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El fondo de la olla II


Por Déborah Buiza

@DeborahBuiza


En la publicación pasada decía que sólo quien vive las cosas sabe lo que ha tenido que vivir, invertir, gastar y hacer para lograr lo que tiene o quien es. Sin embargo, después de enviar el texto recordé algo.

Hace muchos años hubo una época en que las cosas se complicaron un poco y, al cabo de un año y de varios eventos desafortunados, me encontré divorciada, desempleada, huérfana, tuve que hacer varias mudanzas y, en el colmo, hasta mi gato se murió. En aquel entonces me sentía mal, pero no “tan mal”; digamos que estaba funcional, pero aplanada emocionalmente, con un humor “raro”, a lo cual contribuían algunas personas a mi alrededor que me decían que no era para tanto lo que me había pasado y tenía que seguir adelante, de buen modo y con buena cara, y yo “ok, hay que darle, que aquí no ha pasado nada, no es para tanto”.

Como a mí no me pasan las cosas sin investigar, leer un libro o tomar un curso, en aquel entonces encontré un taller de tanatología y pensé que el tema me ayudaría. Ya en algún momento he contado cómo me cayeron una decena de veintes cuando hice un cuestionario que listaba una serie de eventos generadores de estrés.

Se sabe que hay acontecimientos que generan un alto nivel de estrés.

Se sabe que, a mayor nivel de estrés, mayor probabilidad de somatizar y enfermar.

Se sabe que el estrés se acumula.

Se sabe que el lapso de los procesos de duelo, aquellos generados con algún tipo de pérdida y con ello cambios significativos, pueden durar entre seis meses a dos años (si es que no se complica).

Se puede hacer una revisión de las pérdidas o cambios que hemos tenido en un lapso de esta fecha a uno o dos años atrás, y más o menos darnos cuenta del nivel de estrés al que hemos estado sometidos…

No me había dado cuenta de que la cosa sí había estado ruda y que realmente tenía motivos para sentirme “mal” hasta ese momento, en que el resultado del cuestionario de situaciones estresantes arrojó un resultado exorbitante y miré el asombro en la cara de la facilitadora cuando se lo compartí.

Así que no, no siempre el fondo de la olla se da cuenta conscientemente de lo que contiene. A veces necesitamos aprender a revisar nuestros fondos, a mirarnos, escucharnos y detenernos a preguntar “¿cómo estás?”, “¿cómo te sientes con esto que te ha pasado?”, porque puede que andemos un poco en la ignorancia e inconsciencia de las cosas que nos pasan, sin darnos cuenta de los moretones que traemos después de los golpes que recibimos y que vamos por la vida diciendo “¡Ay! A mí no me dolió, aquí no pasó nada”.

Y ojo, no se trata victimizarse ni quedarse en el “pobrecita de mí, que mal me ha tratado la vida”, sino de reconocer que las cosas que nos suceden tienen un impacto y un efecto en nosotros a los que hay que mirar, dar su importancia y lugar y, si es necesario, trabajar en ello.

Darse cuenta a partir de otros de lo que te ha pasado es duro; que te caigan los veintes a partir de mirar el reflejo o la reacción en los espejos que son los otros puede ser impactante, y es que a veces —por algunas razones— somos ciegos a ciertas cosas nuestras, y poco ayudan esas voces poco empáticas que insisten en que todo está bien, que nadie te hace nada, que exageras, eres muy sensible o que no es para tanto, pero no podemos seguir en el desconocimiento de que las cosas nos suceden y nos impactan.

Y tú, ¿qué tienes en el fondo de la olla que no has reconocido aún?

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