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El ciclo del poder y su castigo


Por José Manuel Rueda Smithers


Y va de nuevo la historia ya narrada, pero con datos que cambian según la vida mundial que le da nuevas señales. Claro que primero va el poema que da sustento a cada línea de la Cultura Impar:


¿Por qué la patria sumergida en llanto

por su preciosa libertad suspira?

¿Por qué infeliz, entre congojas, mira

roto en jirones su estrellado manto?

Poema A un tirano

Juan Antonio Pérez Bonalde



Es un país sin nombre, pero con demasiada memoria, donde hubo un partido que lo controló todo. Unos lo llamaban el Partido Eterno. Gobernó tanto tiempo que sus dirigentes pensaron que el pueblo ya no tenía alternativa. Manipulaban elecciones, disfrazaban la corrupción de eficiencia y repartían promesas como si fueran bendiciones.

Hasta que un día, de pronto, coincidió que alguien -un foráneo- escribió (o solo mencionó) la historia de una dictadura perfecta, y puso en letras lo que los demás no se atrevían.

También por esos tiempos se pudo mostrar a un pueblo cansado de eso, que pareciera por fin despertar. Sin duda, con fuerza y esperanza, se abrió en confianza hacia un nuevo personaje quien -sin dudarlo- desarrolló un nuevo grupo: llamémoslo Los Renovadores. Aunque ellos mismos no hablaron con voz clara, prometieron cambiar todo y sacudir los cimientos del viejo régimen.

El pueblo creyó y les entregó las llaves del poder.

Cansado de mentiras elegantes y manos sucias, el pueblo eligió algo distinto. Un nuevo movimiento, uno que prometía justicia, limpieza, renovación. Sus líderes venían del llano, hablaban como el pueblo y aseguraban no serían como los otros. El país creyó y, con fe, les dio el poder completo.

Aunque, sin duda alguna, a Los Renovadores les ganó el revanchismo más allá de la poca ideología -por supuesto que no de todos- que traían en su desarrollo y recurrieron a “jalar cuadros del pasado” para ganar espacios mediáticos.

Durante un tiempo, algo parecía haber cambiado en el país, pero el poder absoluto es un espejo cruel: nadie (viejos y nuevos) se mira en él sin distorsionarse.

El nuevo partido empezó a hablar como el viejo; a decidir sin consultar; a purgar instituciones, a insultar a quien no aplaudía. El discurso de justicia se volvió revancha. La transparencia se volvió opacidad. Los enemigos del pasado fueron reemplazados por nuevos intocables.

Uno a uno, los errores comenzaron a acumularse: obras sin plan serio y mal hechas; contratos opacos; escándalos familiares, desprecio por la ley. Convencidos de su pureza, no corrigieron. Se sintieron invencibles, igual que aquellos a quienes tanto criticaron.

El pueblo, mientras tanto, seguía atento, aunque no lo parecía. Mientras algunos defendían a capa y espada el cambio, otros empezaban a dudar.

Más allá de los analistas (a quienes atacaron designándolos como comentócratas), nadie decía nada en voz alta, pero muchos empezaron a recordar. Y en ese país, donde es cierto que la memoria es cada vez menos perfecta, pero tampoco es corta, un día un niño en la plaza preguntó:

– ¿Por qué dicen que esto es nuevo si ya lo vivimos antes?

Nadie supo qué responder.

Es por eso que allá (solo allá, que conste) donde el poder se siente acorralado, se ve a los partidos hegemónicos inventar enemigos, endurecer discursos, agitar banderas ajenas y reforzar las alianzas que les garanticen el control: capitales que no se eligen, pero deciden. Incluso hacen guerras dentro y fuera, y las magnifican acusando a los demás. Amenazando por que sí.

A veces, muchísimas veces, son corporaciones transnacionales; otras, son las redes criminales que saben disfrazarse de benefactores entre quienes menos tienen. No importa la región, están dentro y gobiernan para bien y para mal.

Ambos bandos -los del dinero- saben lo que la gente necesita y lo dan a cuentagotas.

Así sobreviven todos ellos, los políticos de ahora. Sólo buscan ganar, nunca impulsar para crecer.

Hasta que el ciclo, inevitablemente, vuelve a comenzar.

¿Seguirá esta Cultura Impar de los supuestos, pero abiertamente escondidos?

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