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El titiritero

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Él es muy diestro

moviendo el hilo

con sus manos

y voz, manipula;

y el títere sólo gesticula,

aunque le ponga

su vida en vilo, lo adula;

Y quien le sigue, aplaude

tranquilo como buen ignorante


Poema El titiritero 

Freddy Kalvo

 

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La Cultura Impar recuerda aquella frase atribuida a Porfirio Díaz en torno de que “si Estados Unidos estornuda, a México le da gripa¨ y que, cien años después, reviviera Agustín Carstens en el mismo sentido. Ahora Donald Trump mantiene las relaciones bilaterales bajo esa premisa y los funcionarios mexicanos no atinan a encontrar algún remedio.

Lo cierto es que Trump tiene todo para marcar la agenda de México: le basta con amagar.

Apenas el último día de julio sostuvo una llamada telefónica con la presidenta Claudia Sheinbaum. El tema no es nuevo, aunque sí inquietante: los aranceles. En plena campaña mediática, volvió a amenazar sobre la aplicación de impuestos más altos a las exportaciones mexicanas.

Lo más preocupante es que no fue un berrinche sin consecuencias: logró que ambos gobiernos acordaran aplazar, por otros tres meses, cualquier decisión definitiva sobre el tema.

El gesto revela mucho más de lo que aparenta. Habla de una estrategia clara, fina y calculada del presidente estadounidense: mantener a México ocupado y subordinado. En términos simples, Trump mueve los hilos desde afuera y lo hace con eficacia. Una sola llamada suya logra que el gobierno mexicano entre en modo de contención, de diplomacia de emergencia, de cálculo.

Mientras tanto, la sociedad mexicana (y quizá ni el canciller) sigue sin entender la magnitud del problema, porque todo ocurre en los pasillos, sin ruido, sin narrativa pública que lo ponga en el centro de la discusión.

Es una muestra más de cómo Estados Unidos -y particularmente figuras como Trump- ejerce control sobre las decisiones internas de México sin detonar una alarma social. No es necesario invadir o imponer un tratado colonial: basta jugar con la incertidumbre económica.

Basta con insinuar que las reglas del Tratado de Libre Comercio entre México, los Estados Unidos y Canadá (T-MEC) podrían cambiar; que las exportaciones de aguacate, automóviles o fresas tendrán un nuevo costo; que las maquiladoras perderán ventajas fiscales.

Ese sólo rumor pone a trabajar a decenas de funcionarios y expertos, a reorganizar presupuestos, a redefinir planes de inversión.

El caso es que los Estados Unidos, aún con su retórica de libre mercado y cooperación, siguen actuando con la lógica del poder imperial: somete a sus vecinos no por la fuerza militar, sino por la dependencia económica.

Hoy más que nunca queda claro que México no ha logrado romper esa cadena histórica. Seguimos anclados a la idea de que si a Washington le da gripe, aquí estornudamos. Y Trump lo sabe. Puede presionar a México cuando quiera… y lo hace porque le conviene para desviar la atención de su propio país, que vive una profunda crisis interna, y para mostrarse como el macho alfa de la política global.

Trump juega su carta favorita: la del miedo. Amenaza con el caos económico para venderse como el único capaz de restaurar el orden. Y, en ese juego, México se convierte en un simple tablero. Lo trágico es que no estamos preparados para rechazar su narrativa.La conversación del 31 de julio no fue un detalle anecdótico.

Fue una muestra más de la debilidad estructural de México.

Seguiremos al pendiente del humor de Trump; de sus ideas sobre los migrantes, los tratados y los muros. Seguiremos –como en los últimos cien años o más– con gobiernos que reaccionan en lugar de anticiparse.

Y lo peor es que ya ni siquiera nos escandaliza.

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