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Empoderar a las mujeres es más que luchar por sus derechos



Texto e imagen de Fernando Silva


La responsabilidad primaria en cualquier forma de gobierno es la de proteger y garantizar las libertades, la integridad física, la seguridad social, la equidad, la soberanía y el patrimonio tangible e intangible de sus gobernados, como base fundamental para un sólido desarrollo en lo económico, político y social, viviendo en democracia, certidumbre, confianza, justicia y fraternidad. Por lo que es substancial promover y brindar —en todas las naciones— alto grado de autoridad ética-moral a las mujeres a partir de conocimientos, valores, educación y formación académica profesional, en pro de evolucionar hacia una dirigencia transformacional sin precedente en bien de todo ser vivo.

Sobre el particular, entiendo el empoderamiento como un doble proceso en la adquisición de una mayor autonomía individual con capacidad de autodeterminación que facilite gozar de una libre elección de vida y, en lo colectivo, elevando la calidad humana para desarrollar e influir en los cambios sociales en favor del bien común, con el objetivo de convivir en sociedades justas y respetuosas de los derechos humanos, analizando dos extendidos y principales grados de acción reflexionados como la facultad de hacer o exigir todo aquello que la ley o la autoridad establece en nuestra protección: El primero, la acción responsable en lo social y político, haciendo énfasis en la noción de comprensión, empatía y cognición para escalar la capacidad organizativa con el sano objetivo de negociar y defender propuestas de bienestar general como los derechos individuales, colectivos y de género, las concepciones políticas y de culto, la libre expresión de las ideas... Naturalmente, la mayoría de los seres humanos incrementamos nuestro grado de justo compromiso cuando nos organizamos en la persecución del bienestar defiriendo principios humanistas. Y el segundo, la fuerza interior en el discernimiento de conocerse y convivir con uno mismo de manera armoniosa, fortaleciendo la autoestima, la identidad y la conciencia; mediante el autoanálisis —saber ser—; observando las causas y los efectos de nuestros actos; reconociendo las torpezas y brindando la correspondiente disculpa; engrandeciendo la educación y la formación académica; no siendo cómplices de actos de violencia, ilícitos o bélicos; denunciando con sensatez y con los elementos de prueba a quienes ejercen la corrupción o el cohecho…

En ese sentido, en el Plan Estratégico para 2022–2025 de la Organización de las Naciones Unidas Mujeres se indica que: «Se busca guiar a ONU Mujeres durante los próximos cuatro años, con la vista puesta en el plazo de 2030 para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). En él se explica cómo utilizará ONU Mujeres su singular mandato triple —que abarca actividades de apoyo normativo, coordinación del sistema de las Naciones Unidas y operacionales— para movilizar una acción urgente y sostenida con miras a lograr la igualdad de género y el empoderamiento de todas las mujeres y las niñas y apoyar la consecución de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.

El Plan Estratégico se basa en los hallazgos principales de un amplio proceso de consulta y se nutre del análisis de las lecciones aprendidas y recomendaciones halladas en evaluaciones, auditorías y otros asesoramientos, incluyendo aquellas a partir del examen y la evaluación al cabo de 25 años de la aplicación de la Declaración y la Plataforma de Acción de Beijing.

Habida cuenta de la naturaleza interconectada de los retos mundiales, ONU Mujeres se centrará en enfoques integrados con siete resultados sistémicos para abordar las causas profundas de la desigualdad y para llevar a cabo un cambio más amplio de los sistemas, abarcando todas sus áreas temáticas de interés:

  • Gobernanza y participación en la vida pública;

  • empoderamiento económico;

  • eliminación de la violencia contra las mujeres y las niñas; y,

  • las mujeres, la paz y la seguridad, acción humanitaria y reducción del riesgo de desastres».

Por consiguiente, en los procesos de empoderamiento de las mujeres, en la subjetivación y transformaciones en las relaciones humanas —tanto en los ámbitos íntimos como sociales— es fundamental detener las condiciones de inequidad y violencia, así como las dificultades para que accedan a recursos económicos, formativos, laborales, a espacios políticos y de decisión, en coherencia con la demanda de colectivos y organismos internacionales que luchan por la equidad de género para reducir los índices de pobreza y mortalidad, la garantía de sus derechos y a su reivindicación como género en pos de que puedan participar en todos los sectores sociales y generar transformaciones en sus condiciones de vida.

Sobre el particular, y en bien de todo ser viviente, pongo sobre la mesa las siguientes circunspecciones:

  • Impulsar la paridad entre las licencias laborales por maternidad y paternidad, lo que certeramente puede contribuir a cambios más humanistas en las normas sociales en cuanto a la crianza de los infantes y adolescentes.

  • Fomentar el acceso a servicios de cuidado infantil asequibles y de calidad en las empresas privadas e instituciones públicas, además de aumentar las prestaciones para la sana educación de los menores de edad.

  • Las formas de trabajo tradicional en una oficina, transformarlas en función de las herramientas de comunicación que llegaron con la Internet y que hacen parte de la cotidianidad de la gente con el trabajo desde casa; de esta manera se mejora considerablemente el clima laboral de las empresas, así como la estabilidad emocional y económica de mujeres y hombres desde lo individual hasta lo familiar.

A tal efecto, desde hace décadas se ha señalado de diversas maneras que el empoderamiento de la mujer es más que la lucha por sus derechos, precisamente porque más allá de las importantes consideraciones éticas-morales, representa una oportunidad en la estabilidad macroeconómica y el crecimiento inclusivo, ámbitos centrales en el desarrollo sostenible, por ello, si la educación desde los hogares, la formación escolarizada, la equidad en las funciones laborales y en los cargos públicos, el respeto y consideraciones hacia las mujeres se equipararan al que regularmente se brinda a los hombres, seguramente las familias, sociedades y, por ende, las economías, la salud, la vivienda, el equilibrio sobre la natalidad, la colaboración empática, la conciencia humanística y las condiciones de estabilidad comunitaria serían aún más sensatas y razonablemente resilientes para que, en consecuencia, el crecimiento sociocultural sea digno.

Entonces, entendamos y colaboremos para que la participación de la mujer —en todos los ámbitos— sea efectiva en bien de la estabilidad de todos, incluso, de nuestra Madre Tierra.

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