
Por: Fernando Silva
Un dato substancial es que en español empleamos «conciencia» para describir el ámbito ético-moral y «consciencia» a nuestra capacidad de reconocer la realidad circundante y de cómo nos relacionamos con ella. Por lo tanto, cuando un ser humano comprende sus actos como propios y los percibe con el propósito de perfección está ejerciendo ambas capacidades, dando certidumbre a su existencia y cultivando la búsqueda del sentido de la vida que lo lleva a una íntegra realización, tanto en lo personal como en lo social. De ahí la importancia de educar desde los hogares para hacer el bien y permitir que cada persona se conozca a sí misma, lo que determina en gran medida el propósito de ser humano; así como los preceptos y las normas sociales son los puntos de referencia de cada cultura para integrar las actitudes positivas que corresponden a lo que establecen los valores universales con los que procede la conciencia; aunque de ningún modo son la consciencia misma, entendida como el conocimiento reflejo del propio ser y de su operatividad mental.
En ese orden de ideas y de acuerdo con una concepción intelectualista, se ha ido reconociendo que conciencia y consciencia aparecen —en ocasiones juntas y en otras por separado— con el uso de la razón, entendidos de que las facultades de conceptuar, juzgar, ordenar, relacionar y estructurar las ideas, pensamientos y conocimientos, así como toda actividad que nos ponga en contacto con la «realidad» es a partir de converger con lo trascendente, es decir, con aquellas actividades dedicadas al cultivo del profundo discernimiento, entendimiento e inteligencia que, a su vez, nos permiten comprender —de mejor manera— lo que es efectivo o tiene valor práctico, en contraposición con lo ilusorio o lo fútil.

En ese derrotero, la búsqueda del sentido de la vida es un rasgo contundente de la humanidad, y en su curso —a lo largo del tiempo— toda forma de cooperación es pertinente para la realización de tan anhelada aspiración. Por lo tanto, cuando somos capaces de pensar, procedemos a disociar entre lo correcto y lo incorrecto —en correspondencia a la cultura de cada quien— estableciendo la semejanza o disparidad con otras, lo que va determinando el juicio en función de lo que se cultiva a partir de lecturas, estudios y experimentación adquiridas por las circunstancias o situaciones vividas, así como por la reciprocidad e igualdad de consideraciones con los semejantes. Tener en cuenta que la conciencia y la consciencia, como capacidades valorativas aparecen cuando además se es capaz de apreciar con meticulosidad la propia conducta; percatados de que es una actividad dinámica siempre imperfecta y en vías de brindar el mayor grado posible de bondad y excelencia.
Obviamente, en ningún caso se alcanza un discernimiento impecable y acabado en virtud de la espiral de conversión de conocimiento. Pero, en la llamada «Sociedad del conocimiento» a través de LA Internet, la acción y efecto de saberes se encuentran disponibles con un par de clics, destacando como un acometimiento colectivo. De esta manera «La Red» con su entorno relativo dentro de un marco de referencia interactiva y su capacidad de penetración capilar, se ha venido configurando como el sistema de comunicación y de divulgación del conocimiento que rompe con los arcaicos paradigmas; en consecuencia, la idea misma de conocimiento pierde su condición de exclusividad en bien de la encomienda social, lo que esencialmente modifica la estructura de la cadena de valor socio-cultural en cada sociedad, la naturaleza en las actividades laborales y los procesos productivos con su libre y profusa capacidad de comunicación, interconexión e interacción. Por lo tanto, el conocimiento es el combustible esencial para la conciencia y consciencia y, por ende, para la gente que apuesta por su prosperidad y progreso por medio de la investigación, la educación, la formación, la difusión y divulgación social de las culturas, además de su generosa voluntad por hacer el bien en pro de todo ser viviente.
Aquí el reto es arraigar la justa interacción social y orientar los hábitos de la población mundial hacia actitudes de tolerancia, respeto, paciencia, empatía, equidad, bondad y aceptación, alentando cruzadas internacionales que combatan los conflictos armados, los prejuicios raciales, actitudes clasistas, la intolerancia ideológica y de sectarismo ultraderechista que laceran la dignidad y los derechos humanos de las personas por el color de su piel, origen étnico, forma de vestir, orientación sexual, discapacidades, edad… y a la vez cuestionarnos ¿Por qué hay grupos sociales que se agreden entre sí? ¿De qué dependen los lazos de amistad? ¿Cómo podemos contribuir a que haya paz y bienestar en el mundo? ¿Qué necesitamos desarrollar para establecer relaciones constructivas y armoniosas? A este respecto, la disparidad sigue siendo uno de los retos de los gobiernos y los ciudadanos, ya que sus raíces y consecuencias han permeado negativamente en todos los ámbitos de la vida privada, pública y política.
En tan amargo escenario, pocos países han tomado medidas de política pública para generar inclusión y una mejor redistribución de los beneficios del crecimiento en áreas económicas, de salud, educación, laborales y de formación profesional, con la intención de que se traduzcan en el goce de más derechos y razonable responsabilidad en todas las esferas sociales, en un proceso de empoderamiento de las personas para que participemos organizados e informados con la intención de alzar la voz en pro de las decisiones que influyen en la vida, a fin de disfrutar de los derechos humanos en función de los principios que reconocen la equiparación de todos los ciudadanos en términos de las normas y obligaciones. Así, la política debe entenderse como el conjunto de reglas que estructuran a los gobiernos a partir de la organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la ciudadanía y como la forma de sociedad que reconoce y respeta como valores esenciales la libertad física, de pensamiento, de expresión, así como la equidad de todos los gobernados en defensa del estado de derecho.
Si bien la educación de la conciencia y la consciencia es una labor de vida, hay que aseverar que es responsabilidad de todos: Tutores, familia, instituciones formativas, sociedad, gobiernos... para garantizar la autonomía de cualquier clase de subordinación o dependencia, diseminando la sana integración personal-social, ya que el sentido y el valor de la humanidad no está en lo que se posee —no se trata solamente de tener más— sino de ser personas con alta calidad humana. Entonces, la elevación al bien común es despojarse de egoísmos y cooperar por la prosperidad de todos, entendido como valor objeto de la ética. En ese cultivo de ideas, con singular confianza y esperanza, el relativismo moral en el que se encuentra inmersa la humanidad hace difícil encontrar contenidos de valor aceptables para todos. Por lo que «el mejor bien» es aquello que lo es por esencia, el que es universal, porque los bienes particulares son bienes sólo en cuanto participan del Summum bonum —para describir la importancia definitiva, el fin último y lo más estimable que los seres humanos debemos alcanzar— por lo que entre más cerca estemos de este magnánimo propósito serán más admirables y respetables nuestras acciones.
Así que por dignidad y consideración en los actos y en las palabras, hagamos conciencia para parar de tajo, al menos, la ignorancia y ejerzamos la consciencia para reconocer nuestro entorno y conectemos la voluntad hacia el bien común.
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