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Ser o no ser humano


Por: Fernando Silva


En una de las obras más famosas del dramaturgo, poeta y actor William Shakespeare, The Tragedy of Hamlet, Prince of Denmark, más conocida como «Hamlet», podemos leer la que quizás sea la cita más célebre de la literatura universal que engloba filosóficamente y, en pocas palabras, la condición del ser humano como síntesis de los procesos mentales en perplejidad al pretender desvelar los arcanos de la existencia: To be, or not to be, that is the question (Ser o no ser, esa es la cuestión). Entendidos de que Hamlet contempla la posibilidad del suicidio en una batalla emocional y de cómo admitir el destino —por más cruel que pueda ser— sin la grave alteración del ánimo que es acompañada de intensa conmoción somática, todo mientras se enfrenta consigo mismo en relación con la trascendencia de la vida, la tentación de entregarse eternamente a la muerte, así como a la falta de ánimo y valor. Para comprender los sentimientos de Hamlet, pongo un fragmento del acto tercero:

«Ser, o no ser, es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Éste es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Ésta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos. Pero... ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones».

Sobre tal condición del «Ser» tuvo notable significado en la filosofía del fundador de la ontología y metafísico Parménides de Elea, ya que fue el primero en situarnos como la esencia principal del pensamiento filosófico, coyuntura que tuvo gran influencia en el conjunto de saberes que establecieron —de manera racional— los principios generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano desarrollados en la antigua Grecia y, que por supuesto, prevalece hasta nuestros días. En ese sentido, las características en la manera de reflexionar sobre la complejidad de la apariencia y la realidad individual y social, así como ciertos rasgos del lenguaje que las definen, ilustra cómo la estructura del esquema conceptual de las ciencias sociales es, en buena medida, inconmensurable con el de las ciencias naturales. Aquí, hago una pausa para distinguir entre «apariencia» y «realidad». En primer lugar, observamos «realidades» que a priori se revelan de un modo, pero una vez inquiridas con atención resultan ser de otra manera. Y en segundo lugar, el saber acerca de algo equivale a brindar una explicación de ellas —dar razón de cómo, por qué aparecen y cómo lo hacen— fundamentalmente cuando lo evidencian de una manera exagerada o artificiosa, por lo que es vital verificar que lo sea y, no por medio exclusivo de los sentidos, ya que no son meras ilusiones. Para ejemplificar, pongamos el caso de cuando miramos una vara sumergida en el agua, el sentido de la vista nos confirma que está torcida a razón de que las leyes de la refracción así la presentan, lo que permite pensar que tal efecto es tan real como la cosa misma (la verosimilitud no ilusoria) esto es, no dependiente de la distorsión y hasta confusión que nos da una imagen que se nos presenta desde cierto ángulo. Tener presente que los ojos no ven, ya que son —como el resto de los sentidos— transmisores de información, por ende, el cerebro es el que se encarga de reconocer, procesar e interpretar los impulsos conducidos —en este caso— por el nervio óptico, convirtiéndolos en percepciones que tienen sentido para nosotros. Por lo que si le hacemos llegar información falsa o perturbadora a los lóbulos occipitales, establecerán lo proveído como conocimiento que, por supuesto, lo podemos determinar como provechoso o inútil, en función de la deliberación sobre si es estimada o desdeñada.

Por lo tanto, si retomamos a Hamlet y su inquietante consternación, lo podríamos equiparar en su lucha con su propia cordura a un sinnúmero de tribulaciones que generamos como humanidad y que nos abruman de diversas maneras: Conflictos bélicos, pobreza, violencia, destrucción del medio ambiente y de los ecosistemas, hambruna, calentamiento global, fraudes, ideologías racistas y clasistas, mala educación desde los hogares, decadencia de valores, desacato a los derechos universales, abusos de todo tipo, aporofobia, misantropía, ignorancia supina, estupidez… Por ende, en la conciencia está contenida buena parte de la condición humana, con sus grandezas y miserias; sus épicas y sus tragedias; además de algo tan fehaciente y persuasivo como las facultades que tenemos para hacer legítimamente lo que conduce a los dignos fines de la vida. Por ello, no nos engañemos intentando aparentar tener o saber, mejor, si en nuestra realidad no se cuenta con las condiciones y/o facultades anheladas, pues ocupémonos por lograrlas con justo mérito y, en el remoto caso de no lograrlo, entender que no hay ser humano que lo tenga todo. Lo que sí nos corresponde en responsabilidad es aceptarnos con nuestras virtudes y deficiencias, en sensata procura por fortalecer las primeras al tiempo que disminuimos las segundas.

Sobre el particular, los profesionales de la salud mental, reconocen que para la mayoría de los trastornos psicológicos, los procedimientos cognitivo-conductuales son eficaces, transformándose en el método prescriptivo no farmacológico para resolver emociones y comportamientos disfuncionales, tomando en cuenta el rol que juega la adaptación ante coyunturas intrincadas o de maltrato, así como las causas y efectos que se generan en los diversos entornos, las cogniciones y el lenguaje utilizado en las contrariedades socioculturales. Por consiguiente, todos, en la medida de estar bien informados, reflexivos y valorándonos a nosotros mismos con buen criterio, podemos ser más que comprometidos y activos en la solución de un sinfín de circunstancias —buenas y malas— que se nos presentan día a día. En esa dirección, la buena educación en la familia, cultivar valores morales, la solidaridad social y la empatía con nuestros semejantes, son elementos que generan idóneas condiciones para elevar la calidad de vida, tanto en lo individual como en comunidad y, en la medida de lo deseable, afrontando cualquier inconveniente pensando en pro del bien común.

En este entendido, hay que considerar que la noción del mal actuar está primordialmente en lo injusto, ilícito e irreflexivo. Diría mi abuelo «A cualquiera se le puede escapar alguna estupidez, lo protervo es cuando se hace con énfasis». Por lo tanto, ser o no ser humano no se cuestiona ¡hay que serlo! en función de los valores y los derechos universales, a los que nunca debemos renunciar. A partir de esto, una mejor calidad de vida —vista en perspectiva micro y macro social— se fortalece en la operatividad de los principios humanistas y, en definitiva, no racistas ni clasistas, para avenirse en la concordia que tiene cada sociedad en sólida y generosa renovación, con retos y afanes que fomenten la dignidad, la equidad, la justicia, el equilibrio económico, la paz, el respeto, el afecto, políticas sociales, la democracia, la libertad… En tan anhelado escenario supongo que alguien podría decir «sigue soñando», por lo que me apoyo en las palabras de Hamlet «¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta…». Si tenemos todo para ser personas de bien e inteligentes ¡por nuestra madre! no sigamos por la ruta de la estupidez.

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