Mi amiga de Marsella
- migueldealba5
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¡¿Qué hay de nuevo, viejo?!
Por Araceli Mendoza
Para empezar, quiero decir que hay 9 mil 657 kilometros entre Marsella y México… en avión, y que tuve una amiga ahí.
Marsella, una ciudad puerto del sur de Francia, ha sido una intersección de inmigración y comercio desde que los griegos la fundaron, alrededor del año 600 antes de Cristo.
En el centro está el Puerto Viejo, donde los pescadores venden su pesca a lo largo del muelle rodeado de botes.
La Basílica de Notre-Dame de la Garde es una iglesia románica-bizantina. Los lugares emblemáticos modernos incluyen el influyente complejo Cité Radieuse de Le Corbusier y la Torre CMA CGM de Zaha Hadid.
Cuando la conocí, mi amiga hizo un coctel en su casa. En la invitación resaltaban el horario y la palabra puntualidad. Era una persona mayor, muy guapa, simpática y cálida en su trato. Su acento francés era genial y la hacía más carismática.
Sin pensarlo, ahí iniciamos una verdadera amistad.
En ese entonces ella tendría 60 años. Su negocio era una de las casas de descanso más exclusivas, donde estaban las madres de muchas personas de la sociedad, además de ubicarse en una de las zonas más exclusivas.
Tenía también una casita donde sus inquilinos eran hombres. Decía: “Oh, prefiero tener hombres que mujeres, son menos complicados”. Por supuesto, sus inquilinos la apreciaban.
Un día me contó que tenía dos hijas, ambas casadas, que no dejaban de preocuparle. Una era Magda y la otra Nadia. Pero la estrella era Edmundo, su hijo. Las hijas eran de su primer matrimonio y el guapo hijo de su segundo matrimonio.
Al transitar por la vida no sabes con quién convives durante determinado tiempo. A veces no sabemos disfrutar los momentos con las personas que la vida pone en tu camino. Eran momentos de aprender, de reír y disfrutar, porque los años pasan rápido, de manera casi imperceptible.
Un día me llamó su ayudante, un señor muy respetuoso, y me pide: “... por favor, venga; la señora se siente mal y el doctor está por llegar…”. Fui lo más rápido posible y, efectivamente, el médico ya estaba ahí cuando llegué y dijo que no había nada de qué preocuparse.
Ella vivía sola, con su ayudante. Sus hijos vivían en el extranjero. Le pregunté cómo se sentía…
— Me siento mal. ¿Podrías ayudarme a ir al baño?
— Claro…
Poco después, al entrar, me llevé una gran sorpresa: el sanitario estaba con mucha sangre. En ese momento nos fuimos al hospital, donde le diagnosticaron divertículos.
Le avisé a Edmundo, quien vino pronto. Después llegó Nadia, su hija, e inició el desmantelamiento del negocio.
El esposo de Nadia tenía Alzheimer, por lo que debía cuidar de él. En pocos años la casa, con su decoración estilo francés y muy hecha por mi amiga, desapareció. Y ella también se fue.
Hay que aprovechar todo lo que la vida pone en el camino. Aquella mujer dejó una linda huella en mí, aunque nos faltó tiempo para platicar, para disfrutarnos más. Aún extraño cada año su tarjeta de navidad, con su firma característica.
Recuerdo ahora una anécdota de ella:
Como dije, era atractiva a pesar de su avanzada edad y tenía un novio, quien la invitó a cenar al restaurant Churchill. Al terminar la sopa, el señor llamó al capitán para reclamar.
— ¡No es posible, hay un diente en mi sopa…!
El capitán, apenado, ofreció mil disculpas. Al irse el capitán, mi amiga dijo a su novio, con su inigualable acento francés:
— ¡…es tu diente…!
Hasta la próxima