Seamos dignos ejemplos de intelectualidad e inteligencia
- migueldealba5
- 26 ene 2024
- 5 Min. de lectura


Texto e imagen de Fernando Silva
A partir del momento en que se conversa sobre la inteligencia, la primordial referencia que surge la tenemos en Homero, a quien se considera leyenda y símbolo de la poesía clásica y eterna, particularmente al leer los poemas épicos griegos La Ilíada y La Odisea. Desde este punto de vista, se ha intentado precisar (a la inteligencia) en las distintas épocas del desarrollo del pensamiento pero, al parecer, no puede ser asumida como paradigmática. Por lo tanto, tampoco es posible supeditarla a la decaída perspectiva del coeficiente intelectual —generalmente conocido como IQ (por sus siglas en inglés)— ya que en la actualidad ha cambiado la forma en la que buena parte de la humanidad convivimos, experimentamos, deliberamos, aprendemos, actuamos o laboramos; por ende, la capacidad de entender, comprender y resolver la mayoría —si no es que todas— de las contrariedades o las conveniencias no está basada tan sólo en los aspectos matemáticos, en la memorización y de vocabulario que regularon las pruebas de evaluación tradicional, sino que se vincula fundamentalmente con los procesos que se examinan —de manera progresiva— en el creciente universo digital y, en lo particular, ante la llamada inteligencia artificial, ese singular campo de la informática —dirigido por humanos— donde se desarrollan herramientas capaces de compilar, examinar y descifrar datos con la capital intención de orientar la información resultante en la ejecución de las disposiciones correspondientes.
En consecuencia, el dechado y constructo sobre la inteligencia ha generado sinnúmero de controversias, más aún a partir de lo que postuló el psicólogo, investigador y profesor Howard Gardner en su teoría de las inteligencias múltiples: corporal cenestésica, interpersonal, lingüística-verbal, lógico-matemática, naturalista, intrapersonal, visual-espacial y musical; y los cinco elementos clave emocionales que formuló el psicólogo, periodista y escritor Daniel Goleman: autoconocimiento, autorregulación, automotivación, empatía y las habilidades sociales. Sobre el particular, el diccionario etimológico castellano precisa «La palabra ‘inteligencia’ proviene del latín intelligentia, compuesta por el prefijo inter (entre) como intercalar, interfecto e intervalo. El verbo legere que significa escoger, separar, leer. El sufijo nt que indica agente, como en: arrogante, confidente, potente. Y el sufijo ia que indica cualidad, como en: confluencia, frecuencia y sentencia.
Todo junto indica la cualidad (ia) del que (nt) sabe escoger (legere) entre (inter) varias opciones. Es decir, ser inteligente es saber escoger la mejor alternativa entre varias, y también saber leer entre líneas. Es una persona que sabe discutir, analizar, deliberar y dar un veredicto. La diferencia entre “intelecto” e “inteligencia”: El intelectual es aquel que tiene la cabeza llena de información y datos y no necesariamente pone en práctica lo que aprende. En cambio, el inteligente pone en práctica y vive lo que sabe. Esa vivencia lo hace mejor persona de lo que era, tiene discernimiento, piensa antes de actuar, elige y escoge lo mejor. Un ejemplo: una joven universitaria saca excelentes notas, sabe bastante, la gente dice que es inteligente, pero si se casa con alguien bebedor, vago, que le pega, entonces no escogió bien, no es inteligente: Es intelectual, pero no inteligente».
En este entendido, si la inteligencia como la capacidad descriptiva con la que organizamos datos y experiencias: lo dulce y lo salado, lo sublime y lo despreciable, lo justo y lo ilícito, el altruismo y la avaricia… sin mayor dilación podemos ser intelectuales e inteligentes, tan sólo si nos damos la oportunidad de poner los medios necesarios para mantener y ampliar el conocimiento, el trato respetuoso, la fraterna amistad y el afecto hacia todo ser viviente, orientando la voluntad para elevar la calidad humana con el digno ejemplo, ligado al pensamiento de bien común que mantiene sistémica correspondencia con las numerosas formas de actividad psíquica. Por consiguiente, podríamos considerar lo expresado por Gardner y Goleman, comprendiendo que el potencial de desarrollo cognoscitivo —individual y colectivo— está en función de la solución justa y sensata de complicaciones e intereses, fundamentalmente, en el perfeccionamiento y progreso de los procesos de análisis, síntesis y generalización, cultivados por valores, derechos y grado de discernimiento que nos facultan —salvo si se padece algún trastorno mental— para suponer que todos somos capaces de tener idea clara de las cosas, adquirir espléndidas habilidades para hacer algo, obrar según justicia y razón, así como encontrar equitativos e incorruptibles los propios actos o sentimientos.
Un aspecto a tener presente lo tenemos en la determinación de nuestra facultad para decidir y ordenar la propia conducta en disposición de la libertad, los derechos universales, los principios éticos y los valores humanistas que determinan que todos podemos vivir en probidad e integridad, entendidos de que todo lo que existe —en el planeta Tierra y en el cosmos— está concatenado más allá de la singularidad, es decir, el punto en el que la teoría de la relatividad se queda corta al dar a conocer qué pasó en el momento mismo del mentado Big Bang y, más aún, ¿qué existía antes?, ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos?, ¿cómo y cuándo fuimos capaces de adquirir capacidades para examinar mentalmente algo con atención y combinar ideas, formar un juicio o, simplemente, tener la intención de hacer algo?, y ¿hacia dónde vamos? Al respecto, las respuestas —mayormente argumentadas y refutadas de modo inteligible— se inquieren con alta formalidad palmaria. Desde este punto de vista se han expuesto infinitas hipótesis y, en esa dirección, la del profesor y escritor Guillermo Gallardo arguye que «Los humanos no somos más que una variante zoológica relativamente reciente y sofisticada con sus propias virtudes y defectos en grado adaptativo y con un futuro tan frágil como el de cualquier otro ser viviente».
La historia de la filosofía ofrece una pluralidad de sistemas diversos que eleva la capacidad de entender o comprender. Y me detengo una vez más en el humanismo, ese que va al encuentro de la gente que nos autoanalizamos imparcialmente, aceptándonos tal y como somos, pero que tenemos el ánimo de evolucionar adoptando ecuánimes principios y derechos en bien de todo ser viviente, sobre la base de valorar la empatía, la colaboración fraterna, el respeto, la conciencia, el afecto, la camaradería, el saber, las sanas emociones y sensaciones, la paz, lo justo, la decencia… que integran las necesidades de todos los sectores socioculturales, en un marco de relaciones cívicas pluralistas y de procedimientos de expresión en la capacidad general fundada en correlación ética-moral y en defensa de la equidad, además de la libertad individual y colectiva, centrados en la comprometida participación ciudadana.
Tal razón fundamental se manifiesta y se hace palpable en la cultura de cualquier sociedad, partiendo de nuestra forma de ser, pensar y conducirnos cuando mujeres y hombres convenimos en ser ejemplo de respetable intelectualidad e inteligencia, enfatizando la importancia de la autorrealización sobre la plataforma de una educación racionalmente conducida.
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