El hada verde de la Belle Époque
- migueldealba5
- 21 jul
- 2 Min. de lectura


Por Mtra. Mayra Núñez P.
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La Belle Époque no sólo vive en los libros de historia o en los trazos de Vincent Van Gogh, de Henri de Toulouse Lautrec o de Paul Gauguin. Vive también en las conversaciones frente a una taza de café y en los descubrimientos que transforman la visión que uno tiene del mundo.
Esta historia comenzó en un café, con mi amiga Argentina Casas, quien ya no está entre nosotros pero dejó en mí su amor por el arte, la investigación y el misterio de la absenta.
Ella me hablaba de la Belle Époque como quien abre una caja secreta. Platicábamos de las luces tenues de los cafés parisinos; de los carteles que hablaban desde los muros de Montmartre, y del verde translúcido de la absenta (ajenjo), bebida que seducía a los artistas que la consumían. Descubrimos que el arte no sólo embellece, sino también denuncia, provoca y, a veces, sangra.
Van Gogh, Toulouse Lautrec y Gauguin, entre otros, compartían rituales con la absenta, como si con esa bebida verde pudieran hallar las respuestas que no encontraban en sus pensamientos nocturnos.
Se dice que Toulouse Lautrec llevaba absenta en el mango de su bastón y que Van Gogh pintaba el mundo como si su alma se derramara en pedazos; que la absenta no era sólo una bebida, sino una lente, una grieta, una forma de ver más allá.
La Belle Époque también fue un escenario de excesos y resistencia.
La Belle Époque fue un período en la historia europea, especialmente en Francia, entre 1871 y 1914 que se caracterizó por un optimismo generalizado, prosperidad econóomica y avances tecnológicos y culturales.
Pero no fue solamente un tiempo de esplendor. Fue también una época de contradicciones, donde el lujo cohabitaba con la angustia y el arte comenzaba a rebelarse, por lo que se le llamó “El teatro de la decadencia”. Los artistas no sólo pintaban lo que veían, sino lo que dolía.
La absenta fue un símbolo de dualidad: por un lado, la embriaguez estética y, por el otro, la sombra de la adicción, la alucinación y el vacío.
La bebida, conocida como “El hada verde”, producía belleza, pero también locura. Las copas desbordaban los límites del genio.
Fue así como estos y otros artistas enseñaron que, detrás de cada pincelada, puede haber un grito contenido, una historia verdadera que busca ser contada y un silencio que merece ser escuchado.
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