Por Omar Garfias
@Omargarfias
Las elecciones de 2018 fueron un profundo grito de descontento.
Se conjuntaron una crisis de representatividad del sistema político y, otra, de exclusión económica.
Una mayoría ya no esperaba nada de instituciones y funcionarios.
Ese año cambió el sistema político mexicano.
Irrumpió una democracia sin intermediarios institucionales válidos, con un político escenificando permanentemente una interlocución con su público.
Una democracia populista y de audiencias.
El mercado electoral mutó, en consecuencia.
A las personas les llegan, en su celular y los medios, cantidades monumentales de información que dan cuenta de un mundo de incesantes alteraciones, con millones de actores, con complejísimas interacciones.
Andrés Manuel López Obrador construyó una explicación sencilla de ese mundo (aunque equivocada a mi parecer) que diariamente difunde con abundancia.
Ante esa machacante narrativa del presidente, los partidos opositores no han construido ni una narrativa alternativa ni una propuesta de país.
Han vivido del antiobradorismo espontáneo, de los que se convencieron solos.
Separadamente, las miembros de las élites partidarias dan explicaciones sin conexión entre sí y, a veces, contradiciéndose. Son una muchedumbre de músicos sin partitura común.
Nunca se han ocupado de sentarse a pensar conjuntamente el obradorismo. No se han ocupado de construir los elementos ideológicos que les permitirían ser una orquesta.
No se trata de presentar tesis doctorales de dos mil páginas, sino de explicaciones claras de por qué el populismo está fallando y qué se debe hacer.
Explicaciones convincentes y dirigidas al ser humano, a sus preocupaciones, a sus emociones.
Tampoco los partidos han abierto sus puertas a los expertos y a los científicos.
Los problemas sociales no han sido analizados con detenimiento.
Los partidos se dedican a la grilla y a una embarradita superficial de teoría para una declaración de prensa.
Los partidos no han desencadenado la deliberación sobre la agenda social ni fortalecido la educación política de los cuadros intermedios.
La falta de proyecto alternativo se refleja en que la base militante no convence en sus territorios, queda disminuida frente al estructurado y difundido rollo populista.
Asimismo, las clases medias y los sectores sociales no reciben respuestas a sus puntuales incertidumbres.
El vacío que deja la ausencia de una narrativa alternativa al populismo lo ocupan las teorías conspirativas más fantasiosas, las fake news y las baterías de insultos contra los electores morenistas.
De eso están llenos muchos chats y redes opositoras. Los partidos no vierten en ellos elementos de información y reflexión robustos y científicos.
El análisis de problemas sociales y el debate de propuestas en medios no tiene como protagonista ni a los políticos ni a los partidos opositores. Salvo esporádicas excepciones, su lugar es la sección de grilla de los noticieros.
El presidente creó su narrativa y la oposición no ha reaccionado.
No hablamos del requisito de la plataforma electoral.
Hablamos de lo que se contrapone al populismo en las pláticas en la casa, en la calle, en la universidad, en el centro de investigación.
Los partidos no han escrito media cuartilla, mucho menos posturas, frases, lemas y ya no digamos libros, seminarios, visiones y propuestas.
El PRIANPRD intenta, en estos días, simular la deliberación haciendo seis foros regionales donde meterá miles de realidades nacionales, estatales y municipales distintas para ser procesadas en cuatro horas. El viejo truco de impostar el pensamiento.
Aparentar, previamente, tres horas en las capitales estatales, “para escuchar todas las voces”. Fingir un ratito. Como antes, como siempre.
Movimiento Ciudadano ha realizado eventos interesantes, pero sólo en la Ciudad de México y uno en Los Mochis.
Dicen que no hacen un proceso completo de construcción ideológica porque cuesta mucho dinero.
Hacer eventos de presidium y alfombra requiere recursos, pensar no.
Las nuevas tecnologías permiten deliberar sin mayor inversión monetaria, aunque, eso sí, sin ceremonias de inauguración fotografiables.
Andrés Manuel López Obrador ha hecho un trabajo ideológico muy eficiente y efectivo.
Cada elector de Morena tiene una batería de respuestas que puede recitar ante cualquier cuestionamiento.
Es más fácil para ellos porque el presidente es el único generador de ideas autorizado y posee un megáfono muy potente para difundirlas.
En las pasadas elecciones del Estado de México, de los 3 millones 272 mil votos que obtuvieron Morena y aliados, un millón 511 mil fueron de personas beneficiarias de programas sociales federales y de sus familiares. Esto quiere decir que recibieron el voto de un millón 761 mil de ciudadanos sin ningún vínculo con la política social obradorista.
Sin discutir las causas de los votos de quienes acceden a programas, es evidente que el amplísimo grupo de electores morenistas que no son beneficiarios sí reciben algo que les importa: una explicación del mundo, una narrativa, una ideología.
Esa narrativa no tiene contrapeso, alternativa.
El antiobradorismo ya convencido no es suficiente.
Muchos abstencionistas quieren respuestas, propuestas y una explicación convincente hacia un mejor futuro.
Los partidos opositores no han hecho su tarea ideológica y no proveen ni esperanza, ni ideas, ni puertas al pensamiento, ni futuro.
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