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Nadie atiende los gritos de miedo de Culiacán


Culiacán. / © Armando-Quiroz
Culiacán. / © Armando-Quiroz

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Por Omar Garfias

@Omargarfias


En Culiacán, Sinaloa, hay más percepción de inseguridad que en cualquier otra ciudad del país. Así lo registró y publicó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), un órgano de Estado. Es, oficialmente, donde más gente se siente en peligro.

El 91 por ciento de los habitantes de Culiacán siente miedo. Es una inequívoca expresión de descontento. A nadie le gusta vivir así y lo han dicho claramente.

No se ha normalizado, la población no contesta que se siente segura con lo que pasa.

Los ciudadanos no están conformes: la mayoría respondió que no está bien.

Los resultados de la encuesta son la forma de protesta que le quedó a una sociedad desarticulada, sin representación política y que tiene meses ante un gobierno sordo que insiste en ponerse el gorrito de fiesta como respuesta.

El primero que debería reaccionar ante los datos es el gobierno.

Debe entender que lo que dice y hace no devuelve la calma.

La población no le creyó al gobernador cuando dijo que en Sinaloa se vive perfectamente bien; ni al secretario de Gobierno, cuando sostuvo que están dadas las condiciones de seguridad; ni a la  diputada de Morena cuando argumentó que ella sí se siente segura; ni al secretario de Economía, cuando aseveró que no hay desempleo, sino crecimiento económico; ni al secretario de Seguridad Pública, cuando afirmó que la vida nocturna se ha reactivado, y menos la cree al presidente municipal cuando se esconde para no decir nada.

Tampoco recuperan la calma por lo que ven que hacen y por los informes que dan. Los recorridos de las fuerzas armadas no han evitado que cuelguen cadáveres en los puentes y roben vehículos con violencia. La enumeración de detenidos y decomisos sólo hace aparecer como inagotable la capacidad ofensiva del crimen organizado.

La conclusión popular es: “esto se va a acabar cuando lo decidan los grupos del crimen organizado”, como dijo el entonces comandante de la Tercera Región Militar.

Los partidos políticos deben admitir que no han establecido una deliberación pública de altura necesaria que diagnostique la complejidad del fenómeno de la violencia y la inseguridad; que analice propuestas y construya soluciones.

Las arenas institucionales de la política pública, como el Congreso, se han entrampado en la polarización, que les impide dialogar y, en lugar de estructurar un proyecto de seguridad pública, han recurrido a la estrategia del populismo legislativo de aumentar castigos y leyes que no se aplicarán por la debilidad de las fiscalías y las policías, por la impunidad.

Morena ha abdicado de canalizar la zozobra del 91 por ciento de la población de Culiacán. Decidió seguir con mansedumbre lo dicho por el Gobierno, aplaudir y no hacer ninguna propuesta ni presentar algún punto de vista que pudiera ser visto como distinto al discurso oficialista.

Los partidos que no están en el gobierno no han avanzado más allá de dar respuestas improvisadas a preguntas de los reporteros, de repetir lugares comunes y frases hechas, de videos de un minuto.

No han dedicado los recursos públicos que reciben a trabajar con especialistas en la elaboración de una política pública alternativa a la oficial o a sistematizar los acontecimientos para ubicar debilidades, patrones de conducta, ventanas de oportunidad, ni a dar forma a la protesta de las víctimas y a convocar a la solidaridad con ellas.

La desesperanza de Culiacán se refuerza cuando no recibe, de los partidos distintos al oficial, una ruta que le describa la solución, un diagnóstico que le explique con claridad qué sucede, la motivación para emprender ese camino alterno y el liderazgo creíble que encabece el proceso.

Sólo declaraciones para la página 16 y posteos en cuentas de redes con pocas vistas.

A la sociedad civil le queda hacerse cargo de su dispersión e inmadurez organizativa.

Inconformidad hay. lLo que no existen son suficientes espacios de participación no subordinada al gobierno, sin jefatura vitalicia, con formatos atractivos, de cercanía territorial y con diálogo interno ordenado, respetuoso y constructivo.

Algunas organizaciones y políticos han corrido a plegarse al discurso oficial de que “hay que hablar de lo bueno” y han restado espacio a los hechos de la inseguridad. Llaman a sonreír en medio de la balacera. Han desarrollado múltiples campañas y la calma no ha vuelto. Sigue la percepción de inseguridad a pesar de sus esfuerzos.

Un enfermo de cáncer no recupera la calma y la tranquilidad si se le pide que recuerde que tiene una preciosa sonrisa o unos lentes bonitos. Lo hará hasta estar seguro de que recibe el tratamiento que le va a curar la enfermedad.

Las campañas de “optimismo positivo” no han funcionado… ni lo harán. Cada robo de carro, cada niño asesinado, las deja en ridículo. Parecen burlarse cuando llaman a regocijarse porque uno consiguió una “chamba” el mismo mes en que se perdieron 15 mil 700 empleos formales.

La sociedad civil independiente deberá realizar la tarea de analizar qué está sucediendo. Lo hacen muchas personas, pero desconectadas, sin espacios de conversación donde abordar los efectos de ansiedad, miedo y estrés en la gente; el cierre de microempresas, el desempleo, la migración a otros municipios, los huérfanos de víctimas y presos, la reconstrucción de fiscalías y policías, la cooptación de los gobiernos y un largo etcétera de la complejísima crisis que vive.

La sociedad civil independiente debe dar forma coordinada y sustentada a la exigencia frente al gobierno, protestar con propuestas.

Todos tienen una opinión que dar y una acción que pueden realizar.

Es urgente atender el grito que dio Culiacán en el espacio que ofreció la encuesta.

Ese grito es de cada familia.

Se sienten en peligro, con miedo.

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