo para tenerla. Mejor piensa que quieres que escriban en tu epitafio.
Hasta la próxima.
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